viernes, 24 de diciembre de 2010

Tabaco XI

- Con un click.
- Si.
- Y ya está.
- Eso es.
- Un click y pista.
- Un click.
- Y mentolado.
- Exacto.
- Pues no lo entiendo.
- ¿El qué?
- ¿Por qué no lo hacen mentolado directamente?
- Marketing, supongo. Es sofisticado y a la gente sofisticada le gusta gastarse -y que se sepa que se gastan- más dinero en las cosas que la gente de a pie.
- Esos pobres pebleyos, ¿No?
- Algo así.
- Pues me sigue pareciendo una estupidez.
- ¿Quieres uno o no?
- Trae.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Alonso Martín de Gustos

Un personaje interesante, Alonso Martín de Gustos. Espadachin, mago y alquimista... perdió dos dedos de la mano izquierda trasteando con pólvora. Se decía que gustaba de cazar especímenes raros, principalmente ejemplares venenosos a los que poder estudiar. Curiosamente tuvo una muerte de lo más cotidiana. Lo arrolló un tiro de caballos nada más bajarse de un barco, cuando volvía de una de sus expediciones. La tripulación dice que se pasó todo el trayecto hablando de una puerta al infierno que había encontrado y un demonio al que había cnseguido encadenar... Pero de Gustos no acostumbraba a tomar notas, así que el demonio sigue atado en alguna parte...

martes, 16 de noviembre de 2010

Tabaco X (el Ángel Triste)

- Por mucho que lo intentes no puedes dejar esta profesión. Como mucho la profesión te deja a ti. Pero te deja seco, desparramado en el suelo y con una bala del treinta y ocho entre las cejas. ¡Chico! ¿Qué es eso que te llevas a los labios?
- Jarras de cerveza bien fría y mujeres hermosas, abuelo
- Tienes la lengua de tu madre, pero a mí no me engañas. A ella puede que consigas confundirla, pero te he visto los dedos, y esas manchas amarillas en los nudillos no son de estudiar. Líame algo de esa mierda que fumáis ahora los jóvenes y te contaré por que a tu padre no le gusta que te aburra con mis historias.
- Pero abuelo.. no sé si...
- ¡A la mierda el cáncer! ¡Si el tumor no me ha matado todavía no va a hacerlo un cigarrillo!¡Joder, si Jimmy el silencios no lo hizo, no va a hacerlo un puto cigarrillo! Lía y escucha, puede que aprendas algo... Mierda de crío. ¿Cuánto tabaco te queda?
- Una bolsa entera, abuelo. La he comprado esta mañana.
- Bien. ¿Sabes de dónde viene el apellido de tu madre?
- ¿Timpanaro? Es el tuyo, ¿No? Italiano. Pero a papá no le gusta que hablemos mucho de ello.
- ¡Que le jodan! Es tu historia y si no te la cuento yo, no va a hacerlo nadie.
- ¿Con o sin filtro?
- Sin filtro. Como se los hacía Jimmy el silencios. Un hijo de puta muy listo. Y muy guapo. Sabía distraer a los hombres y enloquecer a las damas. ¿Tienes fuego?
- Si
- Pues dame el puto mechero, cállate y escucha.

martes, 26 de octubre de 2010

Ecclesia cathedralis dementiae

Las dos figuras entraron en el solar. Algunas paredes se mantenían el pie, a veces pertenecientes a la misma estructura, formando esquinas en las que los yonkis se refugiaban del gélido viento que azotaba el páramo. A medida que avanzaban, el número de aquellos despojos aumentaba. Hacia el centro, allí dónde se dirigían, una nave permanecía erguida. Las corrientes atravesaban el refugio de lado a lado por los agujeros en los tabiques. Una puerta corredera de chapa, oxidada y fuera de sus raíles era toda la protección que ofrecía la antigua construcción industrial.

Phobos y Julia entraron. El hedor era a duras penas soportable. Decenas de personas se amontonaban contra las paredes. Los murmullos febriles cubrían toda la estancia, cada uno en su propio tempo, como en una letanía o un mantra que descendía en espiral.

- Esto es una perdida de tiempo, -comenzó la muchacha- Aquí sólo hay yonkis y deficientes.
- Silencio niña -un escalofrío recorrió la columna de Julia. Phobos ni siquiera había levantado la voz- Son esquizofrénicos, autistas, savants, adictos destrozados por los alucinógenos... Y no dejan de venir aquí.
- Sigo sin ver por qué son importantes.
- Imagina que has visto durante toda tu vida la realidad a través del agujero de un pequeño caleidoscopio. -Phobos explicaba todo con calma. Bajaba a los detalles como un minucioso relojero y con paciencia contruía la imagen completa. Nunca le había visto enfadado. Por eso el pequeño hombre le parecía más siniestro- Y de repente el caleidoscopio cae y ves el verdadero funcionamiento de la realidad, en una amplitud hasta entonces desconocida. Cada pieza de color ahora encaja con el resto. Y comprendes.

Julia no comprendía en absoluto, pero juzgó más sensato callar. Phobos recorría a cada uno de los pobres diablos escrutando sus almas, si es que los opiaceos no habían abierto ya un agujero en ella. Estaban más inquietos desde que entraron en la nave. Sus sinsentidos crecían en volumen e intensidad, en una cacofonía de desesperación que obligó a la muchacha a taparse los oidos.

Un hombre se incorporó, hablándo más alto que nadie a su arrededor. Primero una voz trémula, temblorosa por el frío y los espasmos, después más firme, cuando el resto de locos abandonaron sus lamentos y sumaron sus gargantas a la figura que se había levantado.

Destellos de color y oro lo envolvían. Los dedos de sus pies apenas rozaban el suelo. El resplandor le elevó y sus palabras vibraron en sus pechos.

- Llegará la hora en que los ocho ojos vean a la Luz y la reconozcan.
Y el ciclo girará otra vez y todo cambiará,
pues la lucha ha de dar nacimiento a El Último.
Los muros caerán y ya no habrá miedo.
Niña de Plata, busca la magia detrás de la luna.
Niña de Plata, despierta a La Araña.
Niña de Plata, mata este mundo.

El cuerpo del hombre cayó desmadejado al suelo. Todos guardaron silencio. Phobos se dio la vuelta y con una mano en la espalda de la chica la encaminó hacía la puerta desvencijada.
- Sal de aquí. Llama al obispo y cuéntale lo que has visto. ¿Recordarás las palabras, Julia?
- S...si -Phobos no era la mejor compañía, pero prefería tenerle consigo para salir de allí- ¿Y tú?
- Aún me queda algo por hacer aquí. Ve, y a partir de ahora tápate los oidos hasta que llegues al coche. Que duermas bien.

La empujó suavemente del codo con una mano y con la otra arrastró la media tonelada de óxido y metal de la puerta hasta bloquear la entrada y dejarla al otro lado. Julia dudó un momento antes de echar a correr en dirección al audi de Phobos. Lamentó no haberse cambiado de ropa desde el despacho. Los tacones entorpecían sus pasos entre los charcos y guijarros. Se había tapado los oidos, tal y como el pequeño hombrecillo siniestro le había indicado.

Pero aún así no sirvió de nada.

Los gritos y aullidos de pánico se clavaron en su cabeza hasta la nausea. No tuvo fuerzas ni de mirar atrás. Al entrar en el coche se echó a llorar. No sería capaz de pegar ojo esa noche.

Y mientras La Araña dormía.

viernes, 15 de octubre de 2010

Tabaco IX

Separó las monedas en la palma de su mano con el pulgar. Contó el cambio justo y guardó el resto. Fue hasta la barra.

-Perdona, ¿me das la máquina?

Colores

Avanzó despacio, arrastrando la enorme espada de madera tras de sí. La estructura de la pequeña ermita devolvía magnificado el sonido de sus pisadas y del repiqueteo de su arma contra las juntas de las losas del suelo. Llegó hasta el altar, se encaró hacia la puerta y elevó la vista. Allí estaba. La vidriera.

- Has tardado mucho. Hace bastante que empezaron las señales. El tiempo es un lujo que no tenemos.

El sacristán guardó silencio, esperando a ver el efecto del reproche en el niño con la espada de madera. Aunque esperó en vano. El crío seguía contemplando las piezas de cristal de color. Apenas se alejaban de la gama más básica. Algún ocre, algo de púrpura, todo en un tono tan apagado que ni la exhaustiva limpieza y el sol de mediodía conseguían hacerla brillar.

- Tenemos que empezar a movernos. Encontrar al resto te devolverá los recuerdos que aún no hayan vuelto. -El sacerdote dio un paso adelante- Es una lástima que hayas despertado aún siendo un niño.
- Estás equivocado. -El muchacho llevó la mano a la empuñadura de su espada- Lo prefiero. Veo con más claridad. Mi alma está ahora más cerca de la Araña que nunca.

Sostuvo la espada empuñándola con las dos manos, con la punta dirigida a la vidriera. Con metódico movimientos trazó una serie de rectas en el aire, como si dibujara un símbolo en un lienzo que sólo él veía. Un sonido vibrante inundó la capilla, como si una cuerda demasiado tensa se rompiera y cruzara la estancia liberando un latigazo.

Y el ambiente trepidó, sacudido por una presión repentina. La vidriera había cambiado. Ahora resplandecía con colores nuevos, inventados por la mente de un niño, traídos de otras realidades, desveladas nuevas frecuencias de onda. Era hermoso en positivo, a niveles para los que eran necesarios nuevas palabras que aún no se conocían.

- Ahora el mundo tiene doce colores básicos, y de paso una nueva especie de mariposas.- El niño dudó un momento- ... Aunque creo que en el proceso he vuelto venenosas un par de plantas en Canadá.

El párroco no pudo articular palabra. Era más que evidente que aquel crío era quien decía ser: El mejor agente de la araña y la única esperanza del mundo. Sacudió la cabeza y tras un último vistazo a la refulgente cristalera entró de nuevo en la sacristía. Aún había mucho trabajo por hacer.

Y mientras la Araña dormía

jueves, 1 de julio de 2010

Tabaco VIII

Salió de la casa empujando a dos agentes que le miraron sin comprender. Apoyó la espalada contra la fachada. Era consciente de que hiperventilaba. Resbaló hasta sentarse en el suelo. Sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo de su gabardina y luchó contra el precinto de plástico. Con manos temblorosas se llevó uno a los labios. Encontró las cerillas que le habían regalado en el estanco. Le fallaba tanto el pulso que rompió seis cerillas antes de rendirse. Su compañero llegó hasta donde estaba y le dio fuego con un viejo cippo. A la primera calada el temblor de sus manos se fue. A la segunda su respiración recobró un ritmo normal. A la tercera ya pensaba con claridad.

Besteiros giró el Cippo entre los dedos. Se lo regaló su primer compañero cuando se retiró, junto a un consejo: "Un buen poli no olvida ni su primer cigarro ni su primer fiambre". Besteiros lo tenía fácil. Habían llegado a la vez.

domingo, 27 de junio de 2010

Una taza de té: Caliope

El mío negro, con un poco de vainilla, el de ella con leche. Empapa unas galletas con aire distraido. A veces parece que su cabeza va más deprisa que ella misma. Le pido que me cuente algo, ella me habla de Mia, una amiga en común. Tan distraida como ella parece estar ahora. Por fin arranca a hablar. Batalla ganada:

"Mia estaba tumbada en la hierba y observaba el cielo. Miraba como las pocas nubes se movían, como alguna aparecía y como de repente desaparecía el sol y se hacia de noche. Miro a los que tenía al lado y su estómago reacciono. Las mariposas despertaron del letargo. Algo parecido a cuando te levantan de una de tus mejores siestas. Un batalla pequeña pero inevitable. "Vamos" soltó. "¿Cómo? ¿A dónde quieres que vayamos, Mia?" "Me da igual, pero vamos". Recogieron y comenzaron a andar. Seguía mirándoles y eso era cada vez peor: Patadas en el estómago, sensación claustrofobia, gritos que la angustiaban y ataques a punto de... Sus pies la llevaban, no sabía exactamente a donde pero algo la estaba lanzando hacía delante. De repente salió corriendo: "abrázame" y las mariposas se volvieron a dormir"

Caliope acabó su taza de té. Adios, un beso. La próxima en mi casa.

martes, 22 de junio de 2010

Cinco minutos más

Se revolvió intranquila. Había un ruido de fondo, muy suave, que no podía distinguir. Tenía la sensación de que la buscaban. Había algo que debía hacer. Importante, urgente... o quizás no tanto, no lo recordaba. Cinco minutos más. Cinco minutos del agradable calor, cinco minutos de la confortante ignorancia, cinco minutos de la terca pesadez de sus párpados. Sólo cinco minutos más. Y así la Araña dormía.

lunes, 21 de junio de 2010

El Buen Demonio

- Que equivocada estás, niña.

La seguridad con la que hablo congeló la sensación de triunfo que latía entre sus sienes e inflamaba su pecho. Estaba segura de haber seguido correctamente todos los pasos, de haber hecho bien el dibujo en el suelo. Aquel joven que permanecia de pie entre las volutas de humo y azufre que parecían brotar del suelo tendría que obedecerla en todo lo que le ordenara, pero en vez de eso, cuando le preguntó su nombre sólo se rió.

El chico la miraba entre los mechones de pelo que le caían de la frente, con las manos en los bolsillos y una media sonrisa en la boca.

- Estás empezando a asustarte.- una risa amarga subió por su garganta.- y ahora te preguntas que ha fallado, te das cuenta de que lo has preparado todo, ni siquiera te has olvidado de dibujar el círculo en el suelo para que no pueda moverme.- levantó un pie para ver el intrincado diseño grabado en la madera del suelo.- pero a pesar de todos tus esfuerzos no llegas a entender que ha salido mal.

La muchacha estaba poniendo toda su voluntad en no ceder a la tentación de escuchale, de permitirle a su voz hacerle el amor en los oidos. Se centró en recordar los que ponía en el libro que apretaba contra su cuerpo.

Aún permanecía sentada en el suelo, en el mismo punto en el que había aterrizado cuando la deflagración y la onda de calor que trajo consigo la aparición del muchacho la habían derribado.

- ¿sabes cual es tu problema?- preguntó mientras ponía un primer pie fuera del circulo de contención.- tu problema es que eres demasiado crédula, y en este negocio no nos mueve la fe, si no la ambición, aunque supongo que hoy en dia no solo en este particular.

Un miedo ciego la besaba en la nuca cuando salió por completo del hechizo dibujado en el suelo. Pero el instinto de supervivencia es mejor amante que el terror, asi que a cada paso que daba él hacía ella, ella se arrastraba huyendo de él. hasta que topó con una pared a su espalda, o un armario o lo que dios quisiera que fuera, pero que no la dejaba continuar.

Al llegar hasta ella se puso en cuclillas para poder observarla mejor, mirándola divertido, con las pupilas dilatadas por el pánico, hiperventilando, reducida a un animalillo asustado.

- Como te iba diciendo, la fe en quien te ha proporcionado ese libro te ha llevado a esta situación- extendió el brazo y cogió el libro, que se deslizó entre los brazos de ella como si no ejerciesen ninguna resistencia.- Estos viejos grimorios solo contienen mentiras, salvo alguna pequeña parte de verdad, una pequeña parte muy molesta, si he de serte sincero.

El libro se inflamó en su mano con unas llamas que parecían surgir del rencor que destilaba cada una de sus frases. Al par de segundos solo quedaron los remaches de hierro y un montón de cenizas que cayó al suelo como alguna suerte de nieve maldita. Se sacudió los restos de las manos y volvió a meterlas en los bolsillos.

- la cocina está abajo, ¿verdad?

Tuvo que tragar saliva antes de asentir. Sin entender la situación del todo oyó como él bajaba las escaleras desde la buhardilla hasta el piso de abajo. Oyó el tintineo de las botellas al abrirse la puerta de la nevera. Oyó cada paso en cada peldaño hasta que entró de nuevo a la buhardilla con dos latas de cerveza en las manos. Le tendió una. Pasaron un par de segundos hasta que supo que tenía que cogerla.

- Y bien niña, lo que ibas a pedir puedo imaginármelo, siempre es poder o inmortalidad, o las dos cosas, pero, ¿a quien querías invocar?

Esta vez no tardó tanto en contestar, aunque cuando lo hizo solo pudo ofrecer un susurro, en vez de una respuesta:

- Abigor

El muchacho que se había apoyado en una mesa y bebía de la lata solo enarcó una ceja antes de tomar aire y musitar, como en una letanía:

- Idiota. Si cuando aparecí yo te caiste al suelo, al venir Abigor habría explotado todo esto y reducido a un cráter humeante casi todo el barrio. Hay poderes fuera de toda graduación. Poderes que sólo pensar en desafiarlos ya resulta una locura.

Hablaba más para sí mismo que para la chica que por fin pareció reaccionar y se echó a llorar.

- Dios mio... ayúdame
- ¿Dios?- masculló apretando la lata. De un par de zancadas llego hasta ella y le habló a escasos centrímetros de la cara, con la mandíbula apretada.
- Es por Él que te está ocurriendo esto. Y por tu propia causa, claro. Eso es lo que odio de la Humanidad. Pecais, disfrutais de vuestros cuerpos y de la vida, cometéis todo tipo de excesos. Y cuando llega la hora de rendir cuentas nos culpáis a nosotros, como si os hubiéramos obligado a cometer todos esos actos horribles. Y lo hacéis para no admitir la debilidad de vuestra voluntad, por que de otro modo no soportaríais saber que sois los monstruos que queréis ver en nosotros. Diablos, demonios, ¡estupideces! decid más bien excusas - había enrojecido de la rabia que palpitaba en cada palabra, del odio que latía en cada silaba.- ¿Quieres hablar de Dios? pues sabe que Dios es un hijo de puta, que nos dejó creernos poseedores de una valentía y seguidores de una causa que creíamos justa, cuando fue justamente Él quien puso en nosotros ese falso orgullo. Piensalo, ¿hasta que punto nos rebelamos contra Él y hasta que punto lo tenía todo calculado? Permanecemos en el infierno por que creemos que es nuestra voluntad, nuestra forma de rechazar su tiránico amor, que no es otra cosa que egoísmo. pero ¿que sentido tiene si el hecho de rebelarse o no es cuestión de azar, que depende de su voluntad?- Se separo de ella un poco y bajo la mirada como avergonzado de haberse dejado llevar por un sentimiento tan humano como el odio.

Se dejó caer en el suelo, sentándose frente a ella.

- Nos creímos libres, héroes a nuestro modo. Pero solo éramos peones en un ajedrez al que juega solo. Ahora no somos nada.

Se puso en pie y se alisó la ropa. Ella que ya había dejado de llorar, le miraba ahora boquiabierta, intentando asimilar todo lo que había oido.

- Ahora he de irme.
- ¡Espera! Yo no quería poder, ni inmortalidad, solo era curiosidad, solo quería saber...- Pareció pensarselo un poco antes de decir lo siguiente.- Dime al menos tu nombre, para cuando quieras hablar, o necesites volver a desahogarte...
- ¡¿Qué te hace pensar que la próxima vez que me veas no será el día de tu muerte?! - la interrumpió - ¡¿ y qué estupidez es esa de que necesite desahogarme?!- Suspiró y trató de calmarse.- Si quisiera volver a hablar ya te buscaría yo. Aunque de todas formas... Bileto. Mi nombre es Bileto, el Buen Demonio. O eso dicen.

Sacó un móvil del bolsillo y marcó un número. solo dijo dos frases:

- Libro-puerta destruido. Vuelvo a casa.

Y salió por la puerta, aunque esta vez no oyó ni un solo paso, ni un escalón crujir, nada. Solo desapareció.

viernes, 18 de junio de 2010

Tabaco VII

Punzada al pecho. Me resuellan los pulmones. Parece que haya algo vivo ahi dentro. Da igual cuanto tosa, no logro sacármelo. Pienso incluso en ponerle nombre. Ya hablo solo a veces, ¿qué diferencia hay en hablar con el bicho de mis pulmones? Murray, Marvin, algo así, que suene gracioso. Me sobreviene una arcada. Gargajo en el lavabo. Mierda, sangre. Creo... creo que necesito otro cigarro.

martes, 8 de junio de 2010

Los hilos de la realidad

El niño se movía siguiendo un complejo método. Después de asestar cada estocada con su espada de madera se incorporaba, inspeccionaba su entorno y tras meditar unos instantes se acercaba con pasos lentos a otro punto del parque y descargaba toda la fuerza de sus brazos en un mandoblazo contra el aire.

Un joven se le acercó. En realidad solo trataba de impresionar a su amiga con su buena mano con los niños. Habían acudido juntos al parque con el sobrino de ella, un crío tímido y fantasioso. Se le ocurrió que ganaría muchos puntos si conseguía que el niño jugara con otros chavales, además de procurarse un tiempo a solas con la chica.

-¡Tío, esa espada se sale! -Le habló comoa otro de sus colegas. recordaba lo odioso que es que te hablen como a un crío cuando no eres más que eso.- ¿A qué estás jugando?

El muchacho le miró de soslayo, como si acabara de interrumpir una conversación privada, o hubiera dicho una impertinencia.

- Esto no es ningún juego.
- Vaya, si que te lo tomas en serio. - caviló un momento.- Vale. Entonces, ¿qué eres?¿Un gladiador, un mosquetero...?

De nuevo le miró, aunque esta vez resignado.

- A pesar de que presiento que no va a valer de nada voy a explicártelo. -Hizo un gesto amplio con la espada que abarcó todo el parque.- ¿Qué ves?
- Un parque.
- ¿Sólo?
- Bueno, veo personas, perros, árboles, otros animales, un par de bicis.
- ¿Y qué estás respirando?
- Aire
- Pero no lo ves. Y sin embargo está. Bien, pues igual que el aire, hay otras cosas que no se ven, pero que también están.
- No me digas, estás rompiendo átomos con tu espada de madera. -De pronto aquel niño no le pareció tan buen compañero de juegos para el sobrino de su amiga.
- No los átomos, sino lo que les da sentido. De nuevo, mira a tu alrededor. Todo lo que ves, toda esa materia esta formada por estructuras de átomos. Y hay algo que las mantiene adheridas y en funcionamiento.
- ¿Las leyes de la física? -estaba cada vez más perplejo.
- No. Los hilos de la realidad. Tus leyes son la consecuencia de ellos. Algunos son solo puntadas para evitar que todo se desmorone, pero otros son más complejos, como poleas y engranajes.
- Así que rompiendolos podrías lograr...
- Convertir ese estanque en mercurio, que el cemento fuese menos denso que el aire o convertirte en un charco de pulpa que me mire desde el suelo con indefensión.
- Claro, ya, seguro. -Ya estaba totalmente convencido de que el niño era algún tipo de psicópata, así que murmuró una excusa si volvió al banco donde esperaba su amiga.

Compuso una cara entre la resignación y el fastidio y se preparó para explicarle que aquel crío estaba chalado, pero algo hizo que se detuviera de pronto. Con el último golpe del niño el cielo se volvió verde. Y mientras, la Araña dormía.

martes, 1 de junio de 2010

La Luz Mentirosa

Tomó la ciudad en un solo día, antes de que nadie tuviera tiempo de reaccionar, de pensar, de oponerse.

Empezó con un agujero en el centro de la ciudad, de unos diez metros de radio, profundo como un pozo. Las autoridades locales, perplejas en un primer momento, acordonaron la zona, impidiendo al tráfico y los curiosos acercarse.

Los expertos llegaron. El perímetro era una circunferencia perfecta, así que se descartaba el derrumbe. No había cascotes por ningún lado, asique también cualquier tipo de explosión.

En el fondo reposaba un líquido negro. Agua, tal vez, aunque era difícil de precisar a esa profundidad. La superficie permanecía en calma y como un espejo, devolvía la imagen de aquellos primeros hombres que decidieron asomarse.

Y el reflejo los cambió. En aquella oscuridad se vieron poseyendo el anhelo de sus corazones. Vieron poder, fuerza y éxito. Se vieron despertando pasiones, líderes entre sus iguales, se vieron elevados a dioses.

Al percatarse del ensimismamiento de los peritos, los policías acudieron a ver y quedaron prendados con el futuro que la herida abierta en la ciudad ofrecía. Sin autoridad que la contuviera, la masa avanzó hacia el agujero. Soñaron maravillas. Multitudes se agolpaban en el borde. Muchos cayeron pero sus cadaveres no consiguieron enturbiar las fascinaciones de los demás.

Y entonces llegó, como el alma del mismo sol, la Luz. Les prometió que si la seguían lograrían arrancar de la oscuridad de sus vidas sus propósitos más elevados, como habían obtenido la visión de la penumbra de aquel pozo. Les juró reconfortarlos del frío de la soledad y protegerlos de los monstruos que habitan en los recovecos del miedo.

Pero era la Luz Mentirosa y se quedó con sus mentes y sus corazones. Tendió hilos a su voluntad y los convirtió en marionetas de sus caprichos. La Luz Mentirosa había tomado la ciudad en un solo día. Y mientras, la Araña dormía.

lunes, 24 de mayo de 2010

Redención

Sabía que estaba dentro de su piso incluso antes de entrar en el portal. Subió por las escaleras silbando una melodía de un anuncio de publicidad, con el paso cansado de los que por fin llegan a casa. Aunque él no se sintiera así, en casa, en ningún lugar.

Se demoró un poco al buscar las llaves, hurgando en los bolsillos y cambiándose las bolsas de la compra de brazo. Entró y se dejó mecer por su rutina habitual, así como un baile. Volver la puerta con el talón y cerrarla apoyando la espalda en ella. Lanzar el llavero al cuenco de la encimera en el recibidor. Dejar la compra en la mesa de la cocina y colocar la compra semanal. Ahí se detuvo. En lugar de poner cada cosa en su sitio cogió dos cervezas del Frigo y se encaminó al salón.

Allí estaba. Rubio, alto, imponente. Le tendió la cerveza pero no la aceptó.

- Pensé que no te atreverías a subir.
- Ya me has encontrado, volverías a hacerlo. Además, esta tarde tengo una cita.
- Me temo que no llegarás a ella.
- Lo sé.

Ambos guardaron silencio. El intruso apoyado contra la pared, de brazos cruzados mirando al frente. Él sentado en un sillón, dando pequeños sorbos a su cerveza, con los ojos clavados en el suelo.

- Eres el único que queda. –Comenzó el hombre rubio- Y eso que fue idea tuya.

No pudo dejar de notar el deje de ironía en su voz.

- Me he fijado en el nombre del buzón, –prosiguió- Aristóteles. Muy rebuscado, ¿No?
- Me gustan los nombre largos
- ¿Qué os pasó?

Era inevitable. La pregunta llegaría tarde o temprano.

- Sólo cinco lo conseguimos. Abrir la puerta del infierno y escapar. No sabes cuanto daría por saber lo que se dice de nosotros.
- ¿Dónde está el resto?
- Una buena historia no puede acelerarse Miguel, deberías saberlo. Hay que explicar todos los elementos que rodean al hecho dramático que se narra para que el espectador llegue hasta él en la máxima tensión.
- Me aburres.
- Agiel y Meriel fueron los primeros. Después de dos eternidades trepando por aquella maldita pared y salir a la superficie Agiel vaciló. Todo el plan dependía de la firmeza de nuestras voluntades. Escapar, vivir como humanos y al morir regresar al cielo, y una vez allí sacaros de la mentira que os obliga a vivir. Dudar era sinónimo de fracaso. Y Agiel estaba dudando.

Podría decirse que la escena ocurrió fuera del tiempo, podría decirse que la recordaba como si fuera ayer. A un paso de la creación, con el Infierno a sus espaldas, a punto de conseguir y Agiel tomó la mano de Meriel. Le dijo que temía fallar. Le dijo que si hacía aquello sería por él y que le seguiría al fin del mundo con tal de estar juntos. Pero que estaría dispuesta a sacrificar el cielo y seguir allí con tal de no permitir al destino separarlos. Y entonces Meriel dudó. Anhelaba la libertad, tanto poseerla como llevarla al cielo como una antorcha con la que arrasarlo hasta los cimientos. Pero dudó.

- Así que sin decir nada a los demás se dejaron caer de nuevo por la pared que acabábamos de coronar. Una luz emergió de sus pechos y después desaparecieron.
- Trascendieron. El amor de Agiel y el sacrificio de Meriel los hicieron humanos… o puede que más que eso, al acoger sentimientos humanos descubrieron la grandeza de esas criaturas. Ya no albergaban resentimiento alguno contra el creador, ni envidia por sus favoritos. Pudieron volver.
- Tu dices amor y sacrificio, yo cobardía y dependencia. Virtudes de una raza débil. Más motivos para seguir.
- No os costó adaptaros.
- No. Conservamos algo de nuestra esencia. Podíamos hacer pasar cualquier mentira por verdad, desaparecer de un lugar y aparecer en otro a kilómetros de distancia, infundir miedo, respeto o deseo a nuestra voluntad, veíamos el corazón de los humanos, y sinceramente, no me explico como no acaban todos por allí abajo.
- ¿Y el resto?

Virael descubrió el arte de la manera más inesperada. Gustaba de seguir a los criminales más perturbados y observar a las víctimas hasta que llegaba la policía. En una de esas ocasiones le sorprendió una salpicadura de sangre en unas cortinas. El aire que se filtraba por la ventana abierta hacía que la fina línea carmesí sobre la tela serpenteara, como las olas que llegan a la arena a morir. Virael lloró.

Después empezó a pintar. Paredes, cuadernos, escaparates. Un día alguien, en algún lugar, entendió lo que trataba de expresar. Lo entendió. Ese día Virael también transcendió.

- Hay que poseer un gran valor para exponerse a la mirada de todos los demás.
- O un gran ego sediento de fama y reconocimiento.
- Gaeruel fue el último.

La primera residencia que ocupó se encontraba sobre una librería con una pequeña sección de mística y ocultismo. Le divertía descubrir los errores y falacias que contenían aquellos libros, y señalar las pequeñas partes de verdad que escondían. Decidió corregirlos y sobre esa base redactar su propio libro. Cuando alguien lo leyó, Gaeruel transcendió.

- El legado del conocimiento es también una señal puramente humana
- Igual que el ansia de poder, ¿O acaso crees que contaría todo lo que sabía? Guardaría lo más jugoso, lo más importante para sí. Y después todos vendrían a postrarse a sus pies, como corderos dependientes para pedir más.
- Pero aún así el lo consiguió.

De nuevo se extendió el silencio por toda la sala.

- Antes preguntaste por lo que se decía de vosotros.

Aristóteles enarcó una ceja.

- Os desprecian Lucifer. Piensan que les traicionasteis igual que traicionaste el cielo.
- ¡No fue traición!¡Nos utiliza a su antojo y les entrega la creación a ellos!¡Fue una justa rebelión!
- En cualquier caso. Dumah se ha hecho cargo del infierno. ¿Te lo imaginas? Un ángel en la gloria de Dios ocupando el puesto del mismísimo Satanás. –Se puso frente a él- Es hilarante.
- Acabarán por conocer la verdad. Cielo e infierno pronto marcharán juntos clamando por la sangre del mundo.
- No lo creo.

Miguel cerró un instante los ojos y una enorme explosión de luz inundó la habitación. Sus ropas se habían convertido en una armadura de manufactura imposible. En su espalda brotaron dos enormes alas de plata, y en su mano derecha llameaba una espada de fuego.

- Pongo fin a esta vida mortal que no te corresponde y te condeno a las eternidades exiliado en el Olvido. Tu plan, Lucifer, muere contigo.

El siguiente movimiento fue tan rápido y potente que apenas duró un pestañeo. Miguel mantenía el brazo extendido hacia delante, con la empuñadura aferrada con fuerza. El cuerpo de Aristóteles pendía de la espada, atravesado a la altura del corazón. Sus pies, que no tocaban el suelo se balanceaba con la respiración del ángel. Un susurro se escapó de sus labios.

- ¿Qué has dicho?
- He dicho gracias –repitió entre estertores.
- ¿Por matarte y acabar con esta locura que llevas milenios enarbolando como una bandera?
- No. –Levantó la cabeza con esfuerzo. Sonreía.- Por darle un mártir a mi causa. Te veo en casa.

Una potente luz emergió del pecho de Aristóteles y su cuerpo desapareció. Lucifer había trascendido. Lucifer estaba de nuevo en el cielo. Pronto cielo e infierno marcharían juntos clamando por la sangre del mundo.

- El jefe no va a estar contento.

jueves, 13 de mayo de 2010

Arte

Apuró el vaso de bourbon de un trago. Siempre pintaba mejor después de un par de vasos de algo fuerte, estaba más inspirado. Ya lo tenía todo preparado. Tambaleándose llego hasta el lienzo y comenzó a dar pinceladas. Veía el modelo en su mente, con toda claridad, como si tuviera una fotografía delante.

Puso su rojo por la pintura junto a la pasión, el amarillo de cuando pensaba en sus sobrinos, el púrpura que le asaltaba junto a las dudas, el verde envidia de su hermano y sus mejores cuadros.

Añadió el azul de cuando le dejó su novia. "no puedo estar con alguien para el que solo existen los lienzos y los tintes, yo también tengo mis necesidades y tu no puedes satisfacerlas", le dijo. Si, hay que ponerle más azul. El añil derivó al negro de la depresión que se le atenazó en el corazón durante tres largos años. y encima de aquellos borrones de sombra, pequeños arañazos de rojo y verde, las tardes que pintaba, los pocos momentos en los que sonreía de nuevo.

Siguió pintando y bebiendo toda la noche, acosado por la fiebre, la borrachera y el sueño y empujado por un impulso que ni siquiera él sabía de donde procedía. Acabó el cuadro a la vez que la botella de four roses, al amanecer. Suspiró, se alejó para tener más perspectiva y contempló extasiado su obra. Aquello no era una obra de arte, era la plasmación de su propia alma.

Cuando estuvo seco se lo enseñó a su hermana y a sus sobrinos. Era su hermana la que había cuidado de él siempre, la única que lo comprendía por completo. Cuando vio el resultado de aquella noche de desvelo lloró emocionada.

Yo lo haré todo, le dijo su hermana, no te preocupes, lograré que lo expongan. Y ella lo hizo todo y logró que lo expusieran. Llegó la fama dentro que aquellos elitistas círculos, un pequeño renombre. La muestra de sus anteriores trabajos con aquello de colofón estaba siendo un éxito. Le gustaba escuchar las opiniones de los visitantes al ver ese cuadro, que todavía no había titulado. Ninguno coincidía en su interpretación. Unos admiraban la fuerza de los rojos y verdes, otros la inocencia y candidez de los amarillos, los más simplemente comentaban lo atormentada que debía de estar el alma de que hubiera pintado tanta tristeza.

A los pocos días la policía y los bomberos tuvieron que acudir a la galería. se había declarado un incendio. Al llegar le encontraron a él. Llorando, con una lata de gasolina aún en la mano. Estaba casi desnudo y borracho contemplando el fuego. Avisaron a la hermana, y al verla se abrazó a su cuello sin dejar de llorar. Las palabras salían a borbotones junto a las lágrimas:

- Fracasé. Soy un fraude, no lo logré. Me esforcé, trabajé y me sacrifiqué, pero todo fue inútil. Sólo quería mostrarme y ellos que me vieran como un conjunto, un todo, pero no lo entendieron. ¿Fueron incapaces de verlo! por eso no podía dejar que siguiera así, tanta belleza, tanta experiencia vital, ¡tanto de mí! a la vista de unos estúpidos que no saben lo que están viendo. ¡Mirad ahora el fuego!¡mirad mi rabia!¡ Mirad mi odio a vuestra ignorancia!

le ingresaron en un sanatorio mental. de vez en cuando garabateaba en alguna servilleta, pero no volvió a pintar. Su hermana le regaló una cámara de fotos, aunque no le prestó demasiada atención. Una tarde, mirando la cámara, habló por primera vez a uno de los celadores:

-¿Me podéis traer un poco de bourbon?

sábado, 1 de mayo de 2010

Jódete y baila

¿Qué hago cuando tengo ganas de llorar?
¿Qué hago cuando corro a esconderme de mí mismo, debajo de la cama, y resulta que ya estoy allí?
¿Qué hago cuando no me encuentro?
¿Qué hago cuando la culpa es mía?
¿Qué hago cuando me besas y me sabe a lágrimas?

lunes, 19 de abril de 2010

Tabaco VI

Soy problématico, te lo dije, no soy bueno para tí. Así se lo hizo saber, como si fuera una de esas advertencias en el paquete de tabaco, como si le estuviera haciendo un favor. Pellizcó el contenido de la bolsa con dos dedos y esparció las hebras sobre el papel. Parecía incluso una de esas fanfarronadas de fumador "cuando quiera puedo dejarlo, no estoy enganchado". Salvo que esta vez no era ninguna fanfarronada. Acunó en cigarillo que iba cogiendo forma. Colocó un filtro al extremo y lo estranguló haciéndolo girar entre sus dedos. Apenas se dio cuenta de que estaba disfrutando proyectando su ira contra el pitillo que acababa de liar, con una sonrisa de lo más siniestra. Levantó la vista por si alguien se había dado cuenta del gesto. Nadie había reparado en ella, una chica liando tabaco mientras esperaba al bus. Se lo llevó a los labios y lo encendió. La sonrisa escalofriante volvió a su rostro. En su imaginación él estaba envuelto en una sábana y ella tenía una antorcha en las manos. Fue el mejor cigarrillo del día.

lunes, 8 de marzo de 2010

Tabaco V

Con cada cigarrillo que fumo quemo un poco más mi vida y ahumo un poco más mi alma, pero curiosamente me siento mejor. Me estremezco con secreto regocijo a cada calada, disfrutando del cosquilleo en la base del cráneo, ahi donde empieza mi cerebro de reptil. Comer dormir y nicotina. Fumar medio dormido, cuando los pensamientos se elevan con el humo. ¿Por qué seguir fumando? La respuesta en cada nuevo cigarro. Placer, lo llaman, un orgasmo pulmonar. Aunque los filtros en la cajetilla me recuerden a las bala en el tambor de un revólver. Sé que es malo y de todos modos me gusta. ¿Masoquismo para voluntades débiles? O mejor, suicidas a tiempo parcial. Reconozco que disfruto con la decadencia en dosis de 20. Me fumo el último. El camino de la autodestrucción empieza por bajar a por otro paquete de tabaco.

martes, 2 de marzo de 2010

Otoño

-No entiendo lo de las hojas
-¿Sabe usted porqué las mejores historias se cuentan en otoño?

Por supuesto que no tenía ni idea. Aquel hombre le llenaba de curiosidad. No era un vagabundo al uso. Poseía un piso en el centro, cobraba un sueldo regular por los cuentos que mandaba por internet a diversas web infantiles. Podía tener una vida normal, pero prefería perder el tiempo en el parque recogiendo hojarasca en una despreocupada indigencia.

-Ocurrió antes de todo... o antes de esto, al menos. Cuando todas las historias, los cuentos y las leyendas pertenecían a los dioses y el hombre no tenía imaginación. Y habría sido así para siempre de no ser por un increíble acto de valentía, aunque muchos opinen que se trataba solo de locura.

Uno de los dioses, el Rebelde, el Loco, el Traidor... muchos son los nombres que recibe, se hartó del apocamiento del resto de dioses, pues comprendía que las historias y su magia, para seguir vivas, necesitaban de mentes que las soñasen, de corazones que anhelasen escuchar cada siguiente palabra, de ilusiones que alimentaran la llegada del feliz desenlace.

Así que robó la Narración, entera. Se la arrebató al resto de dioses y huyó hacia la Tierra de los Hombres desde su hogar en los Jardines del Sueño. Quizás antes de hacer nada ya sabía que se convertiría en un paria, un exiliado, o puede que nunca se parara a pensarlo. Pero cuando todos los demás dioses salieron en su persecución ya no había reparación posible.

Era cuestión de tiempo que le atraparan. Cada vez estaban más cerca y sus posibilidades de llevar las historias a los hombres menguaban a cada zancada de la precipitada carrera. Así que, desesperado, arrojó la Narración al mundo, sin saber que suerte correría.

Y entonces le alcanzaron. Tanto el dios rebelde como cuál fue el castigo por su crimen cayeron en el olvido. Pero no su proeza. Su plan, aunque descabellado funcionó. La Narración atravesó el cielo de los hombres como un lucero ardiente y se estrelló, quedando enterrada a varios metros de profundidad. La magia de las palabras es poderosa, y sobre todo, una fuerza viva. De la Narración brotaron raíces y creció un tronco, se multiplicaron las ramas y germinaron flores. En cada una de sus hojas se desgranaba una historia de las robadas por el Dios Rebelde.

Hubo que esperar a que pasaran las estaciones y las hojas teñidas de cobre y ocasos descendieran al alcance de los hombres. Por eso las mejores historias siempre se cuentan en otoño, pues los árboles tienen memoria y cada año en sus ramas repiten los relatos que aprendieron del fruto de la Narración y cubren el suelo con ellas, a la espera de que las recojamos para hacerlas grandes de nuevo, tan pronto posemos los ojos sobre sus palabras.

sábado, 20 de febrero de 2010

Cosquillas

Un caso curioso el de aquel niño. No sufría ninguna patología especialmente grave, pero mantenía desconcertados a todos los médicos y especialistas por cuyas consultas había pasado, y por su puesto, también a sus preocupadísimos padres.
El pequeño sufría incontenibles ataques de risa. Sin motivo, patrón o desencadenante.
Ocurría de manera casi aleatoria. En una ocasión, durante unas vacaciones familiares en Canadá, mientras el padre pedía indicaciones a un Policía Montado el niño estalló en carcajadas tan enérgicas que el caballo se asustó y por poco hizo caer al agente de la grupa del animal.
Estas muestras e vitalidad y alegría infantiles no deberían estar fuera de lo común en un niño de esta edad, pero la madre insistía en que se le realizaran todas las pruebas de las que tenía conocimiento. En particular desde que en el entierro de una tía lejana el niño se perdió entre las lápidas.
Buscaron durante horas por todo el cementerio, hasta que por fin dieron él. Estaba en un panteón. Se había separado de sus padrs en un momento de descuido y fue leyendo los epitafios hasta llegar al mausoleo abierto.
Estaba ensimismado, con una sonrisa inocente, como solo un niño puede tener y los ojos recorriento cada pulgada de las estatuas que ornamentaban el sepulcro.
Los doctores se sucedían sin que ninguno se atreviera a dar un diagnóstico en firme.
Pero a pesar de esto el niño crecía feliz. cada tarde acudía al parque cercano a su casa y jugaba con sus compañeros de colegio.
Aunque un día, corriendo tras una pelota perdida, el pequeño se plantó delante de un vagabundo. Llevaba unos pantalones de pana raídos, una vieja camisa de cuadros y una gabardina con tantos años como el propio mendigo.
El gesto no pasó inadvertido a la vigilante mirada de la madre, que se apresuró a acudir al rescate de su hijo.
Pero cuando llegó a la altura del niño, este se estaba partindo de la risa, igual que el sintecho, inmersos en el mismo regocijo secreto.
La mujer se fijó más detenidamente en el hombre. Las canas se enraizaban en su barba, aunque la juventud brillaba en sus ojos.
En sus manos sostenía puñados de hojas caídas de los árboles, cuidadosamente apiladas y ordenadas. Los dos, el niño y el hombre compartían una carcajada espontánea, mientras miraban las hojas con lágrimas en los ojos.
Solo después de que la mujer le llamara dos veces el niño accedió a soltar las hojas y alejarse del hombre.
Aunque concernida, la madre permitió que los encuentros se repitieran. Cueando estaban juntos los ataques de risa les sobrevenían a la vez, al parecer bajo los mismos hechos.
El pequeño comenzó también a recolectar hojas. Las escogía con mimo, las estudiaba ceñudo. Desechaba algunas, atesoraba otras con avidez y todas le hacían reir.
Un día volviendo a casa el niño comentó distraido.
- ¿Sabes mamá? Ese señor es igual que yo.
-¿Ah, si?
-Si. Él también tiene cosquillas en la imaginación.

domingo, 17 de enero de 2010

Tabaco IV

Tengo dos carreras y un master. Gano cantidades de seis cifras al año. Dirijo un departamento con 40 personas con alta formación. Puedo hacer llorar a la gente sin ni siquera levantar la voz. Disfruto de coches rápidos, trajes elegantes, mujeres hermosas y restaurantes caros. La mía es la viva imagen de la seguridad, la confianza y la autoridad. Del éxito antes de los treinta. Pero no puedo evitar estremecerme, empapado de terror adolescente, cada vez que están a punto de pillarme fumando a escondidas en los baños de la oficina.

domingo, 3 de enero de 2010

Intrascendente

Llueve, Las gotas se estrellan contra el asfalto empapado, que brilla negro como un lago de ónice, salpica y arrancan destellos níveos de las farolas. Entre los dos me hacen pensar en las teclas de un piano, évano y marfil. Y por algún giro intrascendente del pensamiento pienso en el mar. Con el mar llegas tú.
Pienso entonces cómo no hace tanto tuvimos que huir de una lluvia parecida. Cómo el viento traía el frío que no te dejaba ni hablar. Ir a una tetería y no pedir té. Comprobar que contigo es mejor cenar dos veces antes que dar explicaciones.
Otro golpe de intranscendencia desvía el razonamiento. Muchas volutas sin importancia después regresas. Por que al marcharte te llevaste contigo el sol, cómo haces siempre, y aquí el calor no remonta (pero no me das envidia)
Solo nos falto un poco más de nieve, pero bueno, eso es intrascendente.
SFS