miércoles, 31 de diciembre de 2008

Cabos sueltos

La niebla bajó lentamente. Los peatones, obstinados, continuaban su camino hacia el trabajo, atravesando la capa de humedad que se filtraba en los abrigos y empapaba las bufandas.
Los dos hombres iban a la par, mirando al suelo, avanzando a paso vivo. Charlaban de forma animada, nada acorde con el frío de la mañana, que más bien invitaba a callar, apresurarse y permanecer el menor tiempo posible en la calle.

- Me han pedido que sea delegado sindical.
- ¿Y que vas a hacer?
- No lo sé. Es mucho curro, pero mientras sea delegado no me pueden despedir.
- Hablando de despidos, ¿Sabes a quien han echado?
- Ni idea.
- A Pura, la de Administración.

Entraron en un gran edificio corporativo. Se acercaron al puesto de seguridad de la entrada y pidieron unas indicaciones. Cogieron un ascensor y pulsaron el botón del piso 46. Uno de ellos revisó algo en su maletín.

- ¿Dónde vas a ir este año de vacaciones?
- Los niños están empeñados en ir a disneyland. Supongo que iremos de todos modos, pero les he dicho que si suspenden alguna nos quedamos en casa.
- Tus chicos han sido bastante aplicados. Nosotros no conseguimos que el pequeño se centre. Andamos siempre con academias y con historias.

El ascensor llegó al piso 46. Entraron en un bufete de abogados. Saludaron con una sonrisa a la secretaria, se anunciaron y pasaron al despacho de uno de los socios. Tras los saludos y presentaciones entraron en materia.
- ¿Cuál es su problema? –preguntó el abogado.
- Nuestro jefe está teniendo algunas dificultades con un tipo que está metiendo las narices donde no le llaman.
- Nuestro problema es usted. –Terció el segundo hombre.

Antes de que el abogado pudiera asimilar la última frase los dos hombres ya habían sacado dos pistolas con silenciadores y abrían fuego contra él.
Los asesinos permanecieron otro cuarto de hora en el despacho. Salieron despidiéndose.
- Muchas gracias, volveremos la semana que viene.

Dijeron adiós a la secretaria, de nuevo con una sonrisa. Cogieron el ascensor y pulsaron el botón de la planta baja.
- Una putada lo de Pura.
- Si, es una pena.
- ¿Dónde comemos?
- ¿Te apetece ir a un italiano?
- Vale.

Y al salir del edificio se dirigieron al restaurante.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Tabaco

Besteiros apuró el cigarrillo y echó un vistazo a su alrededor. El cuerpo presentaba las mismas marcas que los casos anteriores, las mismas laceraciones. Estaba claro que se trataba de su asesino. Dio un par de órdenes a sus hombres y comenzaron a trabajar. Le esperaba una noche muy larga. Y se estaba quedando sin tabaco.

martes, 18 de noviembre de 2008

Accidente de tráfico

Los neumáticos giraban casi sin fuerza. Cientos de pequeños cristales sembraban el asfalto alrededor del coche volcado. Los dos haces de luz de los focos iluminaban el quitamiedos arrancado de cuajo por el impacto. El amasijo de hierros era lo único que impedía que el vehículo se precipitara ladera abajo.

En el interior del coche un hombre luchaba por permanecer consciente. Intentó alcanzar el teléfono móvil, pero el cinturón de seguridad se había atascado y casi no le dejaba moverse.

El tiempo dejó de tener sentido y en un momento dado creyó escuchar el motor de otro vehículo transitando por la solitaria carretera. Por el fragmento de retrovisor que no había quedado reducido a pedazos vio dos faros acercarse y detenerse a pocos metros de él.

Un chico joven se bajó del coche y se asomó a su ventanilla.

- ¿Se encuentra bien? Espere aquí, voy a llamar a una ambulancia.

Se habría reído si no le doliera tanto el pecho. “Espere aquí” le había dicho. ¿A dónde pensaba que iba a ir? El muchacho volvió después de unos instantes.

- Llegarán enseguida. Me han dicho que no puedo moverle, pero que le de conversación para que no pierda la consciencia.

Entre estertores consiguió darle las gracias.

- ¿De donde venía?

Del puti, pero no iba a decírselo.

- Volvía a casa… no la vi… se me echó encima… ¿Puede quitarme el cinto?
- ¿No la vio?
- La chica de blanco, en la curva… Al esquivarla se me fue el coche y…
- ¿La chica de la curva? –el chico pareció dudar antes de seguir hablando- ¿Ha bebido?

Pues claro que había bebido.

- No… Por favor… Sáqueme del coche
- Huele a alcohol. ¡Joder! ¿Cómo puede ser tan irresponsable?
- No… Yo… Por favor, me duele –Gimió.

Empezaba a ver chispazos azules en los bordes de su campo visual. Tenía ganas de vomitar, pero el chico seguía presionándolo.

- ¿Cuanto ha bebido?
- No sé… poco.
- ¡Cuanto!
- Unas seis copas… y un poco de vino… por favor, me estoy mareando ¿tiene agua?
- No. ¿De donde viene?

El hombre del coche rompió a llorar.

- ¡De un club de carretera! ¡¿Vale?! Por favor sáqueme de aquí.

Las lágrimas bajaban por su frente hasta el pelo, arrastrando algunas gotas de sangre de los cortecitos abiertos por el impacto. El chico caminaba de arriba abajo furioso.

- Se va de putas, se emborracha y luego coge el coche tan tranquilo. ¡Ha podido matar a cualquiera!
- ¡Por favor! ¡Ayúdeme a salir!
- El mundo sería un lugar mejor si usted muriese en este accidente.

Arrimó el hombro al coche y empezó a empujar hacia el precipicio. En el interior el hombre gritaba.

- ¡Por favor! ¡Tengo mujer e hijos! ¡Soy una buena persona!

El chico volvió a agacharse para mirarle a la cara.

- No, no lo eres. ¿Sabes lo que habría hecho una buena persona? Una buena persona habría preguntado que ha sido de la chica de blanco.

Empujó de nuevo hasta que el quitamiedos destrozado cedió y el coche de despeñó colina abajo. Una chica con un vestido blanco apareció de entre unos arbustos detrás del muchacho.

- Este casi me pilla de verdad.
- Lo que hacemos es arriesgado, –respondió el chico- pero es lo mejor para todos.

martes, 28 de octubre de 2008

No quería repetir, pero un hilo de sangre ya le caía por la comisura

No quería repetir, pero un hilo de sangre ya le caía por la comisura. Siempre ocurría igual. Todo empezaba con una charla inocente, él se ajustaba las gafas en un gesto tímido, ella lo encontraban adorable. De un modo otro siempre acababan en el piso de ella. El último café, la última copa, algo de música… Él fingía una torpeza que le era impropia y ella reafirmaba su autoridad controlando la situación en su propio territorio. El poder nos vuelve tan insensatos… De modo que ella marca el paso, ambos intiman y él pierde el control.

Había vuelto a manchar el pantalón por la excitación. Se secó la boca con el dorso de la mano y contuvo las nauseas hasta que dio con el baño. Se desnudó después de vomitar y una vez dentro de la ducha abrió el grifo del agua caliente, sin importarle lo más mínimo escaldarse bajo el vapor. Se frotó furioso, intentando arrancarse el sudor y el arrepentimiento de la piel, a tiras así fuera la única forma.

Se secó con la primera toalla que encontró, mirando de vez en cuando al cuerpo desmadejado que yacía sobre la cama. La rutina que se había grabado a fuego en la mente se abrió paso entre la niebla de su pensamiento.

Ir a la cocina, guantes, lejía, limpiar todo lo que hubiera tocado, verter al menos la mitad de la botella de lejía en el plato de la ducha y en el váter. Colocar un cuchillo en la mano de la chica, ampliar la herida del cuello y masajear el corazón para simular una hemorragia en la herida post-mortem. Cuando la encontraran sería un suicidio entre otros.

- Te estoy aburriendo- La voz de la chica le sacó de su ensimismamiento.

La miró con esos ojillos tímidos mientras se subía las gafas.

- No, perdona. Te pareceré un estúpido, pero por un momento estaba tan a gusto que no me di cuenta de que no estaba sólo.- De forma inconsciente usaba palabras con muchas ese y erres suaves, de tal forma que transmitía una sensación de sosiego a su interlocutora,- Bueno, así dicho en voz alta si que suena bastante a delirio.
- A mí me suena bastante tierno. –Le tocó levemente los dedos de la mano derecha- ¿Qué te parece si subimos a mi piso a tomar la última copa y me cuentas en que estabas pensando?
- De acuerdo. –Sonrió al borde del sonrojo de nuevo.- Pero sólo era un dejá vu.

lunes, 27 de octubre de 2008

Kobain intuyó

Lo terrible del más allá es que no hay nada más allá de lo que vemos aquí. Al morir nuestras almas vuelan y se trasforman en pajaritos que con su piar nos advierten de que no malgastemos el tiempo, que no dotemos de poder a los mentirosos, pues no hay nada más y que al morir nuestras almas vuelan y se transforman en pajaritos que intentan advertirnos con su piar.

Lo peor de todo es que tenemos esa verdad inconmensurable cada día, pero ignoramos a los pajaritos y su mensaje de la verdad, pues no les entendemos y su piar nos parece vacío de contenido y propósito.

Si entendieramos su idioma de pureza sabríamos la verdad, pero no lo sabemos. Nunca despertaremos a la verdad. Moriremos y seremos pajaritos, desesperados por hacer ver a la gente lo futil de su existencia. Sin lograrlo.

martes, 7 de octubre de 2008

El cuervo y la sirena

El pequeño pájaro negro se posó en las ramas bajas del árbol. No estaba seguro de seguir la dirección correcta, así que resolvió preguntar a alguien por el camino. A los pies de aquel árbol descansaba un hombre vestido con una estrafalaria ropa de llamativos colores y cascabeles cosidos por todas partes. Tenía algo entre las manos.
- Perdonad –graznó- estoy buscando algo y tal vez vos podáis ayudarme.

De entre las manos del hombre surgió revoloteando un hada que se acercó curiosa al cuervo le lanzó un guiño y corrió a esconderse de nuevo entre los ropajes del curioso personaje.
- Veo que le has caído bien a mi musa – dijo con una carcajada- ¿en que puedo ayudarte?
- Verá… –comenzó el cuervo- estoy buscando… una sirena.
- ¿Una sirena? –el hombre no parecía sorprendido- ¿y por que la buscas? ¿Te vale cualquier sirena o buscas alguna en concreto?
- Oh, no, mi sirena es especial. Está hecha de sol y agua del mar y cuando canta lo hace sólo para mí.

El hombre se llevó la mano a los ojos y negó con la cabeza.
- ¿Un cuervo y una sirena? Suena a locura.
- Lo sé, pero no puedo evitar sentir la necesidad de buscarla. Apareció un buen día en la meseta en la que vivo. Hicimos un trato, ella se llevaría una de mis plumas y yo me quedaría con una de sus escamas, y cada poco intentaríamos volver a vernos para asegurarnos de que el trato sigue en pie hasta la próxima vez.
- Ya veo…- El hombre miró al pájaro con resignación y señaló al horizonte con el dedo.- Las sirenas viven por allí, así que prueba en aquella dirección.

El cuervo no esperó más indicaciones e inició el vuelo. El hombre le dedicó unas últimas palabras.
- Vuela hacia el sur cuervito, pero asegúrate de no perder el norte.

Cuando el pájaro se perdió en la distancia el extraño personaje miró al hada que bailaba en la palma de su mano.
- ¿Y a ti que te parece?
___________

Para todos los que indicaron al cuervo hacia donde volar (no os nombro pero os pienso)
Y sobre todo para TÍ

Moloqai

Sangre. La clave de todo estaba en la sangre. No quería caer en incomprensibles explicaciones misticistas acerca de lo que podía hacer, prefería considerarlo magia, o como mucho el camino hacia un nuevo campo para la ciencia.

Morgan era el típico estudiante superdotado de instituto. Brillante en las ciencias pero nulo para las capacidades sociales, no digamos ya las físicas. Un empollón a todas luces. Delgado, desgarbado, con el pelo negro y corto, siempre engominado hacia arriba. Normal dentro de lo que cabe, si no fuera por sus habilidades.

El proceso era relativamente sencillo. En sus largas incursiones a bibliotecas, librerías de viejo y colecciones privadas había descubierto una serie de antiguos legajos y tratados sobre alquimia que hablaban de ciertos símbolos que eran a la vez significante y significado, un metalenguaje con el que se podía describir cualquier cosa. El problema era que esos símbolos no podían ser registrados sin desatar el elemento al que hacían referencia, por lo que cada alquimista debería desarrollarlos desde cero según su propia intuición.

Así, Morgan comenzó a investigar, tratando de crear sus propios símbolos. Sabía que era una perdida de tiempo, pero al menos llenaba la ausencia de una vida social. Una tarde estaba tallando el símbolo del fuego en una cuña de madera. El fuego era el único símbolo con el que estaba a gusto. Si existía, se decía, debía ser ese. Morgan podría ser muchas cosas, pero un artista no se encontraba entre ellas. La navaja con la que estaba trabajando se le resbaló entre los dedos y se hizo un corte en el índice, poco profundo, pero muy sangriento. Apenas había sentido dolor, pero se quedó contemplando la sangre que manaba lenta de la herida. El fuego es rojo, pensó. Sin saber muy bien por que trazó el símbolo en el trozo de madera y tras unos segundos empezó a arder. Nunca nadie había visto sonreír a Morgan del modo en el que lo hizo aquella vez.

Desde entonces Morgan había mejorado mucho. Había desarrollado más símbolos, espoleado por la perspectiva de lo que era capaz de hacer, entre ellos todas las variantes de fuego que se le habían ocurrido: explosión, calor, humo, luz.… Había limado la hebilla de su cinturón hasta darla filo en una de sus esquinas. Había descubierto que no necesitaba pintar sobre ningún objeto. Cuando dibujaba sus símbolos, la sangre se quedaba suspendida en el aire, como si la hubiera aplicado sobre un lienzo invisible.

Todo cambió para Morgan gracias a su don. Sus calificaciones habían bajado, ahora tenía otras cosas en la cabeza, pero los matones de su clase aún lo tenían señalado como un empollón. Un día en el patio, mientras esbozaba nuevos símbolos en una libreta, tres chicos fueron a por él. No tenían nada en mente, no querían hacerle daño de verdad, sólo reírse un poco de él, lo normal. Pero Morgan los vio venir. Cuando aún estaban a cierta distancia se abrió dos pequeñas llagas en los dos índices, y se dibujo es símbolo de la fuerza en ambas palmas. Aunque luchó por contenerse, aguantó dos empujones antes de hacer volar tres metros hacia atrás a uno de los chicos de un puñetazo. El resto fue un poco confuso. Morgan no se había peleado nunca. Mejor dicho nunca había estado en el lado de los que repartían, así que sus movimientos no eran ni elegantes ni depurados, pero aún así ganó. La sensación era indescriptible, la adrenalina golpeando en las sienes, el orgullo de haber hecho justicia, el hecho de no ser él el que lloriqueaba humillado en el suelo y sobre todo el poder con el que se sentía envestido.

El resto del instituto parecía no reaccionar ante lo que acababa de ver. Todo el mundo le miraba boquiabierto, como si lo que acababa de pasar no fuera posible ni encajara con su esquema de la realidad. Morgan decidió que lo más sensato era marcharse. El sudor había corrido los símbolos de sus manos y los tres muchachos habían empezado a levantarse.

Corrió hacia el interior del edificio. Aún faltaba mucho tiempo para que sonara el timbre que los devolviera a sus clases. Se encerró en el laboratorio de química, sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra una mesa, tratando de recobrar el aliento después de la pelea.

- Eso que haces es demasiado arriesgado.- dijo una voz desde el fondo de la sala en penumbras.
- ¿Quién está ahí?- preguntó poniéndose en pie de un salto, asustado.
- ¿No me reconoces? -Un hombre de unos cuarenta años y el pelo largo cano, recogido en una coleta avanzó hasta ponerse a unos tres metros de Morgan- Pensé que si habías recuperado parte de tu poder también habrían vuelto tus recuerdos. De todos modos has cambiado mucho.-dio un paso hacia él- ¿Qué fue lo de ahí fuera? ¿Ira? ¿Envidia? ¿Venganza? No eran pecados en los que solieras incurrir.
- No sé de que poder me habla, -llevó lentamente un dedo hasta la hebilla- pero creo que no soy la persona que está buscando.
- No busco personas, sino almas, y la tuya brilla como ninguna otra que haya visto antes. Pero no te emociones, No te busco a ti, Morgan, triste humano sin amigos. Busco lo que queda de una entidad espiritual superior, enraizada en tu alma por mera casualidad.-Otro paso más cerca.- Tú no me interesas.
- Cállese- Morgan apretó un dedo contra la esquina afilada de su cinturón, haciendo brotar una gota de sangre.
- No eres nadie Morgan. No eres especial. No eres nada.
- ¡Cállese!- gritó Morgan con lagrimas en los ojos mientras empezaba a dibujar el símbolo del fuego frente a la cara del desconocido.

El hombre extendió el brazo y atrapó la mano del muchacho antes de que acabara el dibujo. Con la otra mano, a la velocidad del rayo, le hizo un tajo con una uña en la muñeca. De la herida no salió sangre, sino un borbotón negro y espeso. Morgan estaba paralizado de terror. La herida se cerró sola.

- Perdóname.- Dijo el hombre soltándole la mano.- Pero necesitaba provocarte para sacarte eso del cuerpo.
- ¿Qué era?- dijo Morgan frotándose la muñeca. Pese a su edad el hombre tenía mucha fuerza.
- Volver a usar tanto poder sin comprenderlo del todo, sin que tu cuerpo ni tu alma estuvieran preparados, te estaba corrompiendo. Y era imprescindible purificarte antes de que tomaras consciencia de ti mismo.
- No entiendo nada. ¿Consciencia de mí mismo? Entonces, todo lo que dijo era…
- Mentira, si. Dime Morgan, ¿Cuánta gente conoces que pueda hacer lo que tú con una gota de sangre? ¿Cuánto tardan en cerrarse los cortes que te haces? Claro que eres especial. Más que eso, eres un Moloqai.
- ¿Un qué?
- Siéntate, quiero que escuches una historia.

martes, 16 de septiembre de 2008

Penitencia

El silencio de la noche fue su aliado. Poco a poco, paso a paso, el crepitador, un insecto de cenizas, humo y un rescoldo por corazón, fue reptando por el suelo ennegreciendo el musgo sobre el que pasaba. Esta criatura, que nace de los troncos de árboles que han sido alcanzados por un rayo, es en verano un terrible enemigo, pues al estar todo mucho más seco es cuando más sencillo le resulta provocar incendios, actividad en la que encuentra un oscuro placer.

El musgo dio paso a la hojarasca y así llegó inadvertido hasta el mismo corazón del bosque, la guarida del Espíritu Lobo. El soberano del Bosque supo enseguida que algo iba mal. El leve resplandor que emitían las extremidades del pequeño elemental de fuego quedaba fuera de su campo de visión, pero el olor a quemado no escapó a su finísimo olfato. Despertó al instante a su manada y con un potente aullido advirtió al resto de habitantes del bosque del peligro. Al cabo de unos momentos todas las criaturas buscaban al peligroso intruso. Si se desataba un fuego no tendrían medios para luchar contra él, y mucho menos sofocarlo.

Fue el hijo del Espíritu Lobo, el primero de su raza, el que encontró al crepitador. Acababa de alcanzar la edad adulta, así que en sus venas bullían la energía y las ganas de ganarse el respeto a los ojos de su padre, por lo que, sin apenas conocer nada de su enemigo, lanzó sobre él la furia de sus colmillos.

El insecto estaba ardiendo, por lo que nada más dar la primera dentellada el Heredero se abrasó el hocico. El instinto de supervivencia del crepitador actuó por él. Aspiró aire hasta alcanzar el doble de su tamaño y roció una lluvia de chispas sobre el primer lobo, hiriéndole en el rostro. Algunas de las chispas alimentadas por el soplo del insecto prendieron las hojas del suelo en llamas, que se expandieron por todo el claro. El intruso estaba hinchándose otra vez, pero las pezuñas del Espíritu Ciervo lo aplastaron a tiempo antes de que volviera a escupir.

-¿Estás bien, Heredero?

La mitad del rostro le escocía como si le clavasen mil agujas al rojo vivo. Olía a carne chamuscada y solo veía por un ojo.

-Si, Espíritu -mintió-. No es nada.

El Espíritu Ciervo iba a añadir algo más, pero las llamas seguían creciendo y tenía que asegurarse de que la progenie que había creado a su imagen y semejanza seguía bien. Que el Espíritu Lobo se ocupara de los suyos.

Las llamas devoraban todo a su paso. Aquel fuego parecía un ser vivo que se extendía calcinando cuanto encontraba. Los habitantes del bosque comenzaron una huída desesperada hacía el sur, perseguidos por el terrible resplandor del horror que crecía a sus espaldas.
El Espíritu Oso y los suyos comenzaron a derribar árboles en un cinturón alrededor del fuego, pero de nada sirvió pues el aire arrastraba cenizas y rescoldos que abrían nuevos frentes por todas partes.

Todos los espíritus coincidieron en que lo más sensato era renunciar al bosque y salvar su propia vida y la de sus vástagos. Encontrarían otro lugar donde vivir.
Pero una suave voz se alzó en contra. Se trataba del Espíritu Cuervo, apenas un recién llegado al bosque que aún no había creado su estirpe. Poseía un hermosísimo plumaje blanco, rematado con algunas plumas de un majestuoso azul eléctrico en la cola y las alas, tan puro como su voz. Había llegado a ellos una noche, nacido del reflejo de la luna en un lago. Por eso le parecía injusto renunciar al bosque, pues apenas había tenido tiempo para disfrutar de su belleza.

- Aún tenemos una posibilidad -dijo-. Volaré alto, hasta las nubes, y hablaré con el Espíritu de la Tormenta. Le pediré que descargue sobre nosotros. ¡Podemos salvar el bosque!

- No te escuchará -contestó el Espíritu Lobo-. Mira el cielo, no le dará tiempo a prepararse. Además… somos demasiado insignificantes

- ¿Y te rendirás sin intentarlo, Soberano del Bosque?

Usar el título del Espíritu Lobo en esas circunstancias era casi un insulto. El Soberano del Bosque juraba por su vida y su honor defender su hogar de cualquier peligro. Era su fracaso hecho palabra.

- Parte ya -gruñó.

El Espíritu Cuervo echó a volar entre los árboles que aún no ardían, ganando altura, pero pronto se vio rodeado de llamas que reían burlonas. El calor era insoportable. El humo inundaba sus pulmones y le impedía la visión. Voló a ciegas mucho tiempo, evitando las ramas que caían de manera instintiva. Las altas temperaturas iban consumiendo su cuerpo y sus energías. La desesperación hizo presa en él cuando algunas de sus plumas se prendieron. Voló durante casi una hora sin alcanzar siquiera la copa de los árboles más bajos. Todo su cuerpo estaba tiznado de ceniza y hollín. Cuando sintió que las fuerzas lo abandonaban empezó a pensar que no lo conseguiría y que se reuniría con la Dama Oscura, pero en ese momento atravesó el techo vegetal del bosque, el verde dosel – ahora negro – de ramas y hojas. Lo que vio entonces le horrorizó.

La inmensidad del bosque ardía. Solo un pequeño sector al sur aún estaba a salvo, donde los espíritus y sus chiquillos resistían. Debía darse prisa.

En el suelo comenzó a crecer la esperanza. Quizás lo consiga, quizás le escuche, quizás nos ayude. El Espíritu Búho comentó en voz alta que aún había una oportunidad. Todos confiaron.

El Espíritu Cuervo llegó a un cúmulo de nubes y con la voz reducida a un graznido pidió audiencia. No hubo respuesta. El Espíritu Lobo tenía razón. El Espíritu de la Tormenta no estaba allí. No había salvación. Al mirar hacia abajo vio que habían tenido que retroceder, pero que aún no habían abandonado el bosque. Comprendió al ver las llamas rodeándolos que o se marchaban ya o no se marcharían nunca. Inició el descenso en picado, con lágrimas en los ojos por la velocidad y la impotencia. Según descendía sus plumas se iban deshaciendo en cenizas.

El Espíritu Ciervo no pudo contener a los suyos mucho más tiempo y acabó dando la orden de retirarse. El Espíritu Búho no tardó en seguirlos con su progenie. El Espíritu Araña y sus hijas fueron tras ellos. Ramas envueltas en fuego comenzaron a caer, aplastando a algunos vástagos del Espíritu Jabalí. Entonces cayó del cielo el Espíritu Cuervo, con llamas lamiéndole el cuerpo. El esfuerzo y la temperatura habían reducido su cuerpo a la mitad, su voz rota era un graznido y su plumaje, otrora níveo, ahora lucía negro como las columnas de humos que se alzaban a su espalda. Habló casi sin resuello.

- No lloverá -dijo en un estertor-. Huid.

- Malas noticias nos trae tu orgullo -dijo el Espíritu Lobo-. A partir de ahora será tu destino.

- Será mi penitencia -graznó.

Todos comenzaron a huir, aunque no todos lo lograron. El bosque fue destruido y los Espíritus y sus vástagos tuvieron que buscar otro hogar. El Espíritu Cuervo creó por fin su progenie, a su imagen y semejanza. Nos creó a nosotros. Por eso nuestros cuerpos son pequeños, nuestras voces graznidos y nuestras plumas negras.

Los polluelos le miraban boquiabiertos como él una vez miró a su padre. Todos los cuervos debían conocer la historia de su origen. Debían comprenderla para comprender por qué el más rápido y más resistente de cada generación tenía que volar hasta nubes en un viaje del que tal vez no volviera. Para comprender por qué él debía ir en busca del Espíritu de la Tormenta para pedirle que descargue sobre ellos y limpie sus plumas y su nombre, para volver a ser grandes, blancos y de voz pura. Para comprender el alcance de su penitencia.

martes, 9 de septiembre de 2008

Utilizamos palabras cada vez más simples para hablar de sentimientos cada vez más complicados

M kgo n l pto lnguag sms (y Lola Herrera también, que me lo ha dicho esta mañana)

sábado, 6 de septiembre de 2008

Ana Frank

Esta mañana mientras llegaba, como siempre, tarde, al trabajo, me crucé con un vagabundo habitual de Valladolid. Uno extremadamente delgado, con el pelo largo y barbas, que muchas veces se deja ver en las escaleras de la iglesia de la Plaza de España bebiendo una lata de cerveza y comiendo las piezas finales de los embutidos que nadie quiere y le regalan en los supermercados.
No tendría nada de especial si no fuera por que iba leyendo con mucho interés un ejemplar del diario de Ana Frank, levantando la vista del libro solo para evitar tropezar con papeleras y los palés de ladrillos de las obras de la zona (la gente de a pie simplemente le evitaba). No me extrañó que un indigente disfrutara del placer de la lectura, pero me hizo pensar que mucha gente que presume de su, en teoría, mayor posición social, poder adquisitivo e higiene (esto último es indudable), no conoce la obra, o siquiera ha oído hablar de ella. (¿Ana Frank?¿Esa rubia del Gran Hermano alemán?)
Y de nuevo me doy cuenta de que la cultura y la educación dan más posición que el dinero o vivir en un barrio exclusivo. Que la gente bien de coches rápidos y marcas caras no tienen por que ser mejores personas que el sin techo que va leyendo distraidamente por la calle.
Ahora solo falta que alguna productora lea esto y saque la idea de hacer un reality en un campo de concentración, el gran prisionero, y gana el último que quede vivo.
Asco de gente.

martes, 26 de agosto de 2008

Mignola

Cuando a Hombre se le acercó la hora de morir le asaltaron las dudas. ¿Permitiría Dios que Hombre volviera después de su última hora? Aún había muchas cosas que experimentar. Como Hombre tenía que cuidar que Fuego no se extinguiera le confió a Perro, su mejor amigo, la misión de ir a rogarle a Dios que permitiera a Hombre regresar después de la muerte.

Perro devoró los caminos hasta la morada de Dios, pero antes de llegar se detuvo a recuperar fuerzas junto a Rana, quien preparaba sopa.

"He de pedirle a Dios que permita regresar a Hombre después de la muerte. Por favor dame un cuenco de sopa para que pueda continuar", dijo Perro a Rana. Hombre había secado a Río para poder cultivar. provocando la muerte de muchos familiares de Rana. Si Hombre volvía después de la muerte Río nunca se recuperaría.

Perro retomó el camino después de haber descansado. Llegó a la morada de Dios y le transmitió la petición de Hombre con la más conmovedora melodía de aullidos y palabras. Narró su amor a la vida y su deseo de disfrutarla plenamente. Cuando acabó Dios estaba llorando.

Pero Rana había llegado antes.

lunes, 2 de junio de 2008

Getafe Electric Festival greatest moments

Serj Tankian: Thanks Madrid, see you soon, goodbye!!!
Samuel desde la cola: NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!
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en el concierto de Metallica:
Miguel: Uy, pues parece que se retrasan y que vais a tener que esperar para verlos
Samuel: Tú en cambio tendrás que esperar el resto de tu vida para ver a Nirvana, hasta que te mueras y les veas actuar en el infierno al que vais los grunges.

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Multitud de más de 50.000 personas: AND NOTHING ELSE MATTERS!!

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Samuel: Acabo de conocer al cantante de Skunk DF!!!!!!!!!!!!!!
Todos los demás: ¿Y esos quien son?
Samuel: ...panda de hijos de puta...

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De camino a casa:
Del Hoyo: Mirad, el jamaica!
Jose: Pues es el negocio de hostelería con más beneficios de toda Castilla y León
López: Mamadilla y venérea 20€, tratamiento para la venérea 200€, decirle a tu mujer que se haga las pruebas de la venérea no tiene precio.

martes, 13 de mayo de 2008

El mundo cada vez me gusta un poquito menos

Un hombre va al médico. Dice que está deprimido. Dice que su vida parece dura y cruel. Dice que se siente solo en un mundo amenazador en el que lo que le espera siempre es vago e incierto.

El doctor dice, "El tratamiento es sencillo. El gran payaso Pagliacci ha venido a la ciudad. Vaya a verlo esta noche, con eso se animará."

El hombre empieza a llorar.

- Pero doctor...
... Yo soy Pagliacci.

domingo, 9 de marzo de 2008

Incertidumbre (o de cómo Beethoven perdió su mala suerte)

El muchacho entró en el bar intentado ver algo por encima de las cabezas de la gente. A empujones logró llegar hasta la barra. Puso toda su voz y su empeño en pedir dos cervezas, pero por lo visto, él era una de esas personas con la curiosa capacidad de colocarse en el punto de la barra que ningún camarero tiene asignado. Cuando por fin se hizo escuchar la chica detrás de la barra lo miró con extrañeza.

- Dos cervezas, ¿Para tí solo?
- Pero si no he venido solo, estoy con mi mala suer...- Se giró para mirar a su alrededor.- ¿Dónde está? No puede haberse esfumado así como así.

Y entonces te oyó decir.

-No me gusta la cerveza, pero pero si quieres puedo quedarme contigo.

(No fue exactamente así, pero lo que cuenta es el recuerdo ¿No?)

y hoy... hoy me siento un poco idiota

miércoles, 5 de marzo de 2008

Soy el mendigo que sólo acepta sueños (el esgrimista)

- Soy el mendigo que sólo acepta sueños.
- Me parece muy bien señor, pero o se marcha de mi puerta o llamaré a la policía.

Julián se encontró con el mismo espectáculo de todos los días a la puerta de la academia de esgrima. El fardo de ropa bajo el que se adivinaba una persona había vuelto a bloquear las escaleras de acceso, y como cada día, el encargado de turno le echaba de allí.

Entró sin saludar a nadie, como siempre, o mejor dicho, no hubo nadie que le hablara para poder devolverle el saludo. En los vestuarios se cambió en silencio, sin levantar la mirada hacia el resto de muchachos de su grupo, que le lanzaban envenenadas miradas de soslayo.

Era un chico moreno, de piel pálida. Delgado aunque bastante fibroso. Los años de disciplina marcial y manejo de la espada habían conferido a su cuerpo una resistencia, fuerza y agilidad superior a los de cualquier deportista de élite. Pero aún así se negaba a participar en los torneos y campeonatos, a pesar de ser el mejor espadachín de toda la ciudad, puede, que del país. Se había apuntado al primer curso de esgrima para conocer gente, superar su timidez y tal vez, aumentar su autoestima. Pero de nada había valido. Su superioridad técnica le había valido el rencor de todo contra el que cruzaba los sables de entrenamiento, lo que confundía a Julián aún más. ¿Por qué lo odiaban, si todo lo que hacía era mejorar? ¿No se suponía que era para eso para lo que acudían a entrenar?

Una vez en la sala de entrenamiento comprobó con fastidio quien sería el instructor de aquella tarde. Matías, uno de los raros casos en los que los alumnos se convertían en maestros, pero con todo y con eso, inferior a Julián. En cuanto sus miradas se cruzaron, ambos supieron cual sería el ejercicio que realizarían.

- Julián, ¿Cuánto tiempo llevas practicando esgrima?- le interpeló el instructor.
- Diez años, la mitad de mi vida.
- Entonces coincidirás conmigo en que no sería justo para los menos experimentados enfrentarse cara a cara a ti.
- Es verdad. No sería justo ni siquiera para ti. –Sonrió mientras se ponía el visor protector.- ¿Cuántos a la vez?
- Cinco. –contestó Matías apretando los dientes.– Contándome a mí.

Julián se colocó en el centro de la sala, mientras Matías y otros cuatro de los más avanzados tomaban posiciones a su espalda y a sus flancos, en tensión, listos para atacar. Y ese era su error. Según concebía Julián la esgrima, no se trataba de la tensión o la fuerza, si no de fluir, de ser las ondas que levanta una piedra al caer en un lago. La piedra se hundiría pero las ondas se convertían en olas.

Iniciaron el movimiento a un gesto de Matías, pero dos de ellos se adelantaron. Con la suavidad de una brisa paró la estocada del primero y trabó el sable del asaltante contra el que se le acercaba por detrás. Girando sobre sí mismo, siguiendo la corriente de movimientos que se había desatado, golpeó en la rodilla al que quedaba a su espalda y en las costillas al hombre de su izquierda con el mismo tajo de la espada embotada. Con dos gráciles pasos llegó hasta Matías. Fintó un ataque que de haberle acertado le habría partido el cuello. Golpe lateral al codo, estocada al hombro y descendente a la muñeca.

Se escuchó un crujido que detuvo a todo en seco. Matías, desarmado y con la muñeca posiblemente rota, se quitó el visor y se sujetó la mano derecha sollozando.

- ¡Estás loco! – Le gritó el instructor mordiéndose las lágrimas. – Haré que te expulsen por esto.

Julián estaba confuso. No sabía bien como actuar. Ninguno de esos cinco tendría ningún problema en partirle las costillas de un tajo, pero la derrota les dolía más que los golpes.

- Lo siento.- Musitó.

Los alumnos se marcharon de inmediato, para acompañar a Matías a urgencias. Julián se quedó solo de nuevo. No quería llorar. Se dijo que no debía llorar. Pero lloró. Bajo el visor notó como se le empapaban las mejillas. No seas la roca, se las ondas, se decía una y otra vez. Respira, fluye, se las ondas. Para intentar tranquilizarse y conjurar el dolor empezó a repetir las catas más básicas, subiendo de complejidad poco a poco. Se liberó del visor y de la pechera abotonada de cuero negro. Disfrutó de la sensación que dejaba sobre su piel el aire que desplazaba su cuerpo. Por fin su respiración, sus movimientos y su mente caminaban en la misma dirección. Por fin fluía.

- Es hermoso.

Una voz al fondo de la sala rompió su concentración. Se volvió en posición de guardia de manera instintiva. Un joven de pelo negro, vestido con una estrafalaria mezcla de ropajes le miraba sin perder detalle.

- ¿Quién eres? – Preguntó Julián sin bajar la espada.- ¿Cómo has entrado?

El extraño chico dobló una capa negra y la posó en el suelo, junto a un viejo paraguas pardo.
- He entrado por la puerta, pero no me ha visto nadie. Llevo aquí desde que empezasteis a entrenar. Fue hermoso.
- ¿El qué? –Contestó con sarcasmo. Le había parecido reconocer en la voz del muchacho al mendigo de la puerta, aunque no estaba seguro- ¿Cómo le partí la muñeca?
- No –Replicó con calma.- Cómo danzabas
- No era danza, era un combate
- ¿Cuál es la diferencia? Ellos estaban descompasados, pero tú te adaptabas a sus movimientos. Tu cuerpo respondía a los suyos con una precisión casi coreográfica. Disfruté viéndote, y ahora cuando practicabas solo, observé que tu también lo notabas, como si todo a tu alrededor se pausara y se detuviera.

Julián ya no tenía ninguna duda. Bajo los andrajos del mendigo se ocultaba aquel chico, pero había algo en su voz, que le hacía pensar que no cabía en sus palabras ni un atisbo de mentira, algo en sus ademanes que le traía a la mente el recuerdo de algo regio y mágico que no acababa de atrapar del todo.

- Quiero que me enseñes a danzar como tú.- dijo de repente el muchacho moreno.

Julián tardó en reaccionar. Recogió la pechera y mientras negaba con la cabeza comenzó a hablar.

- Es imposible. Para llegar a mi nivel tardarías años, y no se si soy la persona más indicada para enseñarte. Y sólo tengo una espada. Aunque quisiera no podría.
- Pero yo aprendo deprisa.- con una sonrisa blandió el viejo paraguas como si fuera un florete.- y tengo mi propia espada
- ¡Si eso no es más que un para… -Antes de acabar la palabra la superficie del paraguas se deshizo, cayendo a la tarima como una lluvia de arena y dejando ver su verdadera forma: una reluciente espada de cristal negro.- ¿¡Cómo lo has hecho?! ¡Es preciosa! ¿De dónde la has sacado?
- La robé. –La expresión de su rostro cambió unos instantes.- Negra y brillante, como su melena.

Casi sin ser consciente cargó contra el desconocido. Se concentró en acosar en los puntos donde había más presión. La roca se hunde. Pero sin perder la sonrisa el vagabundo comenzó a parar sus golpes de forma diferente, acompañando el movimiento, dejando que la fuerza se diluyera. Las ondas se hacen olas. Combatieron durante horas, a lo largo de toda la sala. Hasta que estuvieron tan igualados que el vencedor resultó ser el cansancio.

Se dejaron caer en la tarima extenuados.

- Nunca había luchado contra nadie a este nivel.- dijo Julián en cuanto pudo hablar.- Tú ya sabías esgrima.
- Es posible. –Resopló el otro joven.- Pero necesitaba que alguien me recordara que era capaz de ello.
- ¿Cuál es tu nombre?
- Lago. Son las iniciales de un larguísimo nombre compuesto, pero me gusta más así.
- ¿Qué eres?
- No lo recuerdo. Puedo hacer cosas con las que vosotros sólo soñáis. Pero no soy capaz de recordar quien o que soy. Hasta ahora me bastaba con ir consiguiendo objetos que me recordasen a ella.
- ¿A quién?
- No lo sé. Sólo tengo su imagen. Intuyo que es importante, pero logró encontrar en mi mente el porqué. Pero ahora quiero averiguarlo. Por eso te necesitaba. A veces siento cosas que no pertenecen a este mundo. Y voy a enfrentarme a ellas.
- Estoy empezando a pensar que Matías logró golpearme primero y que ahora mismo estoy inconsciente y soñando todo esto.

Lago sonrío y se puso en pie. Le tendió una mano para ayudarlo a levantarse.

- Te puedo asegurar que soy tan real como tú. Pero no se a que nivel.- Julián aceptó la ayuda de Lago. Los dos quedaron frente a frente.- Necesito que vengas conmigo. No tengo razones ni argumentos, sólo la imperiosa necesidad de que me ayudes.
- Yo… -Julián pensó un instante. No tenía dudas en cuanto a que era una locura. Pero tampoco las tenía sobre lo que deseaba hacer.- Iré.

Una sonrisa más amplia que nunca recorrió el rostro de Lago. La espada volvía a ser un paraguas. El muchacho se agachó para recoger su capa.

- Prepárate. Tenemos que ir a visitar a una vieja amiga.
- ¿Cómo se llama?
- Marga.

domingo, 2 de marzo de 2008

PARA ELiSA (Beethoven perdido en la noche)

Ni yo soy sordo ni tú polaca, pero que se le va a hacer, las reencarnaciones son caprichosas. Cuando salí el sábado con una nube de mala suerte tronando y descargando sobre mi cabeza no esperaba encontrarme gran cosa. Tal vez lo de siempre, y por el curso de la noche tenía visos de ser así. Pero quiso la casualidad (caprichosa igual que las reencarnaciones) que me cruzara con la persona adecuada en el momento adecuado y que nos pusieramos de acuerdo para ir a visitar a un impresentable proyecto de administrador y director de empresas -y mejor persona- a la antigua cervecería.
Y una vez allí me encuentro con la ligera sensación de que tal vez (remotamente, como mucho) mi suerte cambie. En esta ocasión, ya que más de una casualidad por noche sería demasiado, recurro a la picaresca. Me presento, te presentas... y me quedo en blanco.
Hay silencios que lo dicen todo, pero me temo que no era nuestro caso. De todos modos, la conversación va saliendo -con menos fluidez de la que se me presupone en un primer momento- y tras mucho negociar llegamos a un pacto. Yo escribo esto, y tú a cambio... tú a cambio... bueno, parecer ser que es cierto eso que decías acerca de la incertidumbre.

viernes, 15 de febrero de 2008

Cuando clavas tu pupila en mi pupila

Llego tarde al bar, pero se que sus ojos azules me van a estar esperando en la mesa del fondo. Me siento en la silla frente ella, que tuerce la boca enfadada mientras el marrón de sus ojos ríe. Nos reímos los dos. Pido una infusión, color avellana, como el iris que abraza su pupila. Hablamos durante horas, la infusión se enfría y cada vez que su mirada verde se posa en la mía me da un vuelco al corazón. Cerramos el bar y las estrellas arrancan un destello violeta en sus ojos. Paseamos, no me atrevo a cogerla de la mano, pero no puedo dejar de mirar sus ojos negros. Saltamos el cartelito que dice “prohibido pisar el césped” y nos sentamos en la hierba. Empezamos a hablar a la vez, reímos y callamos. Me quita el aliento al taladrarme con esas dos ventanas color miel que dan a su alma.
-¿En que piensas?
-En nada.
Callamos, ella contrariada, yo cohibido. Respiro.
-En que me encanta el color de tus ojos.

domingo, 27 de enero de 2008

El ladrón de cosas bonitas

El sisear del aire rompió el silencio, y tras una canción silbada a media voz al entrar por la ventana a medio abrir devolvió el silencio a la casa. Nada más.

- Se que estás ahí- dijo tapándose con la sábana hasta la nariz.- Te he visto y no me das miedo.

La niña que soplaría seis velas en un par de meses temblaba bajo las sábanas de avioncitos estampados. Había algo o alguien en su habitación. Encendió la luz de su mesita y la figura de un muchacho espigado y delgado se pudo adivinar detrás de un enorme osazo, bien merecedor de ese nombre, de peluche. Lucía una brillante media melena de pelo liso y negro, cubierta por un raro sombrero con una pluma de un brillante azul oscuro. Por lo demás su ropa se podía definir como cualquier cosa menos normal, a medio camino entre un disfraz de mimo, un uniforme o un traje antiguo. El joven, un poco contrariado, salió de su peludo parapeto, se alisó la estrafalaria ropa con la que iba ataviado y se aclaró la garganta.

- Vaya, vaya. Así que me has visto y no te doy miedo, ¿eh?... que niña tan valiente... bien, pues ya que me has visto a mí y yo te he visto a ti, la etiqueta marca que nos presentemos.- hizo una intrincada y rocambolesca reverencia quitándose el sombrero e inclinándose tanto que las puntas de su pelo llegaron a rozar el suelo.- Mi nombre es Lucio Alberto Guillermo Osvaldo de Risatriste, mago, piloto, camarero ocasional y ladrón de cosas bonitas. Y vuestro nombre es...

Su voz sonaba dulce y acompasada como una de esas melodías que no te dejan moverte hasta que acaban. La niña le miraba boquiabierta, sin saber si entregarse por completo a la risa o al asombro, o reírse asombrada, que parecía la opción más cabal.

- Me llamo Marga... ¿De verdad eres un ladrón? ¿Me repites tu nombre? ¿Qué haces aquí?

- Bien doncella Marga, en respuesta a vuestra pregunta os diré que si, efectivamente soy un ladrón, pero no te creas que un vulgar ladrón de dinero, no. Uno como nunca has visto, uno de cosas bonitas- hablaba con orgullo, con la convicción de que, sin duda, era digno de admiración por su profesión.- En cuanto a mi nombre, los que han hablado conmigo más de dos veces me llaman por las iniciales, LAGO, y si gustáis, podéis llamarme así también.

Avanzó un poco hacia la cama. La capa negra con la que cubría sus hombros parecía fluir, fluctuar y arremolinarse sobre si misma, como con pequeñas olas en la superficie de un estanque. E inmediatamente cautivó toda la atención de la pequeña.

- ¡Hala!... ¿que es eso?

- ¿Esto?- levantó una de las esquina de la capa, que ondeó al ser levantada, con unos dedos largos y finos como lápices.- esto es mi capa de sombras. Es así como entro en las casas y me oculto de la gente. Cuando me la pongo puedo viajar desde una sombra a otra, esté donde esté y además, la gente no puede verme.

La niña estaba fascinada acariciando la capa. Podía hundir sus manitas en el tejido como si fuera agua, pero no se derramaba, ni estaba húmeda al tacto.

- Y bueno.- continuó LAGO garraspeando.- también se hacer otras cosas divertidas, mira.

Tarareando una melodía circense, escogió tres objetos de las estanterías y la mesa de Marga, un pequeño joyero, una goma de borrar y a su hámster, para acto seguido, comenzar a hacer malabares con ellos. Marga reía las payasadas de su extraño visitante, quien ahora se había puesto al hámster en la cabeza mientras hacía malabares con una sola mano con las otras dos cosas. Cuando se cansó, colocó todo en su sitio y comenzó a hacer volteretas alrededor de la cama. Marga aplaudía al ritmo de la canción que Lago iba cantando. Después de un buen rato paró su número de saltinbanki.

- Todavía no me has dicho para que has venido.- Puso su cara de hacer pucheros y conseguir gominolas.- ni por que robas cosas bonitas.

La sonrisa de LAGO desapareció de su rostro y se dejó caer a los pies de la cama, en paralelo a la almohada con las manos entrelazadas detrás de la nuca.

- Verás doncella Marga.- la melodía de su voz derivaba a una elegía sin nombre, conmovedora, arrasada de soledad.- una vez tuve algo, a alguien...

- ¿Se marchó?- se había sentado, cruzada de piernas y ahora lo miraba. Veía la tristeza nadar en sus pupilas, salpicando lágrimas en cada zambullida.

- Me la quitaron.- fue toda la respuesta.- Por eso solo robo cosas bonitas, cosas que me recuerdan a ella. Para no olvidarla, para que no desaparezca del todo... ¿Sabes? Tú te pareces un poco a ella.

La niña dio un salto echándose para atrás, visiblemente asustada.

- No irás a robarme a mí, ¿verdad?

LAGO la miró un momento perplejo, apoyado sobre un codo y después se rió a carcajadas echando la cabeza hacia atrás, con una risa que refrescó la música de su garganta, y ¿por que no? aligeró el peso de su alma.

- No doncella Marga, no voy a llevarte conmigo.- y volvió a reír ante el suspirito de alivio de la pequeña.

Siguieron hablando toda la noche, cantando, bailando un vals improvisado en el que Marga tenía que subirse a los pies de LAGO, pisando las punteras de sus botas, dando vueltas hasta marearse. Lago le contó todo lo que había visto en sus andanzas y Marga le relató todo lo que inventaría para él, si algún día volvía.

El sol empezó su rutinaria búsqueda de algo que no encontraría, como cada uno de los otros días. LAGO miró por la ventana y con una sonrisa que decía adiós se acercó a la niña, que intuyendo lo que pasaría entonces solo se limitó a asentir. LAGO suspiró.

- Que niña tan valiente.- y dándola un beso en la frente se dirigió hacia un rincón donde no se atrevía a llegar la luz de la lamparita, avanzó como si no hubiera pared, sumergiéndose en la sombra.

- ¡Espera! - gritó Marga.- Si eres un ladrón, ¿por qué no te llevas nada?

- Claro que me lo llevo, doncella Marga.- Se ajustó bien el sombrero que había dejado en una silla cuando se tocó con el hámster.

- ¿Qué te has llevado? No me falta nada.

LAGO bajó la cabeza y acabó por desaparecer por completo en las sombras. Unos acordes disfrazados de palabras resonaron en la habitación.

"El recuerdo de esta noche"