domingo, 30 de diciembre de 2007

Esta iba a ser una navidad diferente

Esta iba a ser una navidad diferente. Para empezar no se reduciría a pasar horas interminables, ocupadas en tediosas pérdidas de tiempo como juegos de cartas con la familia y aguantar las estupideces de los actores de la serie de moda en los especiales de televisión. Después de cenar había quedado con sus amigos e irían a un bar que había abierto recientemente, una cervecería celta.

El local estaba escuetamente decorado. Filigranas y nudos recorrían las paredes mientras que las mesas estaban grabadas con símbolos rúnicos y espirales. Algunos días músicos aficionados solían reunirse allí para improvisar melodías con sus flautas, violines y gaitas.

Encontraron una mesa libre al fondo de casualidad, donde pudieron disfrutar de sus cervezas tostadas, espesas y fuertes. El camarero y dueño del local, un hombre joven, con una fina barba y melena pelirroja pidió silencio para dirigirse a los asistentes.

- Es un placer ver a tanta gente en mi casa a pesar de llevar poco tiempo en esta ciudad. -tímidos aplausos- Hay algo que me gustaría compartir con vosotros. Es una historia que siempre recito en estas fechas, como una tradición.- mientras hablaba sacó una flauta de dos mangos de detrás de la barra- Mi familia desciende de un antiguo señor feudal escocés y cada año me gusta recordarle, contando su historia al calor de la buena compañía y disfrutando de una gran jarra de cerveza, como seguro que a él le gustaría.

Se colocó en la tarima que solían usar los músicos y se apoyó en un taburete.

- Mi antepasado heredó a una edad muy temprana sus tierras. Se encontró con mucho trabajo, campesinos descontentos, granjas desatendidas, deudores y vecinos deseosos de invadirle. Pero no se rindió ante el peso de la responsabilidad y luchó con denuedo por ser merecedor de gobernar esas tierras.

Se llevó la flauta a los labios y empezó a tocar. Con la música de cada tubo de la flauta las paredes se disolvieron en humo y dieron paso a los verdes pastos de Escocia, donde se podía ver a un joven pelirrojo montando en un caballo salvaje. Una primera melodía era rápida y violenta, exaltada como los esfuerzos del caballo por librarse del jinete, mientras que la otra era lenta, paciente y obstinada, como la fuerza con la que el muchacho pelirrojo se aferraba a las riendas. No encajaban la una en la otra, fluían, pero no eran la misma. Algunas veces dominaba la rápida, y cuando parecía que iba a absorber a la otra y el jinete a caerse, resurgía de nuevo el ritmo pausado y seguro. Se podía percibir el olor de los terrones de tierra que el animal levantaba con los cascos a cada acometida. Poco a poco ambos ritmos fueron acompasándose, hasta que finalmente, con un resoplido del caballo y unas palmadas en el cuello de la bestia por parte del muchacho, acabaron por unirse.

- Y así se hizo con el respeto del feudo.

Todo el bar estalló en aplausos enfervorizado. Parecía magia. Cada nota, cada compás creaba una imagen alrededor del músico, como si evocara a algún poder antiguo como la tierra o creara esas ilusiones con algún sortilegio.

- El feudo prosperó y un señor vecino le propuso una alianza que debía de concretarse en algo más que un papel. Aquel noble le ofrecía algo más íntimo, a su hija. Mi antepasado se casó con su mujer sin conocerla. Aunque ambos eran jóvenes, y pronto surgió el amor disfrazado de pasión abrasadora.

Las melodías empezaron lentas. En los salones de un gran castillo contemplaron el primer encuentro de los prometidos. Un saludo cortés, una tímida sonrisa ante la mirada atenta del padre de ella. Las melodías se aceleraron un poco. Eran muy similares, pero sin ser idénticas. De vez en cuando una copiaba un acorde de la otra o, en cambio. la segunda repetía las notas de la primera unos compases después. Los muchacho cabalgaban juntos por las tierras comprobando que todo estuviera tal y como ellos disponían. La música aumentó el ritmo, casi frenético, como si el son de cada tubo de la flauta estuviera en tensión, deseoso de acercarse más, de acariciar y unirse al otro. E igual ocurría con la pareja. Las pupilas dilatadas de ella, los músculos en tensión de él, un vestido que deja paso a una sonrosada desnudez, un abrazo ilimitado.

- Y así creó su estirpe.

Ya nadie aplaudió. Todos esperaban que continuara el relato, bebiendo de sus palabras como si fueran más preciosas que el aire.

- Pero como siempre la envidia humana ronda la felicidad ajena, como el lobo a la cría indefensa. Estalló una guerra entre nobles que habría de librar el pueblo. Mi antepasado insistió en liderar él mismo a sus hombres, pues decía que si era a la muerte a donde les mandaba, no quería estar vivo cuando sus fantasmas vinieran a atormentarlo.

La niebla lo invadió todo. Los guerreros avanzaban entre los árboles con las espadas desenvainadas. De improviso la flauta cambió de melodía y de la niebla surgieron más hombres, con los rostros pintados de azul. Cada nota aguda era una estocada, cada grave una parada, cada acorde una carrera, una maniobra, y en el otro tubo de la flauta una melodía por encima de todo lo demás, la voz del hombre pelirrojo, vestido para la guerra, dando órdenes a sus soldados. La escaramuza perdió intensidad y otros compases comenzaron a sonar. Viles, antagónicos. El otro señor feudal también había venido, y con un grito de carga del guerrero pelirrojo acabó la canción.

En el bar no quedaba rastro de la batalla, ni del bosque, ni de la niebla, sólo un montón de gente boquiabierta, que no acababa de creer que la historia acabase así. Pasaron unos minutos hasta que alguien en el fondo preguntara.

- ¿Qué pasó después de aquello?
- Nadie lo sabe, sólo desapareció. Algunos dicen que murió matando, otros creen que venció, pero que en la lucha se golpeó la cabeza, perdió la memoria y que vago por el bosque hasta que falleció de frío o por las heridas de la batalla. Otros apuntan a que al vencer consiguió un poder tan grande que alcanzó la inmortalidad sin desearla, que vio morir y marchitarse todo cuanto amaba y que ahora vaga por el mundo. Pero son solo leyendas. De aquella batalla no quedó ningún registro. Su mujer se hizo cargo de las tierras hasta que pudo hacerlo su hijo y de generación en generación en mi familia se ha contado esta historia.

La recaudación de aquella noche fue espectacular. La gente bebió hasta quedar saciados y se brindó a la salud del camarero y a la memoria de su antepasado. Tras unas horas llegó la hora de cierre y todo el mundo volvió a sus casas, sabedores de que nada más quedaba por ver esa noche.

Un hombre, el mismo que había preguntado al término de la historia, se acercó a la barra del bar ya vacío. Lucía una espesa barba pelirroja y su mirada denotaba haberlo visto todo.

- He escuchado la misma historia durante casi mil años, y de todos mis descendientes, tu eres el que mejor la cuenta.
- Gracias Abuelo.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

No me gustan nada las cosas nuevas

-No me gustan nada las cosas nuevas. Y menos las que escribes tu.
-Vamos ¡Es el escándalo más grande ocurrido en la ciudad en años!
-¡Pero no tienes nada! Sólo a un grupo de excéntricos con pasta que han creado uno de esos estúpidos clubes elitistas y que ahora se las dan de expertos ocultistas y guardianes de lo desconocido. Lo único escandaloso ahí es cómo el destino ha permitido a semejante panda de locos enriquecerse. ¡Y no pienso publicar eso en mi periódico!
- Dame una noche, por favor. He conseguido infiltrarme en la organización, llevo un mes ganándome su confianza para descubrir que relación tienen ellos con el cadáver de la chica que murió este verano. Siempre andan haciendo alusión a algo importante que hacen una vez al mes, pero que aún no me han confiado. Piénsalo ¿Qué puede querer un tipo que lo tiene todo? Si a eso le sumamos la fascinación que tienen por los rituales y todo lo que suene, aunque sea de lejos, a arcano o mágico… ¡Joder! ¡Es la oportunidad de nuestras vidas de descubrir algo gordo!
-¡Te he dicho que no! ¿No crees que la policía ya habría indagado sobre ellos? Además, si te descubren es posible que nos demanden, y el periódico no tiene tanta pasta. Pasta que por cierto nos pagan algunas de sus empresas por la publicidad, aunque fuera cierto ¡Nos arruinaríamos igualmente!
-¡Entonces lo publicaré por mi cuenta!
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La luz de las farolas de gas se reflejaba en la placa de la entrada y hacía fulgurar sus letras “Club del Suricato: un club exclusivo para gente exclusiva. Reservado el derecho de Admisión”.
El hombre joven traspasó el umbral que le franqueaba el portero y una vez en el recibidor le tendió el abrigo a uno de los mayordomos. De ahí pasó a uno de los salones de lectura, donde varios socios le esperaban.

-Bienvenido señor McGuiness. ¿Desea tomar algo?
-Un poco de whisky, gracias.
-Excelente, haré que se lo sirvan.
-Muy amable senador Von Karhaell.

A un gesto del senador un camarero se acercó con una bandeja y las bebidas que los caballeros habían ordenado. Presidían aquella sala un par de cuadros con los retratos de los miembros fundadores, Samuel Smith y Martin L. Ruettiger, a quienes, pese al desconocimiento absoluto de quienes fueron, todos los miembros profesaban una gran admiración.

-Fueron grandes hombres.- Comentó distraído Von Karhaell.- Hoy tenemos preparado algo especial y me gustaría contar con su compañía Ethan.
-¿De qué se trata, senador?
-Es una sorpresa, pero no tendrá que esperar mucho. El espectáculo comenzará las doce. Confío en que sepa apreciar la deferencia que tenemos con usted, nunca un miembro tan reciente es invitado.

Ethan McGuiness sólo asintió levemente. El tiempo pasó mientras departían acerca de la bolsa, coches de lujo o el partido de cricket del domingo. Finalmente llegó la medianoche. Todos los invitados al evento, los únicos que habían permanecido en el club hasta tan tarde, pasaron a uno de los salones privados donde esperaba un hombre de color apenas vestido con un taparrabos, con casi todo el cuerpo cubierto con pinturas tribales y extraños amuletos de cuentas y huesecillos.
Con pocas palabras y mucho orgullo Von Karhaell presentó al hombre como un chamán traído de lo más profundo de los pantanos de Nueva Orleáns, experto en espiritismo y avezado en el arte de hablar con los que ya se fueron. Tras la breve introducción el supuesto hechicero comenzó el ritual para convocar un espíritu y comunicarse con él. Gritos, convulsiones, voces en falsete, danzas frenéticas y entre tanto los socios del club del Suricato se regocijaban de su propia morbosidad y decadencia. Parecía mentira, pensaba McGuiness, que no se dieran cuenta de que acababan de timarles, y seguramente no poco dinero. Su jefe tenía razón, sólo eran una pandilla de locos y crédulos con mucho dinero para gastar, pero nada más. Esa misma noche abandonaría la identidad falsa, la tapadera y la investigación.
Todo terminó cuando el chamán le arrancó la cabeza a un pollo de un mordisco. Los socios salieron ordenadamente de la sala mientras Von Karhaell extendía un cheque para el brujo y los mayordomos limpiaban los restos del ritual.
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Cuando McGuiness abandonó el edificio cuatro socios se acercaron al senador y juntos se trasladaron a la biblioteca de los socios señor, cerraron desde dentro y accionaron el interruptor que abría el paso a una pequeña sala secreta excavada en los cimientos del edificio. Allí una figura encapuchada el esperaba sentada en un trono de mármol.
-Teníais razón, McGuiness era un periodista infiltrado.
- El Gran Cthulhu lo dijo y el Gran Cthulhu nunca falla. Ahora habréis de devolver el favor. Buscad las piedras de Sildhenar y entregádnoslas. Fallad al gran Cthulhu y… Bueno, más os vale no fallar.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

A bordo del Viento del Cambio

Recojo el guante con el que Scry (http://scryscript.wordpress.com/2007/11/20/camino-al-puerto/) me pega y acepto su desafío, en parte por que se lo prometí, en parte por que la frase me lo pide a gritos. Pequeña, aquí está mi historia.

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El pirata se apartó para dejar que Mharie se incorporara a la tripulación.

Se sentía extraña. Estaba en medio de la cubierta mientras los piratas llegaban. Sabía que eran piratas por que el libro así lo aseguraba, pero por su aspecto nadie podría decirlo a ciencia cierta. Un joven vestía de mimo, con la cara pintada representando un gesto triste congelado en el tiempo. Una gitana sostenía una bola de cristal dentro de la que se arremolinaban volutas de humo. un hombre trajeado consultaba algo en su agenda digital. Un chico vestido con oscuros ropajes orientales pese a sus rasgos mediterráneos, la miraba intensamente con una sonrisa en la cara. El pelo negro le caía sobre lo ojos verdes. El hombre que le había franqueado la entrada llegó junto a ella. Con voz fuerte comenzó a hablar:

-¡Avisad al capitán!¡Ha llegado una nueva tripulante!

Tras unos segundos de actividad todo los marineros estaban de pie, en círculo alrededor de Mharie. Alguien carraspeó detras del muro de personas e inmediatamente se hizo un pasillo por el que avanzó un niño de unos ocho años. Llevaba un tricornio demasiado grande que se le caía hacia delante contantemente. Colgada del cinto, iba arrastrabdo una espada de madera de dos veces su estatura. Se puso frente a ella y mirándola a los ojos comenzó a hablar. Tenía voz de adulto.

-¿Has meditado el significado del libro y de las acciones que te ves impelida a tomar?

Su tono era melodioso y el lenguaje un tanto enrevesado, pero la seguridad con la que habló el niño con voz de hombre sólo daba lugar a una respuesta.

-Si- contestó Mharie.

-¿Dejarás tu vida atrás para seguir mis órdenes y dedicarás el resto de tus días a descubrir la Verdad a bordo del Viento del Cambio?

-Si.

-¿Dejarás atrás tu nombre?

-¿Tengo otra opción?

-Me temo que no. Responde.

-Si.

-¿Sabes ya quien quieres ser?

Mharie asintió con la cabeza. El campitán sonrió. Todos los piratas dirigían sus miradas de uno a otro. Todos habían pasado ya por ese ritual en el que se quitaban la venda de la apariencia de los ojos y se iniciaban como tripulantes del extraño barco. Lo habían contemplado docenas de veces, y aún así se trataba de algo impresionante.

-Gritalo al viento.- Susurró el Capitán.

Mharie inspiró, dio dos pasos atrás, cerró los puños y gritó con todas las fuerzas de las que fue capaz:

-¡Mi nombre es Luuuuuuuuuuuuuuuuuuuz!

En ese momento su cuerpo empezó a brillar, primero con un suave respandor, después con una potencia cegadora. Comprendió que se acababa de convertir en un elemental del destino al servicio de la Verdad, que iría a buscarla allí donde estuviera, que a partir de ese instante se dedicaría a la caza de secretos custodiados por monstruos y que después los gritarían al aire, para que todo el mundo que quisiera pudiera escucharlos. Supo que como ella, los demás tripulantes habían recibido un don al cambiar de nombre. Les miró detenidamente. Ahora todos le sonreían. El Capitán dio un paso al frente.

-Bienvenida, Luz.- El niño con voz de hombre se volvió hacia sus hombres.- ¡¿Que haceis ahi parados?!¡Levad anclas!¡Zarpamos!

Y a una orden del Capitán, el barco se puso en marcha.

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Ahora os toca a vosotros iniciar una historia con la frase en verde. Creo que voy a reutilizar la idea para un concurso, así que si os animais a escribir, avisadme para después hable con vosotros, no sea que me descalifiquen por plagio.

1. Coge el libro más cercano, ve a la página 18 y transcribe la línea 4.
“-Estoy de luto por el señor Shigeru- respondió Kaede.” Con la hierba de almohada, segundo tomo de la tetralogía "Leyendas de los Otori" de Lian Hearn
2. Cuenta lo último que viste en la tele.
el sindrome de Ulises
3. Aparte del ruido del ordenador, ¿qué más se escucha en este momento?
Saratoga - decepción
4. ¿Cuándo te reíste por última vez?
Ayer por la noche, cuando hablando con mi tia por telefono escuché a su loro cantar flamenco.
5. ¿Qué hay en las paredes donde te encuentras ahora mismo?
Estanterías repletas de libros, comics y miniaturas. sobre el cabecero de la cama hay una corchera con algunas fotos, entradas de conciertos y obras de teatro, tickets de cine, unpos cuanto posavasos de cervezas de importación
6. ¿Cómo estás vestido/a en este momento?
Completamente de negro, botas, pantalón de loneta y polo de cuello alto
7. Algo que los bloggers no sepan sobre ti.
mi paupérrimo pulso. a vecez, con los nervios, tiemblo tanto que si me esfuerzo puedo estar en dos sitios a la vez
8. ¿Cómo son tus manos?
alargadas, con los dedos también largos y un poco torcidos por la costumbre de crugirme los nudillos
9. ¿Qué ves desde tu ventana?
El patio de luces, cuerdas con ropa y otras ventanas
10. ¿Qué imagen podría definirte?
creo que esperaré a que yo mismo sepa como soy para haceroslo saber a vosotros.
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Meme patrocinado por Scry (http://scryscript.wordpress.com/)

lunes, 5 de noviembre de 2007

Una mancha de vino en el mantel

Una mancha de vino en el mantel. El único testigo silencioso de lo que ocurrió aquella noche. Francés, espeso y rojo, como savia sangrada por un rubí apuñalado sobre la mesa. Aún húmeda, de un fuerte olor a madera, fruta y arte. Y callada. Ni una palabra, ni un vestigio. Nada, sólo quietud. La mancha nada nos dirá sobre los dos cuerpos que yacen en el suelo. Omitirá cualquier detalle sobre las chispas que desprende el tronco de la chimenea y del cálido ambiente perturbado por los sollozos de la mujer sentada a la mesa. Responderá con un silencio cuando preguntemos por los restos de honor y orgullos rotos alrededor de los cadáveres y fingirá no oír nuestras demandas acerca de las palabras que fueron germen de ira y venganza, de ciega justicia divina que nada tuvo de sagrada.
Otra mácula crece cerca de nuestra mancha de vino francés, espeso y rojo. Son lágrimas, que por numerosas y abundantes no son saladas, si no amargas por la culpa que las causa. La mujer llora sin saber por qué muerto lo hace, o si por los dos o por ninguno, y que el diablo la lleve si quiere pararse a pensarlo. Sólo llora.
Las lágrimas en cambio cantan. Cantan la virtud de la fidelidad jurada y la audacia del amor furtivo. Maldicen en triste paso la futilidad de la resistencia, la debilidad del corazón y lo obsceno de la pasión.
Y a la mesa los tres pilares de la sinrazón: lo debido, lo deseado y la mujer que dudó y duda. Dudó si dejarse llevar y duda si el debido conoce su desliz, por que el fuego de su ser la obligó a yacer con el deseado. Las llamas eran evidentes, lo suficientes para llenar los comentarios de las sordas paredes.
Y a la mesa los tres pilares de la sinrazón, que como las lágrimas acaba hablando, y callando después para escuchar las palabras del acero en respuesta al vino derramado. Pero el vino calla, la mujer llora y las lágrimas por los muertos cantan.

lunes, 29 de octubre de 2007

- Las palabras no significan nada, no son importantes

- Las palabras no significan nada, no son importantes, lo que marca son tus actos, y la coherencia de estos con tus palabras.
- ¿Qué quieres decirme con eso?
- Que no dudes más y que hagas lo que has prometido hacer.
- Pero cuando hice esa promesa no tenía todos los datos ni conocía todas las posibilidades. ¡De haberlo sabido nunca hubiera dicho nada!
- Le miraste a los ojos a esa pobre cría y le dijiste que atraparías al que le hizo aquellas cosas tan horribles a sus padres. Le aseguraste que el hombre malo no volvería a hacer daño a nadie y prometiste que le meterías una bala entre los ojos aunque te costara tu carrera dentro del cuerpo. ¿No recuerdas nada de lo que te enseñé acerca del honor de un hombre? No importa lo grande que sean sus palabras, si no que tenga la resolución necesaria para cumplirlas. Sin actos concretos un hombre está vacío.
- ¡Maldita sea papá! ¡Me pides una locura!
- ¿¡No lo entiendes!? ¡Es todo una prueba! Piensa en lo que supondrá para tu carrera si lo consigues, ¡Piensa en los titulares, en tu futuro! ¿No es eso lo que debe hacer un padre, velar por el futuro de sus hijos? ¡Pues es lo que yo hice! Me elevé sobre el lastre de las palabras ¡y actué! Te he ofrecido la gloria en bandeja de plata. Es por tu bien, aunque quizás necesites tiempo para verlo con perspectiva. ¡Deja de llorar por mí y cumple tu promesa!
- No lloro por ti. Lloro por esa niña de cinco años que vio como un sádico desmembraba a sus padres y que después la dejó un mensaje para mí grabado a punta de cuchillo en el brazo. Lloro por las otras tres que han pasado por lo mismo sin más razón que la demencia de un viejo senil.

[ruido de dos disparos]

- Lo siento papá. No quiero tu maldita gloria.

[ruido de un disparo]
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Hayan el cadáver del inspector encargado del caso del juguetero y el de su padre en su domicilio

El inspector Crow, encargado del caso del asesino en serie conocido como el juguetero, ha aparecido muerto en su residencia junto al cuerpo sin vida de su padre, con el que vivía desde hace dos años.
Los cuerpos presentaban dos impactos de bala en el pecho del padre de Crow y uno, localizado en la sien, en el caso del inspector. Fuentes policiales confirmaron en exclusiva a este periódico que los disparos se realizaron con el arma reglamentaria del inspector, aunque no han revelado ningún dato más sobre la presencia de posibles intrusos en el apartamento del fallecido o los motivos.
La Comandancia General de Policía ha comunicado que no facilitarán nuevos datos hasta que concluya la investigación. Dicha investigación está centrada en la grabación que el propio Crow realizó con su móvil y cuyo contenido no ha transcendido a los medios.
El funeral de los Crow será este miércoles. Todo el cuerpo de la ciudad está presente en el sepelio de este joven policía de 26 años que ya destacó en la resolución de otros casos de asesinos con rasgos de psicopatía.
El caso del juguetero sumó su víctima número 8 el pasado fin de semana, cuando asesinó a los padres de otra menor, a la que marcó con otro mensaje para Crow, como hizo con el resto de niñas. La policía no ha desvelado quien pasará ahora a hacerse cargo del caso.

lunes, 18 de junio de 2007

La habitación del deseo

La habitación del deseo tenía fama de ser el mejor burdel de todo el continente. Tras sus puertas bellezas de todos los rincones del mundo deleitaban a los clientes con exóticos bailes y mil y una caricias prohibidas

La figura encapuchada traspasó las puertas ignorando al enorme eunuco que las custodiaba.

En el recibidor, donde los visitantes esperaban y se les invitaba a un poco de te o licor de dátiles, intercambió unas palabras con la regente. Una bolsa cambió de manos y con un gesto le indicó que le siguiera.

Avanzaron por un pasillo de paredes recubiertas de hermosísimos tapices. Llegaron a una amplia sala redonda y de techo alto. En esa habitación numerosas puertas comunicaban con lo que el desconocido supuso que eran habitaciones individuales.

La regente hizo sonar una campanilla y las puertas se abrieron. Una veintena de muchachas se apoyaban en los marcos. Había mujeres de piel de ébano, hembras de ojos rasgados de las islas del este. Incluso había una chica infiel, de piel pálida y cabello de color de fuego. Algunas mostraban sus pechos. Otras se pasaban jugosos trozos de mango y otras frutas por los labios.

Parecía mentira que semejante local estuviera en pleno centro de Ah’Erás, una de las capitales de Las Cinco Regiones y cuna del estricto culto a Harim, el Grande y Misericordioso, Azote de Infieles.

De entre todas las mujeres se fijó en una de su propio pueblo. Apenas tendría diecisiete años y sus ojos ¡Ah, sus ojos! Sus ojos verdes eran al mismo tiempo encarnación de la belleza y la tristeza.

Al pasar a su lado y entrar en la habitación pudo percibir un suspiro en los labios de la muchacha. El resto de las chicas volvieron a sus cuartos.

La habitación era espaciosa. Con la luz de la luna que entraba por la ventana y la de las velas encendidas por toda la habitación pudo ver una cama con dosel de seda, un diván y una bañera con un sistema de grifería, sin duda, de procedencia tirsoolina.

La muchacha le abrazó desde atrás, desabrochándole la capa y abriendo los cierres de la pechera de cuero que llevaba debajo.

Al quitarle las prendas descubrió a un hombre joven, como ella, de la gente de la media luna. Una fina barba le cubría el rostro, acentuando el brillo de sus ojos aceituna.

No era demasiado grande, mas si delgado alto y musculoso. Todo su torso, moreno por el sol, estaba lleno de tatuajes, al igual que sus brazos:

Intrincados arabescos que se perdían cintura abajo. Diseños de las islas de oriente y símbolos de los chamanes del sur, de las tierras de los hombres color noche. En el pómulo izquierdo, bajo el ojo, tenía otra marca.

- Debéis de estar cansado. Por el polvo de vuestras ropas el viaje ha sido largo –dijo con voz melosa –Dejad que Sheila consiga relajaros.

Comenzó a besarle los hombros. Él se giró y la apartó son suavidad.

- No será necesario. –Se sentó en el diván. –He vivido un año entero con el tiempo pegado a la nuca. Y ahora que tengo una noche no se que hacer con ella.

La joven se arrodilló delante de él y posó una mano en su muslo.

- A mí se me ocurren unas cuantas ideas para hacer que no olvidéis nunca esta noche.

No parecía interesado en anda de lo que podía ofrecerle. ¿Qué buscaba entonces allí? El hombre le retiró la mano y se puso en pie, mirando la luna por la ventana.

- Y es medianoche. –Se volvió con una expresión enigmática en el rostro hacia la chica que aún seguía a los pies del diván. –Mañana al alba asaltaré la mezquita fortaleza del imán Vagdú y me llevaré a la princesa Fátima conmigo.

Sheila se levantó como movida por un resorte.

- Entonces –Dijo alzando la voz -¡Vos sois el príncipe Haqqim!

Con unos reflejos asombrosos el joven le tapó la boca con una mano antes de que pudiera decir nada más, mientras que en la otra relucía una daga que solo El Misericordioso sabía de donde había sacado.

- ¡Baja la voz mesalina, o juro como que hay noche que te atravieso la garganta ahora mismo. –Masculló. -¿Dónde has oído ese nombre?
- Todo el mundo conoce vuestra historia y menciona vuestro nombre. -Dijo una vez aflojó la presión sobre su rostro. –El príncipe proscrito, el errante. Hay quien dice que habíais muerto. Otros que os habíais convertido en un espectro del desierto. Rumores, habladurías. Pero por favor Alteza, no me hagáis daño. –Suplicó.

Haqqim estaba un poco desorientado. Nunca habían formado parte de su carácter esos arrebatos violentos. Pero el último año había hecho de él una persona muy distinta a la que la vida en la corte de su padre había forjado.

- Lo siento. –Murmuró.

Sheila se acariciaba la zona por donde la había agarrado y miraba al suelo. Él volvió a contemplar la luna. De la daga no había ni rastro de nuevo. Hubo un silencio incómodo.

- ¿Escucharás mi historia, Sheila?
- ¿Perdón, Alteza?
- Nada de lo que haya podido inventar la gente. Tenemos hasta el amanecer. ¿me escucharás?

sábado, 9 de junio de 2007

el gato correteó jugetón entre sus piernas

El gato correteó juguetón entre sus piernas. Su presencia les era irresistible a toda clase de animales. Incluso los humanos sentían cierta atracción por él.

Se agachó a recoger al felino que ronroneó de puro placer. Hasta que le miró a los ojos. Cuando sus miradas se cruzaron el gato comenzó a retorcerse entre sus manos. La pobre criatura no estaba preparada para aguantar toda la tristeza de sus ojos. Era tal el sufrimiento que reflejaban que tras un estertor el gato murió, como si hubiera recibido más dolor del que pudiera comprender.

Lo depositó en el suelo y se quedó en silencio, pensando.

- Te ha pasado más veces, –dijo una voz a su espalda- ¿Verdad, Obsidiana?
- Sabes que si, Jade. –Contestó sin volverse- Y no dejan de venir más. Siempre vienen más.
- No pueden evitarlo. –Dijo sentándose en uno de los bancos de la plaza que ocupaban- Somos ángeles, Obsidiana, les resultamos fascinantes. Incluso los humanos se sienten irremisiblemente atraídos por nosotros.

Obsidiana se sentó a su lado. Hubo un silencio incómodo. Jade lo miraba todo con curiosidad y él enterró la cabeza entre las manos.

- ¿Cómo me has encontrado? –le preguntó al cabo de un rato.
- Si no hubiera sido yo habría sido cualquier otro. Ópalo fue al infierno de Lucifer, Ónice al vacío. Se ha mandado gente de nuestra orden a cada una de las creaciones. –Explicó- Además, como ya te dije, somos ángeles, destellos de un poder inconmensurable. Nada más llegar te sentí.
- Comprendo.
- Es estar lejos de Él lo que te provoca este estado

Callaron de nuevo. Algunas polillas dejaron de revolotear alrededor de las farolas encendidas y se posaron a sus pies.

- ¿Por qué te fuiste, Obsidiana?
- Por que no lo entiendo.
- Ni lo entenderás –repuso- No nos compete a los ejecutores entender.
- ¿Pero por qué no quiere explicárnoslo? –sollozó- ¿por qué no nos dice por que permite el mal en el mundo?
- El mal existe para significar por contraste, para dar sentido al bien. –Extendió un mano para que se posara en ella una mariposa- El mal proviene de un uso equivocado de la libertad. Incluso huracanes e inundaciones son provocados por lo que ellos llaman cambio climático.
- Pero eso no lo explica todo. –Contestó- ¿Qué pasaba antes del tiempo, cuando solo estaba Él? ¿Al no haber mal, no era bueno? ¿No tenía sentido?

Se echó a llorar y volvió el silencio durante un rato. Comenzaba a amanecer.

- ¿Vas a volver?

Palomas y otros pájaros se acumulaban a sus pies. Obsidiana seguía llorando y Jade miraba a los pájaros sin expresión, esperando una respuesta.

Las lágrimas de Obsidiana caían lentamente al suelo, resbalando antes por su mejilla. Una a una, como las cuentas de un rosario, o la arena dentro de un reloj, s precipitaban al vació y si estrellaban contra el bordillo.

Una de esas lágrimas cayó sobre una paloma. Murió.

- No hasta que comprenda.
- Entonces hasta nunca.

Y Jade, Islamael de la Justicia Divina le dio en la mejilla el beso más tierno que nadie haya podido jamás concebir.

Y Obsidiana, Asuriel Protector de la Obra se deshizo en cenizas y desapareció de la memoria del mundo.

Lo más duro para un ángel ejecutor no es acabar con sus iguales, o después sostener la mirada de sus hermanos. Lo más duro para un ángel ejecutor es tener la certeza de que no ha sabido escoger bien las últimas palabras que oirá su hermano.

martes, 5 de junio de 2007

Costumbres y equívocos

El ser humano tiene una odiosa costumbre: equivocarse. Y da igual cuan tremenda sea esa equivocación, o inconmensurables las consecuencias para él o los demás. Siempre quedará el impenetrable escudo del “yo no sabía”.

Las paredes de la gargantuesca caverna rezumaban humedad. La caída de cada gota reverberaba en toda la cueva y arrancaba ecos desde cada ángulo, ecos que recorrían después todo el bosque de estalactitas que poblaba el techo. Todo permanecería a oscuras de no ser por las velas que ardían tímidamente en el suelo, sobre una desvencijada mesa y montones de libros.

En el centro de la gruta, a modo de columna, un reloj de arena empequeñecía todo lo demás. Pero no contenía arena, ni siquiera polvo. En el bulbo superior cientos de relojes desafiaban la gravedad, flotando, pegados al techo, como globos de helio, con su tic-tac acompasado cual pasos de un ejército. En el de abajo, tantos o más relojes como en el de arriba yacían reventados, inertes, silenciosos, en un mar de muelles, engranajes y esferas rotas.

De espaldas al peculiar pilar un ser reposaba en una mesa, leyendo. Era muy alto y delgado, grotescamente pálido. Sus ojos eran todo pupila, negros y profundos como el vacío. Para su ayuda en la misión de ver se valía de unos pequeños anteojos. De su frente dos cuernecillos brotaban rebeldes. Tenía dos pares de brazos. Con dos de los brazos sujetaba un grueso volumen manuscrito y pasaba páginas con una mano, mientras que con la libre sostenía una taza humeante de la que daba pequeños sorbos.

Y así permaneció Llanto durante periodos de tiempo más allá de toda concepción hasta que un leve ruido lo sacó de su ensimismamiento y rompió su concentración. La expresión de su rostro se adelantó al desastre. En un solo movimiento posó la taza, cerró el libro y se levantó de la silla para llegar hasta el borde mismo del reloj.

Susurros se escapaban entre sus afilados dientes, como si negando pudiera evitar que sus ojos vieran a uno de los relojes desprenderse del abrazo de sus hermanos, como si negando pudiera evitar que sus oídos oyeran los golpes y chasquidos que acompañaban a cada colisión con las paredes de vidrio insensible, como si negando pudiera evitar que su cuerpo entero se estremeciera con la caída de cada pieza del ya inerte medidor de tiempo.

Tardó unos segundos en reaccionar. Cayó de rodillas con el labio inferior temblando. Se abrazó el estómago con los cuatro brazos, inspiró, echó la cabeza hacia atrás y gritó, dejando que el aire arrancara el dolor de la garganta. Su voz retembló en la caverna y movió hasta los cimientos, como si la cueva estremecida, se compadeciera de su morador. Y así, Llanto sufrió durante tres días.

Con los ojos enrojecidos y la voz rota, Llanto por fin se levantó. Sus lágrimas le empapaban la ropa y hacía que se le pegaran al cuerpo, confiriéndole un aspecto aún más escuálido si cabía. Tambaleándose se acercó a la mesa y rebuscó entre sus cosas hasta que encontró lo que quería: un frasco de vidrio con la tapa agujereada y mariposas de alas púrpuras en su interior. Con el bote en las manos echó a andar por la cueva, recorriendo túneles y pasadizos. Hacía mucho que la luz de las velas había dejado de iluminarle, pero parecía no importarle, Tenía el camino grabado a fuego en la memoria. Izquierda, izquierda, derecha, un descenso, izquierda, escalón. Y así durante horas.

El túnel por el que avanzaba murió tras un recodo, desembocando en una pequeña estancia en la que dos antorchas ardían. En una de las paredes colgaba indolente un espejo negro, de silueta irregular y la moldura cubierta de polvo.

Con una ternura que nadie adivinaría en el monstruo, limpió el espejo con una manga, despacio, casi con veneración. Cuando hubo acabado abrió el bote, dejando que la mariposas revolotearan frente a su rostro. De su boca, apenas en un susurro escaparon unas pocas frases, casi una letanía:

- Yo os convoco, Aquellos Que Siempre Fueron. Llanto os llama.

Las alas de las mariposas comenzaron a brillar con un espectral destello violeta. La superficie del espejo perdió su rigidez, y por un momento, pareció ondear. Las mariposas no esperaron más señales y una a una se fueron zambullendo en la oscura superficie.

Con calma, Llanto colocó de nuevo la tapa en el bote y volvió sobre sus pasos. Esperaría.

De Aquellos Que Siempre Fueron hay numerosas menciones a lo largo de toda la historia del hombre. A veces se les dio el nombre de dioses. En otras ocasiones sus efectos se consideraron magia, hechicería o embrujo. Siempre presentes en los corazones humanos, por la acción de uno de ellos se abandonaron las antiguas creencias y pasaron a ser simples sentimientos, recortes en el collage emocional de la humanidad. Pero lo cierto es que su esencia siempre fue mucho más. Son entidades universales que encuentran diversión influyéndonos, pugnando por ver quien tiene más devotos a sus designios.

Y ocupados en esta actividad las pequeñas mensajeras de Llanto les encontraron. Sofía cuidaba de su hermano Razón. Tenía conocimiento de todo cuanto había acontecido incluso antes de la llegada de la mariposa destinada a ella. Solo había necesitado contemplar la mirada ausente de su hermano. Había vuelto a pasar.

La mariposa se posó en la mesa en la que le atendía y sus alas se deshicieron en polvo, configurando un mensaje. Sofía ni siquiera lo leyó. Ella era el conocimiento puro, no le hacía falta para saber lo que ponía.

Uno a uno, Aquellos Que Siempre Fueron, recibieron la citación del ser Llanto. Miedo, Valor, Pasión y sus hijos e hijas odio y rencor, amor y afecto. Incluso para el Ser Risa fue destinada una mariposa a pesar de pertenecer a la misma categoría servil que Llanto.

La galería en la que habrían de reunirse solo estaba amueblada con una gran mesa de madera y las sillas necesarias para todos. Como entes conceptuales que son, no puede decirse que llegaran. De hecho la propia galería ni siquiera debería considerarse un lugar físico. Dado el caso puede que ni siquiera usasen ningún idioma que conozcamos ni se muevan en el mismo plano del tiempo que nosotros, pero ya sea por suerte, intuición o su propia voluntad, sus palabras están al alcance de nuestra comprensión.

Los primeros en llegar fueron Sofía y Razón. Después el ser Llanto, seguido de Rencor, quien, como siempre, iba encadenado a su libro, en el que garabateaba sin cesar todos los agravios recibidos. Ni que decir tiene que consideraba cualquier detalle de la insufrible existencia como un insulto personal.

Fueron tomando asiento y apareció Pasión. Lucía la apariencia que más a menudo tomaba. Un ser voluptuoso, pero de aspecto andrógino. Su cabello ardía en llamas y se movía con energía. Miedo y Valor, hermanos al igual que Razón y Sofía, aparecieron a la vez. Parecerían la misma persona de no ser por sus ropajes. Valor vestía una túnica dorada abierta por los hombros. Miedo en cambio se cubría por completo con una de color negro. Se sentaron uno en frente del otro.

Sofía tomó la palabra:

- No va a venir nadie más. Comencemos.

Era inútil tratar de contradecir al conocimiento puro así que Llanto se levantó de la silla y con voz temblorosa relató a todos la caída de uno de los relojes.

- El reloj del tiempo perdido rara vez se mueve. Solo cuando una persona lamenta con todas sus fuerzas haber pasado tiempo con otra, uno de los relojes se desprende del bulbo de arriba y cae. Pero el estado en el que tiene que estar una persona para llegar a esos pensamientos es tal que cada caída de un reloj supone un drama terrible.

Con un asentimiento de Sofía Llanto se sentó y ella se puso en pie.

- Es evidente, viendo el estado de mi hermano – Señaló con un leve gesto a Razón que babeaba con la mirada perdida y sin prestar atención a nada en concreto. – que tenemos que tomar medidas para paliar esta situación. Sería inaceptable que el Ajeno volviera a aparecer.

Todos asintieron. El Ajeno era llamado así por que no pertenecía a Aquellos Que Siempre Fueron desde el principio. Apareció ante ellos cuando cayó el primer reloj. En aquella ocasión Razón también se trastornó y el vino. Se traba de Locura, un borrón de formas y colores que nadie era capaz de entender. En el plano material, el humano que había provocado la caída del reloj abandonó la cordura en alguna lágrima y la vida en el filo de alguna navaja. Razón se debilitó tanto, que por durante un solo segundo todo el mundo se volvió loco y ya nunca volvió a ser igual.

El Ajeno después de aquello explotó difundiéndose por toda la creación, pero en ocasiones como aquellas, sus pedacitos dementados podrían volver a unirse y ninguno de ellos sabía que consecuencias tendría eso, ni siquiera Sofía.

Miraron preocupados a Razón, conscientes ahora de lo peligrosa que podían volverse las tornas como no hicieran algo.

- Lo primero – Aseveró Valor – es averiguar que es lo que está causando la caída de los relojes de Llanto.
- ¿Pero si es algo a lo que no podemos enfrentarnos? – Lloriqueó Miedo
- Solo nos quedará intentarlo. – Respondió su hermano.

Las miradas se dirigían a Sofía, pero fue la voz de Pasión la que se oyó

- Creo que en esta ocasión Yo podré explicarlo. - dijo – Amor y yo obrábamos sobre la misma pareja de humanos. Pero me aburrí y comencé a influir a otros humanos. En un principio el proyecto de mi hija no se resintió. Pero por lo visto su influencia fue mermando sobre ellos, muy a su pesar, por lo que me consta. En esta situación otro de mis hijos encontró un caldo de cultivo perfecto donde explayarse. – Señaló con una inclinación de cabeza a Rencor – Si os concentráis podréis ver a la humana en cuestión, abrazada a sus rodillas, con decenas de esas imágenes fijadas que llaman fotos rotas por toda la habitación.

En la galería no se oía más que el furioso rasgueo de Rencor en su libro. Y todos vieron. Entendieron que en el plano humano ella se equivocó al dar más confianza de la debida a un hombre que no era el indicado. Sofía tenía una mirada de hielo clavada en Pasión.

- Ya que admites que la falta es tuya, tuyo ha de ser el castigo
- Tu lo sabías desde el principio – alzó la voz Valor. – ¿Verdad?
- Abandonaste. ¿Por qué, Pasión? ¿Por qué has de ser tan voluble? Sabes lo que está en juego y aún así fallaste a tus responsabilidades. El perjudicado ha sido mi hermano y yo soy la valedora de sus derechos. Yo dictaré el castigo y después lo votaremos. – Pausó su discurso midiendo el efecto de sus palabras en el rostro de los demás. – Te condeno al exilio en el Olvido.

Llanto asintió. Valor era la viva imagen de la serenidad y de Miedo nada podía ver. Rencor seguía llenando hojas de su libro.

- No será necesaria la votación – Comenzó Pasión. – acepto la pena. Por que todos sabemos, incluso tú, Sofía, que volveré. Algún día alguien escribirá una poesía, compondrá unos acordes o pintará un cuadro. – Las llamas de su pelo ardían con más fuerza, como avivadas por alguna corriente invisible de energía. – Y ese día volveré. Yo soy la sangre que corre por las venas del mundo. No podrán olvidarme, y si lo hacen, me inventarán de nuevo. Está en su naturaleza.
- Sea así – Concluyó Sofía.


Lo maravilloso de la especie humana reside en el mismo punto que se sitúa su mayor defecto. Si bien las equivocaciones se repiten de manera casi constante, el hombre les ha encontrado una utilidad: aprender de ellas. Y da igual cuan tremenda sea esa equivocación, o inconmensurables las consecuencias para él o los demás. Siempre es posible extraer una lección útil.

lunes, 4 de junio de 2007

Yo soy tu padre

- Yo soy tu padre.

Con esa sola frase consiguió derrumbar todo su mundo y arrancarle una amarga sonrisa.

- Pero… ¿Literal o metafóricamente hablando?

Gotas de sudor le resbalaban por las sienes y parecía estar eligiendo con mucho cuidado las palabras a emplear.

- Supongo que para alguien de tu inteligencia no era difícil darse cuenta de que tu madre no hacía falta en la casa.

Era cierto. La mansión ya tenía bastantes empleados y sirvientas antes de que ella llegara. Pero, incluso con la escasez de después de la guerra, la contrataron.

También le era evidente el hecho de que a pesar de ser solo un mozo de cocheras recibía un ligero trato de favor. Era el único al que habían enseñado a leer y escribir. Puede que incluso acabara de intendente.

La sensación de que la familia le debía algo era cada día más sólida, y el parecido con el señorito joven –un bala perdida- no hacía más que acrecentar la sospecha.

Pero la familia esperó hasta la muerte de su madre para sacarle del error. No era hijo de Julián, sino de Guillermo, el mayor de los dos hermanos.

- Y Padre… -Comenzó a decir el muchacho- ¿Tengo más hermanos? En sentido literal, claro.
- El cinismo no te escudará del dolor durante mucho más tiempo. -Recogió el misal del banco de madera y se ajustó el alzacuellos- Hablaremos más tiempo sobre esto cuando acabe de oficiar el entierro.

lunes, 28 de mayo de 2007

Nunca supe hacer el equipaje

Nunca supe hacer el equipaje. Pero a donde iba no necesitaría nada.

En realidad no sabía donde iba. Habían sido tres meses de vivir sin vivir. Desde su muerte no le quedaba nada, ni siquiera el valor para abrirse las venas.

Una semana sin ducharse y algo más de tiempo sin afeitarse. Cogió un par de camisas y salió cerrando la puerta tras de sí.

Medio año después seguía en la calle. Lo primero que había hecho fue cambiarse de ciudad. No quería avergonzar a sus hijos ni hacerles pasar por la vergüenza de encontrárselo durmiendo en una caja de cartón.

Dormía en un campus universitario en el que se colaba cuando los seguratas cerraban las verjas.

A veces l detenían, pero no importaba, al poco le soltaban. A veces algunos estudiantes le tiraban piedras y le increpaban, pero no importaba, al poco se cansaban.

Cuando llevaba trece meses en el campus llegó un nuevo rector al cargo. Con amigos en los medios de comunicación y pretensiones en la política, vio en él una vía para ganar votos. Le nombraron encargado de mantenimiento del campus honorífico. No tenía que hacer nada. Solo salir en las fotos con el nuevo rector y sonreír. Aunque los dos periodistas que hicieron el reportaje no consiguieron que soltara el cartón de vino ni un solo momento.

Un día se coló en una conferencia: “Meta literatura y lenguajes ficcionales del nuevo periodismo”.

Cuando acabó y llegó el turno de las preguntas solo él levantó la mano. Los adormecidos estudiantes no pudieron contener una sonrisa. Su aspecto desarrapado en combinación con su cara de concentración no eran para menos.

Pregunta difícil. Cara de circunstancias del ponente. Respuesta ambigua. Nueva pregunta. Contestación con deje de molestia. Una nueva pregunta. Gesto de hastío.

- ¿Me puede decir su nombre?
- Pero Jaime… ¿No me reconoces? Fui tu profesor de ética y deontología.

webcomics

tras mucho tiempo sin escribir os traigo algo que muchos ya conoceis. se trata de los web comics, blogs donde se cuelga una tira comica a la semana, more o less. el primero que os presento es este:






el joven lovecraft, humor negro y frikadas a punta pala.


Otro muy curioso es bert y gente que conoce: http://bertcomic.blogspot.com/


más cafre, de dibujo más simple, con un humor extraño... pero divertido al fin y al cabo.


y por ultimo... polo sur:


voy a abrir una lista con los links a estos y otros que me vaya encontrando... y volver a escribir para cuentacuentos

jueves, 17 de mayo de 2007

Hola ¿bailas conmigo?

- Hola ¿bailas conmigo?

Otra vez la misma exasperante situación de siempre en la que alguien le hacía una pregunta que no quería responder o para la que no tenía respuesta. En esta ocasión era una niña de aires remilgados con una mata de pelo rizado color zanahoria rematada por un gran y horrible lazo rojo.

Odiaba las fiestas de los adultos: La música era lenta y aburrida, y las mesas estaban demasiado altas como para poder coger los canapés que los camareros colocaban sin cesar. ¡Ni siquiera había zumo! Solo había vino de distintos colores sobre el que los adultos parloteaban cuando se les acababa la conversación. Así que él bebía un vaso de agua que sabía a grifo.

La niña volvió a preguntarle con un tono de insistencia en la voz. Como si el protocolo y la suntuosidad de los mayores tuviera que aplicarse también a ellos solo por estar en la misma habitación.

Lo peor era la gente: adultos grises en grupos de tres o cuatro hablando de temas aún más grises que ellos: que si la banca, que si la bolsa, que si el mercado de valores… los más odiosos aspiraban sin parar el humo de sus puros, que después soltaban en apestosas nubes.

Con los brazos en jarras la niña seguía esperando una respuesta, hasta que se les acercó una adulta seguida por una nube de perfume y aroma a laca que se quedó flotando por encima de su peinado. Debajo del maquillaje la piel de su cara parecía muy estirada, pero el sobrante le colgaba bajo el cuello como los pliegues de una bufanda.

- ¿Qué sucede?
- No quiere bailar conmigo, abuelita. Ni siquiera me ha respondido aún.

Ya estaba. Odiaba que hicieran eso, que se chivaran a un adulto.

- Vaya, vaya. Tu eres el pequeño Matthew, ¿no?¿no quieres bailar con mi nieta?¿no te parece guapa y encantadora?

De todos los adjetivos que podían definir tanto a la abuela como a la nieta, guapa y encantadora no figuraban entre ellos. Matthew se acabó el vaso de agua que sabía a grifo y permaneció en silencio.

- Si no respondes tendré que enfadarme y se lo diré a tus padres. O tomaré otra medidas…

Que se lo dijera a sus padres le traía sin cuidado, al igual que a ellos tampoco es que les interesase mucho lo que hiciera o dejase de hacer su hijo. Pero eran esas otras medidas las que le inquietaban. ¿A que se refería? ¿Le daría unos azotes? Nunca le habían pegado. ¿Haría lo que su maestra cuando le llevó clase por clase presentándolo como el niño que no quería responder? Aquello no le supuso un mal trago, en las primeras aulas entraba cohibido, pero en las últimas hacía graciosas reverencias, eso si, sin abrir la boca.

- Veo que ya te has decidido. –Comentó la señora- Pues si no quieres usar tu voz, será mejor que me la quede yo.

La mujer extendió el brazo y le dio un ligero pellizco detrás del lóbulo de la oreja. Tiró extrayendo un hilo plateado. Matthew lo notaba debajo de su piel, enroscado a su cuello y anclado en la garganta. Le escocía y raspaba notarlo salir, como una molesta carraspera. Con un último tirón, su voz acabó de salir de él. La mujer, que ahora parecía un poquito más vieja, la guardó en una cajita que guardó en el bolso.

- Ya no te hace falta para nada más.

Cogió de la mano a su nieta y se alejó. Y allí se quedó matthew, de pie y sin voz. Tenía la boca seca. Quiso pedir otro vaso de agua de grifo pero no le salieron las palabras.Al poco vio como la vieja le daba la cajita con su voz a un camarero que desapareció tras unas puertas.

La repelente niña había conseguido sacar a bailar a otro niño que no había visto hasta ahora. Los patéticos intentos de la pareja por intentar lograr un vals arrancaron un enternecido murmullo de los adultos. Tenía mucha sed.

Se decidió a ir en busca de su voz así que salió por la misma puerta que el camarero. Traspasado el marco la música de la sala se oía más atenuada. Lo que tenía ante él era un pasillo por el que continuamente cruzaban camareros cargados con bandejas. Avanzó un buen trecho pegado a la pared, rezando para que nadie le obligara a volver al salón de la fiesta.

Pasó por delante de una doble puerta batiente, sin duda las cocinas. Con el ir y venir de los camareros pudo ver el interior, donde un enorme cocinero con mostacho y el delantal salpicado de sangre golpeaba un fardo de carne con un afilado cuchillo de despiece. Por un instante le pareció que el cocinero le miraba sin pestañear, sonriendo de un modo siniestro mientras descargaba golpe tras golpe. Y las puertas se cerraron de nuevo.

Sin querer pensar en el relleno de los canapés y en que harían allí con los niños perdidos siguió avanzando por el pasillo. Ya no había nadie y cada vez estaba menos iluminado. No sabía por donde se podía haber ido aquel camarero con su voz. Ya no oía la música de la fiesta, pero le llegaban otras notas. Parecía un piano. Pegó la oreja a una de las puertas. Si, allí era. Llamó con cautela ala puerta. Al otro lado no dejaron de tocar. Abrió con cuidado. La poca luz que llegaba del pasillo perfiló un piano de cola y a una persona tocándolo, de la que solo se distinguían las manos en un frenético compás.

Aquella melodía atrapó al pequeño Matthew quien se sentó en el suelo a escuchar. Todo era rabia y frustración. Escuchó mucho tiempo. Las notas le decían que su creador tenía un mensaje que decir, en blanco y negro, pero que no podía expresar, por eso las usaba a ellas, desde que… Con el rabillo del ojo Matthew pudo ver a alguien pasar por el pasillo. Se puso en pie y salió de aquel cuarto, dejando a aquel hombre con sus notas.

Al final del pasillo, junto a un par de ficus, había una puerta entreabierta. Se escondió tras las plantas y esperó. El mismo camarero que tenía la cajita con su voz salió de la sala, pero por suerte, no cerró con llave.

Cuando se perdió de vista pasillo abajo salió de su escondite y giró el picaporte. Al entrar cerró tras de sí y buscó el interruptor. Cuando vio lo que allí había, de tener voz se habría quedado sin palabras.

En las paredes, clavados en expositores como mariposas, había cientos de hilos de voz. Algunos eran como de algodón, otros eran brillantes varitas de neón. Algunos eran blancos, puros, mientras otros parecían alambres retorcidos y oxidados. ¿Cuál de todas sería su voz?

Unos ruidos en el pasillo le hicieron actuar rápido. ¡Eran pasos! Intentó hacer memoria. Su voz era plateada y no muy larga. Miró en la última corchera, esperando que las colocaran por orden de llegada. Estaba girando el pomo. Vio un leve destello plateado. Alargó la mano y lo cogió. Acabaron de abrir la puerta. Desesperado se arrimó el hilo al cuello. Como una lombriz que recobrara súbitamente la vida, comenzó a retorcerse es sus manos. Se le enroscó en el cuello y uno de los extremos taladró su piel, reptando por el agujero hasta colocarse en su sitio.

Dos personas entraron en la sala.

- Vamos Matthew –dijo papá- se ha hecho tarde, nos vamos a casa.Él solo asintió y salió detrás de sus padres.

Con el tiempo Matthew cambió. A pesar de ser un niño aún hablaba como un viejo, siempre en pasado, de los temas grises y aburridos que antes evitaba como las noticias del periódico o el mal tiempo, con palabras que no le eran propias a su edad. Incluso algunos notaron que su tono era más grave.

¿Qué podía esperarse? Matthew debería sentirse afortunado. Es muy frecuente que se produzca el rechazo de una voz que no te pertenece y enmudezcas para siempre. Si. Matthew se equivocó de voz. Pero a fin de cuentas no era tan malo, después de todo, sin la voz plateada de matthew yo no habría podido contar esto sólo con mi piano.