martes, 16 de septiembre de 2008

Penitencia

El silencio de la noche fue su aliado. Poco a poco, paso a paso, el crepitador, un insecto de cenizas, humo y un rescoldo por corazón, fue reptando por el suelo ennegreciendo el musgo sobre el que pasaba. Esta criatura, que nace de los troncos de árboles que han sido alcanzados por un rayo, es en verano un terrible enemigo, pues al estar todo mucho más seco es cuando más sencillo le resulta provocar incendios, actividad en la que encuentra un oscuro placer.

El musgo dio paso a la hojarasca y así llegó inadvertido hasta el mismo corazón del bosque, la guarida del Espíritu Lobo. El soberano del Bosque supo enseguida que algo iba mal. El leve resplandor que emitían las extremidades del pequeño elemental de fuego quedaba fuera de su campo de visión, pero el olor a quemado no escapó a su finísimo olfato. Despertó al instante a su manada y con un potente aullido advirtió al resto de habitantes del bosque del peligro. Al cabo de unos momentos todas las criaturas buscaban al peligroso intruso. Si se desataba un fuego no tendrían medios para luchar contra él, y mucho menos sofocarlo.

Fue el hijo del Espíritu Lobo, el primero de su raza, el que encontró al crepitador. Acababa de alcanzar la edad adulta, así que en sus venas bullían la energía y las ganas de ganarse el respeto a los ojos de su padre, por lo que, sin apenas conocer nada de su enemigo, lanzó sobre él la furia de sus colmillos.

El insecto estaba ardiendo, por lo que nada más dar la primera dentellada el Heredero se abrasó el hocico. El instinto de supervivencia del crepitador actuó por él. Aspiró aire hasta alcanzar el doble de su tamaño y roció una lluvia de chispas sobre el primer lobo, hiriéndole en el rostro. Algunas de las chispas alimentadas por el soplo del insecto prendieron las hojas del suelo en llamas, que se expandieron por todo el claro. El intruso estaba hinchándose otra vez, pero las pezuñas del Espíritu Ciervo lo aplastaron a tiempo antes de que volviera a escupir.

-¿Estás bien, Heredero?

La mitad del rostro le escocía como si le clavasen mil agujas al rojo vivo. Olía a carne chamuscada y solo veía por un ojo.

-Si, Espíritu -mintió-. No es nada.

El Espíritu Ciervo iba a añadir algo más, pero las llamas seguían creciendo y tenía que asegurarse de que la progenie que había creado a su imagen y semejanza seguía bien. Que el Espíritu Lobo se ocupara de los suyos.

Las llamas devoraban todo a su paso. Aquel fuego parecía un ser vivo que se extendía calcinando cuanto encontraba. Los habitantes del bosque comenzaron una huída desesperada hacía el sur, perseguidos por el terrible resplandor del horror que crecía a sus espaldas.
El Espíritu Oso y los suyos comenzaron a derribar árboles en un cinturón alrededor del fuego, pero de nada sirvió pues el aire arrastraba cenizas y rescoldos que abrían nuevos frentes por todas partes.

Todos los espíritus coincidieron en que lo más sensato era renunciar al bosque y salvar su propia vida y la de sus vástagos. Encontrarían otro lugar donde vivir.
Pero una suave voz se alzó en contra. Se trataba del Espíritu Cuervo, apenas un recién llegado al bosque que aún no había creado su estirpe. Poseía un hermosísimo plumaje blanco, rematado con algunas plumas de un majestuoso azul eléctrico en la cola y las alas, tan puro como su voz. Había llegado a ellos una noche, nacido del reflejo de la luna en un lago. Por eso le parecía injusto renunciar al bosque, pues apenas había tenido tiempo para disfrutar de su belleza.

- Aún tenemos una posibilidad -dijo-. Volaré alto, hasta las nubes, y hablaré con el Espíritu de la Tormenta. Le pediré que descargue sobre nosotros. ¡Podemos salvar el bosque!

- No te escuchará -contestó el Espíritu Lobo-. Mira el cielo, no le dará tiempo a prepararse. Además… somos demasiado insignificantes

- ¿Y te rendirás sin intentarlo, Soberano del Bosque?

Usar el título del Espíritu Lobo en esas circunstancias era casi un insulto. El Soberano del Bosque juraba por su vida y su honor defender su hogar de cualquier peligro. Era su fracaso hecho palabra.

- Parte ya -gruñó.

El Espíritu Cuervo echó a volar entre los árboles que aún no ardían, ganando altura, pero pronto se vio rodeado de llamas que reían burlonas. El calor era insoportable. El humo inundaba sus pulmones y le impedía la visión. Voló a ciegas mucho tiempo, evitando las ramas que caían de manera instintiva. Las altas temperaturas iban consumiendo su cuerpo y sus energías. La desesperación hizo presa en él cuando algunas de sus plumas se prendieron. Voló durante casi una hora sin alcanzar siquiera la copa de los árboles más bajos. Todo su cuerpo estaba tiznado de ceniza y hollín. Cuando sintió que las fuerzas lo abandonaban empezó a pensar que no lo conseguiría y que se reuniría con la Dama Oscura, pero en ese momento atravesó el techo vegetal del bosque, el verde dosel – ahora negro – de ramas y hojas. Lo que vio entonces le horrorizó.

La inmensidad del bosque ardía. Solo un pequeño sector al sur aún estaba a salvo, donde los espíritus y sus chiquillos resistían. Debía darse prisa.

En el suelo comenzó a crecer la esperanza. Quizás lo consiga, quizás le escuche, quizás nos ayude. El Espíritu Búho comentó en voz alta que aún había una oportunidad. Todos confiaron.

El Espíritu Cuervo llegó a un cúmulo de nubes y con la voz reducida a un graznido pidió audiencia. No hubo respuesta. El Espíritu Lobo tenía razón. El Espíritu de la Tormenta no estaba allí. No había salvación. Al mirar hacia abajo vio que habían tenido que retroceder, pero que aún no habían abandonado el bosque. Comprendió al ver las llamas rodeándolos que o se marchaban ya o no se marcharían nunca. Inició el descenso en picado, con lágrimas en los ojos por la velocidad y la impotencia. Según descendía sus plumas se iban deshaciendo en cenizas.

El Espíritu Ciervo no pudo contener a los suyos mucho más tiempo y acabó dando la orden de retirarse. El Espíritu Búho no tardó en seguirlos con su progenie. El Espíritu Araña y sus hijas fueron tras ellos. Ramas envueltas en fuego comenzaron a caer, aplastando a algunos vástagos del Espíritu Jabalí. Entonces cayó del cielo el Espíritu Cuervo, con llamas lamiéndole el cuerpo. El esfuerzo y la temperatura habían reducido su cuerpo a la mitad, su voz rota era un graznido y su plumaje, otrora níveo, ahora lucía negro como las columnas de humos que se alzaban a su espalda. Habló casi sin resuello.

- No lloverá -dijo en un estertor-. Huid.

- Malas noticias nos trae tu orgullo -dijo el Espíritu Lobo-. A partir de ahora será tu destino.

- Será mi penitencia -graznó.

Todos comenzaron a huir, aunque no todos lo lograron. El bosque fue destruido y los Espíritus y sus vástagos tuvieron que buscar otro hogar. El Espíritu Cuervo creó por fin su progenie, a su imagen y semejanza. Nos creó a nosotros. Por eso nuestros cuerpos son pequeños, nuestras voces graznidos y nuestras plumas negras.

Los polluelos le miraban boquiabiertos como él una vez miró a su padre. Todos los cuervos debían conocer la historia de su origen. Debían comprenderla para comprender por qué el más rápido y más resistente de cada generación tenía que volar hasta nubes en un viaje del que tal vez no volviera. Para comprender por qué él debía ir en busca del Espíritu de la Tormenta para pedirle que descargue sobre ellos y limpie sus plumas y su nombre, para volver a ser grandes, blancos y de voz pura. Para comprender el alcance de su penitencia.

4 comentarios:

María José dijo...

Me parece una historia increíblemente bien contada, no soy muy aficionada a este tipo de relatos fantásticos será porque mi imaginación es más bien limitada pero reconozco que me ha parecido sencillamente genial y me dejas con la pena de saber que el cuervo tendrá que pagar una penitencia de por vida cuando lo único que pretendía era ayudar y no perder la esperanza ante ese infortunio. ¿quieres decir con ello que nunca debemos luchar contra las injusticias? no estoy de acuerdo, la esperanza es muchas veces lo único que nos salva de hundirnos y no creo que el cuervo fuera orgulloso simplemente no quería perder esa esperanza.
Bonita historia.

María José dijo...

No me has dado la chapa con tu comentario jajaja me alegro que me hayas rebatido, al fin y cabo veo que estamos de acuerdo en lo que pensamos pero será que malinterpreté el final.
gracias por el comentario.
y con respecto a mi historia de blanquita y los cachorros no creo que sea compasión lo que mueve a la "ejecución" de sus propias crias, sino evitar sufrimiento innecesario.

Anónimo dijo...

Muchos o muchas generaciones que fueron echando sobre el cuervo el legado del infortunio bien podrían haberse leido esta leyenda y seguro que cambiarían de opinión.
Aunque,y mira que hay espíritus,pues ni el santo ha podido contra la masa humana (Muy bien reflejado en La vida de Brian cuando seguían a la sandalia o a la calabaza)
Y me da que me pierdo xd Bueno eso,que chapeau por esta leyenda y por el cuervo que al menos lo intentó.
Un abrazo killo de este aguilucho que va alzando el vuelo :)

Anónimo dijo...

Y sólo me queda decir... que me arrodillo ante ésto