martes, 7 de octubre de 2008

Moloqai

Sangre. La clave de todo estaba en la sangre. No quería caer en incomprensibles explicaciones misticistas acerca de lo que podía hacer, prefería considerarlo magia, o como mucho el camino hacia un nuevo campo para la ciencia.

Morgan era el típico estudiante superdotado de instituto. Brillante en las ciencias pero nulo para las capacidades sociales, no digamos ya las físicas. Un empollón a todas luces. Delgado, desgarbado, con el pelo negro y corto, siempre engominado hacia arriba. Normal dentro de lo que cabe, si no fuera por sus habilidades.

El proceso era relativamente sencillo. En sus largas incursiones a bibliotecas, librerías de viejo y colecciones privadas había descubierto una serie de antiguos legajos y tratados sobre alquimia que hablaban de ciertos símbolos que eran a la vez significante y significado, un metalenguaje con el que se podía describir cualquier cosa. El problema era que esos símbolos no podían ser registrados sin desatar el elemento al que hacían referencia, por lo que cada alquimista debería desarrollarlos desde cero según su propia intuición.

Así, Morgan comenzó a investigar, tratando de crear sus propios símbolos. Sabía que era una perdida de tiempo, pero al menos llenaba la ausencia de una vida social. Una tarde estaba tallando el símbolo del fuego en una cuña de madera. El fuego era el único símbolo con el que estaba a gusto. Si existía, se decía, debía ser ese. Morgan podría ser muchas cosas, pero un artista no se encontraba entre ellas. La navaja con la que estaba trabajando se le resbaló entre los dedos y se hizo un corte en el índice, poco profundo, pero muy sangriento. Apenas había sentido dolor, pero se quedó contemplando la sangre que manaba lenta de la herida. El fuego es rojo, pensó. Sin saber muy bien por que trazó el símbolo en el trozo de madera y tras unos segundos empezó a arder. Nunca nadie había visto sonreír a Morgan del modo en el que lo hizo aquella vez.

Desde entonces Morgan había mejorado mucho. Había desarrollado más símbolos, espoleado por la perspectiva de lo que era capaz de hacer, entre ellos todas las variantes de fuego que se le habían ocurrido: explosión, calor, humo, luz.… Había limado la hebilla de su cinturón hasta darla filo en una de sus esquinas. Había descubierto que no necesitaba pintar sobre ningún objeto. Cuando dibujaba sus símbolos, la sangre se quedaba suspendida en el aire, como si la hubiera aplicado sobre un lienzo invisible.

Todo cambió para Morgan gracias a su don. Sus calificaciones habían bajado, ahora tenía otras cosas en la cabeza, pero los matones de su clase aún lo tenían señalado como un empollón. Un día en el patio, mientras esbozaba nuevos símbolos en una libreta, tres chicos fueron a por él. No tenían nada en mente, no querían hacerle daño de verdad, sólo reírse un poco de él, lo normal. Pero Morgan los vio venir. Cuando aún estaban a cierta distancia se abrió dos pequeñas llagas en los dos índices, y se dibujo es símbolo de la fuerza en ambas palmas. Aunque luchó por contenerse, aguantó dos empujones antes de hacer volar tres metros hacia atrás a uno de los chicos de un puñetazo. El resto fue un poco confuso. Morgan no se había peleado nunca. Mejor dicho nunca había estado en el lado de los que repartían, así que sus movimientos no eran ni elegantes ni depurados, pero aún así ganó. La sensación era indescriptible, la adrenalina golpeando en las sienes, el orgullo de haber hecho justicia, el hecho de no ser él el que lloriqueaba humillado en el suelo y sobre todo el poder con el que se sentía envestido.

El resto del instituto parecía no reaccionar ante lo que acababa de ver. Todo el mundo le miraba boquiabierto, como si lo que acababa de pasar no fuera posible ni encajara con su esquema de la realidad. Morgan decidió que lo más sensato era marcharse. El sudor había corrido los símbolos de sus manos y los tres muchachos habían empezado a levantarse.

Corrió hacia el interior del edificio. Aún faltaba mucho tiempo para que sonara el timbre que los devolviera a sus clases. Se encerró en el laboratorio de química, sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra una mesa, tratando de recobrar el aliento después de la pelea.

- Eso que haces es demasiado arriesgado.- dijo una voz desde el fondo de la sala en penumbras.
- ¿Quién está ahí?- preguntó poniéndose en pie de un salto, asustado.
- ¿No me reconoces? -Un hombre de unos cuarenta años y el pelo largo cano, recogido en una coleta avanzó hasta ponerse a unos tres metros de Morgan- Pensé que si habías recuperado parte de tu poder también habrían vuelto tus recuerdos. De todos modos has cambiado mucho.-dio un paso hacia él- ¿Qué fue lo de ahí fuera? ¿Ira? ¿Envidia? ¿Venganza? No eran pecados en los que solieras incurrir.
- No sé de que poder me habla, -llevó lentamente un dedo hasta la hebilla- pero creo que no soy la persona que está buscando.
- No busco personas, sino almas, y la tuya brilla como ninguna otra que haya visto antes. Pero no te emociones, No te busco a ti, Morgan, triste humano sin amigos. Busco lo que queda de una entidad espiritual superior, enraizada en tu alma por mera casualidad.-Otro paso más cerca.- Tú no me interesas.
- Cállese- Morgan apretó un dedo contra la esquina afilada de su cinturón, haciendo brotar una gota de sangre.
- No eres nadie Morgan. No eres especial. No eres nada.
- ¡Cállese!- gritó Morgan con lagrimas en los ojos mientras empezaba a dibujar el símbolo del fuego frente a la cara del desconocido.

El hombre extendió el brazo y atrapó la mano del muchacho antes de que acabara el dibujo. Con la otra mano, a la velocidad del rayo, le hizo un tajo con una uña en la muñeca. De la herida no salió sangre, sino un borbotón negro y espeso. Morgan estaba paralizado de terror. La herida se cerró sola.

- Perdóname.- Dijo el hombre soltándole la mano.- Pero necesitaba provocarte para sacarte eso del cuerpo.
- ¿Qué era?- dijo Morgan frotándose la muñeca. Pese a su edad el hombre tenía mucha fuerza.
- Volver a usar tanto poder sin comprenderlo del todo, sin que tu cuerpo ni tu alma estuvieran preparados, te estaba corrompiendo. Y era imprescindible purificarte antes de que tomaras consciencia de ti mismo.
- No entiendo nada. ¿Consciencia de mí mismo? Entonces, todo lo que dijo era…
- Mentira, si. Dime Morgan, ¿Cuánta gente conoces que pueda hacer lo que tú con una gota de sangre? ¿Cuánto tardan en cerrarse los cortes que te haces? Claro que eres especial. Más que eso, eres un Moloqai.
- ¿Un qué?
- Siéntate, quiero que escuches una historia.

3 comentarios:

Cuervo dijo...

De nuevo, gracias Javi por la idea.
Los demás podeis ver quien el el hombre del pelo cano, que son los Moloqai y escuchar esa historia en www.diarioartifice.blogspot.com/2008/05/herencia.html y los relatos anteriores (que javi ha tenido la amabilidad de hipervincular en ese mismo relato)

samantha dijo...

wooooooooooooooooo quiero un libro! je je escribes super bien! wiiii

Anónimo dijo...

más, más, mássssssssssss