lunes, 24 de mayo de 2010

Redención

Sabía que estaba dentro de su piso incluso antes de entrar en el portal. Subió por las escaleras silbando una melodía de un anuncio de publicidad, con el paso cansado de los que por fin llegan a casa. Aunque él no se sintiera así, en casa, en ningún lugar.

Se demoró un poco al buscar las llaves, hurgando en los bolsillos y cambiándose las bolsas de la compra de brazo. Entró y se dejó mecer por su rutina habitual, así como un baile. Volver la puerta con el talón y cerrarla apoyando la espalda en ella. Lanzar el llavero al cuenco de la encimera en el recibidor. Dejar la compra en la mesa de la cocina y colocar la compra semanal. Ahí se detuvo. En lugar de poner cada cosa en su sitio cogió dos cervezas del Frigo y se encaminó al salón.

Allí estaba. Rubio, alto, imponente. Le tendió la cerveza pero no la aceptó.

- Pensé que no te atreverías a subir.
- Ya me has encontrado, volverías a hacerlo. Además, esta tarde tengo una cita.
- Me temo que no llegarás a ella.
- Lo sé.

Ambos guardaron silencio. El intruso apoyado contra la pared, de brazos cruzados mirando al frente. Él sentado en un sillón, dando pequeños sorbos a su cerveza, con los ojos clavados en el suelo.

- Eres el único que queda. –Comenzó el hombre rubio- Y eso que fue idea tuya.

No pudo dejar de notar el deje de ironía en su voz.

- Me he fijado en el nombre del buzón, –prosiguió- Aristóteles. Muy rebuscado, ¿No?
- Me gustan los nombre largos
- ¿Qué os pasó?

Era inevitable. La pregunta llegaría tarde o temprano.

- Sólo cinco lo conseguimos. Abrir la puerta del infierno y escapar. No sabes cuanto daría por saber lo que se dice de nosotros.
- ¿Dónde está el resto?
- Una buena historia no puede acelerarse Miguel, deberías saberlo. Hay que explicar todos los elementos que rodean al hecho dramático que se narra para que el espectador llegue hasta él en la máxima tensión.
- Me aburres.
- Agiel y Meriel fueron los primeros. Después de dos eternidades trepando por aquella maldita pared y salir a la superficie Agiel vaciló. Todo el plan dependía de la firmeza de nuestras voluntades. Escapar, vivir como humanos y al morir regresar al cielo, y una vez allí sacaros de la mentira que os obliga a vivir. Dudar era sinónimo de fracaso. Y Agiel estaba dudando.

Podría decirse que la escena ocurrió fuera del tiempo, podría decirse que la recordaba como si fuera ayer. A un paso de la creación, con el Infierno a sus espaldas, a punto de conseguir y Agiel tomó la mano de Meriel. Le dijo que temía fallar. Le dijo que si hacía aquello sería por él y que le seguiría al fin del mundo con tal de estar juntos. Pero que estaría dispuesta a sacrificar el cielo y seguir allí con tal de no permitir al destino separarlos. Y entonces Meriel dudó. Anhelaba la libertad, tanto poseerla como llevarla al cielo como una antorcha con la que arrasarlo hasta los cimientos. Pero dudó.

- Así que sin decir nada a los demás se dejaron caer de nuevo por la pared que acabábamos de coronar. Una luz emergió de sus pechos y después desaparecieron.
- Trascendieron. El amor de Agiel y el sacrificio de Meriel los hicieron humanos… o puede que más que eso, al acoger sentimientos humanos descubrieron la grandeza de esas criaturas. Ya no albergaban resentimiento alguno contra el creador, ni envidia por sus favoritos. Pudieron volver.
- Tu dices amor y sacrificio, yo cobardía y dependencia. Virtudes de una raza débil. Más motivos para seguir.
- No os costó adaptaros.
- No. Conservamos algo de nuestra esencia. Podíamos hacer pasar cualquier mentira por verdad, desaparecer de un lugar y aparecer en otro a kilómetros de distancia, infundir miedo, respeto o deseo a nuestra voluntad, veíamos el corazón de los humanos, y sinceramente, no me explico como no acaban todos por allí abajo.
- ¿Y el resto?

Virael descubrió el arte de la manera más inesperada. Gustaba de seguir a los criminales más perturbados y observar a las víctimas hasta que llegaba la policía. En una de esas ocasiones le sorprendió una salpicadura de sangre en unas cortinas. El aire que se filtraba por la ventana abierta hacía que la fina línea carmesí sobre la tela serpenteara, como las olas que llegan a la arena a morir. Virael lloró.

Después empezó a pintar. Paredes, cuadernos, escaparates. Un día alguien, en algún lugar, entendió lo que trataba de expresar. Lo entendió. Ese día Virael también transcendió.

- Hay que poseer un gran valor para exponerse a la mirada de todos los demás.
- O un gran ego sediento de fama y reconocimiento.
- Gaeruel fue el último.

La primera residencia que ocupó se encontraba sobre una librería con una pequeña sección de mística y ocultismo. Le divertía descubrir los errores y falacias que contenían aquellos libros, y señalar las pequeñas partes de verdad que escondían. Decidió corregirlos y sobre esa base redactar su propio libro. Cuando alguien lo leyó, Gaeruel transcendió.

- El legado del conocimiento es también una señal puramente humana
- Igual que el ansia de poder, ¿O acaso crees que contaría todo lo que sabía? Guardaría lo más jugoso, lo más importante para sí. Y después todos vendrían a postrarse a sus pies, como corderos dependientes para pedir más.
- Pero aún así el lo consiguió.

De nuevo se extendió el silencio por toda la sala.

- Antes preguntaste por lo que se decía de vosotros.

Aristóteles enarcó una ceja.

- Os desprecian Lucifer. Piensan que les traicionasteis igual que traicionaste el cielo.
- ¡No fue traición!¡Nos utiliza a su antojo y les entrega la creación a ellos!¡Fue una justa rebelión!
- En cualquier caso. Dumah se ha hecho cargo del infierno. ¿Te lo imaginas? Un ángel en la gloria de Dios ocupando el puesto del mismísimo Satanás. –Se puso frente a él- Es hilarante.
- Acabarán por conocer la verdad. Cielo e infierno pronto marcharán juntos clamando por la sangre del mundo.
- No lo creo.

Miguel cerró un instante los ojos y una enorme explosión de luz inundó la habitación. Sus ropas se habían convertido en una armadura de manufactura imposible. En su espalda brotaron dos enormes alas de plata, y en su mano derecha llameaba una espada de fuego.

- Pongo fin a esta vida mortal que no te corresponde y te condeno a las eternidades exiliado en el Olvido. Tu plan, Lucifer, muere contigo.

El siguiente movimiento fue tan rápido y potente que apenas duró un pestañeo. Miguel mantenía el brazo extendido hacia delante, con la empuñadura aferrada con fuerza. El cuerpo de Aristóteles pendía de la espada, atravesado a la altura del corazón. Sus pies, que no tocaban el suelo se balanceaba con la respiración del ángel. Un susurro se escapó de sus labios.

- ¿Qué has dicho?
- He dicho gracias –repitió entre estertores.
- ¿Por matarte y acabar con esta locura que llevas milenios enarbolando como una bandera?
- No. –Levantó la cabeza con esfuerzo. Sonreía.- Por darle un mártir a mi causa. Te veo en casa.

Una potente luz emergió del pecho de Aristóteles y su cuerpo desapareció. Lucifer había trascendido. Lucifer estaba de nuevo en el cielo. Pronto cielo e infierno marcharían juntos clamando por la sangre del mundo.

- El jefe no va a estar contento.

jueves, 13 de mayo de 2010

Arte

Apuró el vaso de bourbon de un trago. Siempre pintaba mejor después de un par de vasos de algo fuerte, estaba más inspirado. Ya lo tenía todo preparado. Tambaleándose llego hasta el lienzo y comenzó a dar pinceladas. Veía el modelo en su mente, con toda claridad, como si tuviera una fotografía delante.

Puso su rojo por la pintura junto a la pasión, el amarillo de cuando pensaba en sus sobrinos, el púrpura que le asaltaba junto a las dudas, el verde envidia de su hermano y sus mejores cuadros.

Añadió el azul de cuando le dejó su novia. "no puedo estar con alguien para el que solo existen los lienzos y los tintes, yo también tengo mis necesidades y tu no puedes satisfacerlas", le dijo. Si, hay que ponerle más azul. El añil derivó al negro de la depresión que se le atenazó en el corazón durante tres largos años. y encima de aquellos borrones de sombra, pequeños arañazos de rojo y verde, las tardes que pintaba, los pocos momentos en los que sonreía de nuevo.

Siguió pintando y bebiendo toda la noche, acosado por la fiebre, la borrachera y el sueño y empujado por un impulso que ni siquiera él sabía de donde procedía. Acabó el cuadro a la vez que la botella de four roses, al amanecer. Suspiró, se alejó para tener más perspectiva y contempló extasiado su obra. Aquello no era una obra de arte, era la plasmación de su propia alma.

Cuando estuvo seco se lo enseñó a su hermana y a sus sobrinos. Era su hermana la que había cuidado de él siempre, la única que lo comprendía por completo. Cuando vio el resultado de aquella noche de desvelo lloró emocionada.

Yo lo haré todo, le dijo su hermana, no te preocupes, lograré que lo expongan. Y ella lo hizo todo y logró que lo expusieran. Llegó la fama dentro que aquellos elitistas círculos, un pequeño renombre. La muestra de sus anteriores trabajos con aquello de colofón estaba siendo un éxito. Le gustaba escuchar las opiniones de los visitantes al ver ese cuadro, que todavía no había titulado. Ninguno coincidía en su interpretación. Unos admiraban la fuerza de los rojos y verdes, otros la inocencia y candidez de los amarillos, los más simplemente comentaban lo atormentada que debía de estar el alma de que hubiera pintado tanta tristeza.

A los pocos días la policía y los bomberos tuvieron que acudir a la galería. se había declarado un incendio. Al llegar le encontraron a él. Llorando, con una lata de gasolina aún en la mano. Estaba casi desnudo y borracho contemplando el fuego. Avisaron a la hermana, y al verla se abrazó a su cuello sin dejar de llorar. Las palabras salían a borbotones junto a las lágrimas:

- Fracasé. Soy un fraude, no lo logré. Me esforcé, trabajé y me sacrifiqué, pero todo fue inútil. Sólo quería mostrarme y ellos que me vieran como un conjunto, un todo, pero no lo entendieron. ¿Fueron incapaces de verlo! por eso no podía dejar que siguiera así, tanta belleza, tanta experiencia vital, ¡tanto de mí! a la vista de unos estúpidos que no saben lo que están viendo. ¡Mirad ahora el fuego!¡mirad mi rabia!¡ Mirad mi odio a vuestra ignorancia!

le ingresaron en un sanatorio mental. de vez en cuando garabateaba en alguna servilleta, pero no volvió a pintar. Su hermana le regaló una cámara de fotos, aunque no le prestó demasiada atención. Una tarde, mirando la cámara, habló por primera vez a uno de los celadores:

-¿Me podéis traer un poco de bourbon?

sábado, 1 de mayo de 2010

Jódete y baila

¿Qué hago cuando tengo ganas de llorar?
¿Qué hago cuando corro a esconderme de mí mismo, debajo de la cama, y resulta que ya estoy allí?
¿Qué hago cuando no me encuentro?
¿Qué hago cuando la culpa es mía?
¿Qué hago cuando me besas y me sabe a lágrimas?