domingo, 18 de octubre de 2009

Secretos

Creo que aún no he asimilado todo lo que me contaste. Cuando te fuiste casi me dio pena lo abatida que estabas, y en cierta manera lo entendía. Malgastar todo un verano en un pueblo costero en… no recuerdo bien donde… de lo que estoy seguro es que daba al Mediterráneo.

El caso es que te marchaste durante tres meses y volviste cambiada y con una petición. “Si me voy de nuevo, escríbeme, cuéntame lo que pasó. A ti siempre se te dieron bien las palabras, será hermoso recordarlo si lo narras tú”.

Por lo que sé el pueblo se disponía alrededor de una pequeña cala en la que habían construido un embarcadero, lo suficientemente grande para dar cobijo a un par de pesqueros. Allí no vivía mucha gente… ochenta, tal vez cien personas, algunas más en verano. Tampoco había mucha gente de nuestra edad, ni cosas que hacer para la gente de nuestra edad.

Pero me hablaste de un lugar al que te gustaba ir. La tienda de libros antiguos del viejo Möser. Möser era un judío escapado de Alemania en una época que no quería recordar, o al menos es lo que contaba la gente en el pueblo. Nadie conocía realmente al anciano que regentaba la librería, siempre detrás de su mostrador, ridículamente bajo para su metro noventa de altura.

Hablar de todas las tardes en las que te escondiste del aburrimiento entre las estanterías de Möser me llevaría casi tanto tiempo como el que tú estuviste fuera. Pero hay una de esas tardes a la que tengo que referirme, en la que cambió todo.

He tenido que parar de escribir durante un momento. Pensar como decir lo siguiente. Sé que me pediste que hiciera esto no por ti, sino para mí mismo, para entender porqué te fuiste de nuevo. Pero supongo que no lo lograré hasta que ponga el último punto y final.

Una tarde encontraste un libro, exquisitamente editado en piel, con guardacantos cromados y un candado guardando sus secretos. Te conozco, y no necesité que me lo dijeras para saber que lo siguiente que hiciste fue preguntar al viejo Möser. Y en tu lugar yo también habría pensado que el anciano me tomaba el pelo cuando tras mirarte durante un buen rato en silencio sacó de debajo de su camisa una cadenita de la que colgaba una llave.

Tampoco habló cuando tomó el libro, lo abrió y te lo tendió de nuevo. En blanco. Lo lógico habría sido pensar que se trataba de un diario, pero el peso de los ojos de Möser sobre ti indicaba lo contrario, que aquellas páginas vacías ocultaban un secreto… y que apropiada resulta esa última frase.

Era el libro de los secretos, te contó el viejo judío, y hasta ese momento había permanecido durante décadas mágicamente oculto. Solo alguien destinado a desvelar grandes secretos o a protagonizarlos podría encontrarlo. Y allí estabas tú.

Siempre supe que eras especial, pero jamás imaginé cuanto.

El librero te explicó que en sus páginas aparecerían los secretos de aquel que lo sostuviera, y para demostrártelo te mostró el suyo.

En las páginas desiertas brotaron palabras que hablaban de cosas más antiguas que el hombre, de criaturas de mística y esencia, de seres, como el viejo Möser que eran espíritus de tiempo, entidades que se alimentaban del mismo tiempo. Por eso el viejo nunca salía de su tienda. ¿Dónde encontraría más tiempo que entre sus libros? Tanta vida, tanta experiencia y anhelos, no solo de las propias historias, sino también de sus autores, habían empujado a Möser a una existencia que se extendía durante siglos.

Pero las páginas también hablaron de la soledad estos fantasmas de lo que fueron, de cómo buscaban la muerte durante tanto tiempo que llegaba un momento en el que eran tan viejos que podían alimentarse de sí mismos. Möser a veces decía, como en una letanía, que las buenas historias tienen principio, nudo y desenlace, “sobretodo desenlace”.

Recuerdo el brillo de tus ojos cuando me hablaste de esa tarde. Recuerdo cada una de las palabras que salieron de tus labios, las mismas que afloraron en el libro cuando Möser te lo cedió:

Se sentía extraña. Estaba en medio de la cubierta mientras los piratas llegaban. Sabía que eran piratas por que el libro así lo aseguraba, pero por su aspecto nadie podría decirlo a ciencia cierta. Un joven vestía de mimo, con la cara pintada representando un gesto triste congelado en el tiempo. Una gitana sostenía una bola de cristal dentro de la que se arremolinaban volutas de humo. un hombre trajeado consultaba algo en su agenda digital. Un chico vestido con oscuros ropajes orientales pese a sus rasgos mediterráneos, la miraba intensamente con una sonrisa en la cara. El pelo negro le caía sobre lo ojos verdes. El hombre que le había franqueado la entrada llegó junto a ella. Con voz fuerte comenzó a hablar:

-¡Avisad al capitán! ¡Ha llegado una nueva tripulante!

Tras unos segundos de actividad todos los marineros estaban de pie, en círculo alrededor de Mharie. Alguien carraspeó detrás del muro de personas e inmediatamente se hizo un pasillo por el que avanzó un niño de unos ocho años. Llevaba un tricornio demasiado grande que se le caía hacia delante constantemente. Colgada del cinto, iba arrastrando una espada de madera de dos veces su estatura. Se puso frente a ella y mirándola a los ojos comenzó a hablar. Tenía voz de adulto.

-¿Has meditado el significado del libro y de las acciones que te ves impelida a tomar?

Su tono era melodioso y el lenguaje un tanto enrevesado, pero la seguridad con la que habló el niño con voz de hombre sólo daba lugar a una respuesta.

-Si- contestó Mharie.

-¿Dejarás tu vida atrás para seguir mis órdenes y dedicarás el resto de tus días a descubrir la Verdad a bordo del Viento del Cambio?
-Si.

-¿Dejarás atrás tu nombre?

-¿Tengo otra opción?
-Me temo que no. Responde.
-Si.
-¿Sabes ya quien quieres ser?
Mharie asintió con la cabeza. El campitán sonrió. Todos los piratas dirigían sus miradas de uno a otro. Todos habían pasado ya por ese ritual en el que se quitaban la venda de la apariencia de los ojos y se iniciaban como tripulantes del extraño barco. Lo habían contemplado docenas de veces, y aún así se trataba de algo impresionante.
-Gritalo al viento.- Susurró el Capitán.
Mharie inspiró, dio dos pasos atrás, cerró los puños y gritó con todas las fuerzas de las que fue capaz:

-¡Mi nombre es Luuuuuuuuuuuuuuuuuuuz!
En ese momento su cuerpo empezó a brillar, primero con un suave resplandor, después con una potencia cegadora. Comprendió que se acababa de convertir en un elemental del destino al servicio de la Verdad, que iría a buscarla allí donde estuviera, que a partir de ese instante se dedicaría a la caza de secretos custodiados por monstruos y que después los gritarían al aire, para que todo el mundo que quisiera pudiera escucharlos. Supo que como ella, los demás tripulantes habían recibido un don al cambiar de nombre. Les miró detenidamente. Ahora todos le sonreían. El Capitán dio un paso al frente.
-Bienvenida, Luz.- El niño con voz de hombre se volvió hacia sus hombres.- ¡¿Que hacéis ahí parados?!¡Levad anclas!¡Zarpamos!



No te llamas Mharie, pero sabes que hablaba de ti. No creías posible que eso fuera a sucederte, pero incluso sin creerlo sabías que sería así. De entre las páginas del libro de los secretos se deslizó un pasaje para un barco, sin nombre ni destino. Möser sonreía.

Esta parte me resulta difícil de recordar. Tus palabras iban tan deprisa como imagino que debían ir tus pies, a la carrera desde la tienda de Möser hasta el embarcadero. Había un pequeño bote de cabotaje, y en el horizonte un barco de vela.

Sucedió tal y como el libro de los secretos había predicho. Estuviste fuera mucho tiempo. Desentrañasteis muchos secretos, los piratas y tú, y he de confesar que no entendí ni la mitad de los que me contaste.

Hay uno que me resulta particularmente hermoso. Es el primero que descubriste, cuando el capitán, el niño con voz de adulto habló contigo en tu primera noche abordo.

Toda la tierra, sus pobladores, la vida que acoge, los ecosistemas que la forman, es un ser consciente de sí mismo, una entidad que siente cada uno de los destellos vitales que la componen y que en definitiva esta viva… y sufriendo.

Cada secreto en el mundo es como una espada atravesando la realidad y vosotros os dedicabais a extraerlas y a reparar todo el daño causado. ¡Erais como superhéroes! Conceptos y metáforas salvando el mundo. Era poesía.

Pero volviste a la prosa, a la realidad, a mí. Me contaste todo esto y te quedaste callada esperando a que yo dijera algo. Algo que no encontraba por más que buscara en mi mente. Después me lo pediste. “Si me voy de nuevo, escríbeme, cuéntame lo que pasó. A ti siempre se te dieron bien las palabras, será hermoso recordarlo si lo narras tú”.

Al fin lo he entendido. Creo que lo entendí cuando al llegar a casa tu ya no estabas, cuando encontré sobre la mesa un pasaje para un barco, sin nombre ni destino. Ya lo he entendido.

Por eso esperaré a que regreses y me cuentes los nuevos secretos que desvelarás en tu viaje para que pueda escribirlos, como aquella vez que vencisteis a un kraken para conocer todos los nombres del mundo o tuvisteis que librar una batalla de adivinanzas contra las gaviotas del Triángulo de las Bermudas para descubrir el sabor de los colores.

Vuelve pronto.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No tengo palabras. Eres muuuy grande.

SFS

Anónimo dijo...

Cuánto más leo esta historia, más me gusta. Y más cosas se me escapan.
Pero deja prendada, eh? es... apaciguadora, como si todo fuera a ir bien.

S