martes, 4 de agosto de 2009

Miau

La reportera tiritaba bajo un paraguas en frente de la Corte de Justicia Municipal, aguantando los embates del viento y la lluvia, a la espera de poder hacer una conexión en directo y marcharse a su casa.

En resumen –entendedme, me resulta un poco complicado seguir vuestros informativos- venía a decir que el asesino en serie Nicholas Wald, conocido como el violador del calcetín, acababa de ser condenado a muerte mediante inyección letal en un juicio lleno de escándalos, polémicas, abogados defensores que dimitían, fiscales manchados por la corrupción y un largo etcétera que dio alas al amarillismo (¿está bien dicho?) más salvaje de los medios.

La ejecución tendría lugar dos días después. El gobernador había declarado en varias ocasiones la repugnancia que sentía por el asesino, por lo que no cabía esperar un indulto de última hora. Iban a ser dos días muy largos.

A ver… Nick no era un mal tipo. Era muy raro, eso si. Nadie normal viviría en un apartamento tan pequeño como el suyo con media docena de gatos. Pero a pesar de eso… no sé, con nosotros se portaba bien. Racaneaba un poco con la comida y ponía la tele muy alta, pero nada más.

En la tele dijeron que las familias de las víctimas asistirían a la ejecución, así como diversos notables del Ayuntamiento, el Departamento de Policía y el Gobierno Federal. Diversos medios de comunicación estaban acreditados, aunque según las leyes del Estado no podrían estar presentes en el momento de la muerte, solo antes y después, para ser testigos de los preparativos previos y recoger las declaraciones de los familiares de las siete pobres muchachas a las que el violador del calcetín había despojado de su vida y su inocencia. Ninguna tenía más de dieciocho años.

Tras despedir a la reportera el presentador dio paso a un reportaje sobre como, tras meses de trabajo infructuoso, la policía científica dio con el hallazgo que permitió inculpar a Wald con los asesinatos. Al parecer pudieron relacionar a Nick con las fallecidas debido a unas fibras de pelo animal en el cuello de la última chica, transferidas por el calcetín que usaba para estrangularlas. El pelo correspondía con uno de los felinos del condenado.

Vale, reconozco que frotarme con los calcetines según salen de la secadora no fue mi mejor idea, pero tampoco es culpa mía ¿No? Además, si esperaba lealtad, que hubiera elegido un perro como mascota.

6 comentarios:

JT dijo...

Buen giro, jejeje.

Javi dijo...

Juas, ¡Miau!

Lena dijo...

Que buena!! me ha gustado el final, es genial!=D

gero dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
gero dijo...

wee

Rebeca Gonzalo dijo...

Me rindo ante el final.