lunes, 20 de mayo de 2013

El árbol Atrapa-pájaros


El viaje al pueblo llegó pocos días después de las vacaciones del colegio. El trayecto fue aburrido, con interminables carreteras en línea recta, custodiadas a ambos lados por bosquecillos de pinos resineros y choperas.

Desde la ventanilla del asiento de atrás Javi vio algunos toros detrás de un cercado. Eran enormes, de un color pardo que tiraba al rojo. Calculó que en el ancho de sus cuernos su cuerpo cabría dos ó tres veces. Fue a decírselo a Fran pero se había quedado dormido. Papá les había hecho madrugar mucho. Decía que era mejor salir temprano, cuando no había mucho tráfico y el sol no castigaba la carretera con tanta dureza.

El pueblo de la abuela era bastante aburrido para dos niños de 10 y 12 años como Fran y Javi. No había cine, la tele no recibía todos los canales y no tenían Internet. No había gran cosa que hacer salvo andar en bici hasta el río –un arroyuelo con merenderos al que iban los chicos mayores-, o perder toda una tarde yendo a robar giganteas o buscando piñas cargadas de piñones entre la alfombra de tamuja.

Había más niños en el pueblo, pero no les caían bien. Para ellos no eran más que dos niños de ciudad que por pasar un mes en el pueblo creían que ya eran de allí. Ese era el problema, que eran extraños para aquellos chicos. No sabían que Juan, el chico de Amparo, podía aguantar la respiración más tiempo que nadie; ni que a Alberto el Pequeño no había forma de ganarle una carrera; o que a todos los niños les gustaba Susana, la hija de la maestra.

Lo notaban los domingos, cuando después de ir a misa los mayores se metían en el bar frente a la iglesia a tomar el vermouth. La abuela les daba unas cuantas monedas que se gastaban en chucherías para comer sentados al sol en un banco de la plaza. Allí, el resto de muchachos no se les acercaban. Si alguna vez empezaban un partidillo de fútbol nunca les preguntaban si querían unirse.

Pese a todo el pueblo era una liberación. Cuando estaban en casa no podían pasar tanto tiempo en la calle, ni acostarse tan tarde. Cuando anochecía la abuela sacaba unas cuantas sillas plegables y comían las pipas de gigantea o los piñones que hubieran recogido aquella tarde. Las vecinas también salían a sus puertas y mantenían una animada conversación hasta que se retiraban a dormir.

Era en aquellas ocasiones cuando podían escuchar a su padre contar anécdotas de su niñez. Las peleas, las travesuras, los ligues. Fran siempre se sorprendía cuando las escuchaba. ¿Por qué les reñían a su hermano y a él si su padre las había preparado peores? Pero el sueño le vencía antes de que llegara a protestar.

Así pasaban los días, sin nada que distinguiera unos de otros. Pero una tarde eso habría de cambiar.

Fran y Javi estaban dando una vuelta con la bici. Habían llegado hasta las afueras del pueblo, donde un par de calles confluían en una carretera comarcal hacia un pueblo de la pedanía. El asfalto presentaba una inclinación muy acusada. Javi había hecho la prueba. Si cogía carrerilla y aprovechaba aquella cuesta podía alcanzar la señal del kilómetro 2 sin dar una sola pedalada desde que empezaba el descenso.

Unos chicos del pueblo aparecieron por una de las calles. Se veía que iban a por ellos. Eran tres, dos chicos y una niña. Por lo que sabían la chica era Susana, hija de una de las profesoras de la escuela del pueblo y los otros dos eran mellizos, Marcos y Mario, y estaban emparentados con ellos de alguna manera. Su madre a veces les animaba a intentar entablar amistad con ellos pero hasta la fecha no habían cruzado ni dos palabras.

Se pusieron a su altura y uno de los mellizos chasqueó la lengua.
  • Unas bicis muy bonitas para pasear por ciudad, pero no sé si son las más adecuadas para montar aquí.


Fran echó un vistazo a la bici del mellizo.

  • De la tuya no se puede decir ni que sea bonita, para empezar.
  • Pero sí que es más rápida que la tuya.

Era todo lo que necesitaban. Acordaron los términos de la carrera. Hasta el kilómetro uno y vuelta por relevos. Primero Fran contra Marcos y en cuanto llegaran el compañero saldría, enfrentando a Javi y Mario. Susana buscó dos ramitas para que sirvieran de testigo y sería la encargada de dar la salida.

La primera vuelta estuvo muy igualada, si bien el mellizo le sacaba apenas metro y medio de ventaja. Javi derrapó un poco al salir, pero era más grande que Mario, así que en pocos segundos de bajada le había vuelto a alcanzar. Iban pedaleando como locos hasta que Mario perdió pie, se le resbaló el zapato del pedal, el manillar zozobró y salió despedido varios metros hacia la cuneta.

Javi se dio cuenta de que podía ganar, pero la caída había sido muy aparatosa. El chico se podía haber hecho daño de verdad, así que apretó los frenos a fondo y saltó a ayudarle.

Mario había tenido suerte. Aterrizó sobre unas matas, así que aparte de muchos arañazos y una buena rozadura en la rodilla, no tenía nada. Cuando enfocó la vista Javi le estaba tendiendo una mano para levantarle.

  • ¿Por qué no has seguido? No somos amigos, no tienes por qué preocuparte por mí.
  • Te has podido matar. Además, si corro yo solo no es una carrera, ¿no?

Marcos dudó, pero aceptó la mano. El resto llegaron a la carrera, preocupados. El cielo había empezado a nublarse y los muchachos ya no tenían ganas de seguir haciendo carreras. Además, los dos chavales de la ciudad habían demostrado ser bastante majos. Susana propuso que quizás podían enseñarles eso, y los mellizos asintieron, aunque Javi y Fran no entendían nada.

Eso resultó ser un enorme árbol en uno de los patios de la vieja iglesia abandonada. Sus raíces habían levantado todo el terreno en rededor. Las larguísimas ramas se extendían por encima del tejado de tejas de pizarra, rotas y descoloridas, de la sacristía. El Ayuntamiento había hablado en ocasiones de talarlo pero necesitarían una grúa para que al caer no dañara el templo, que si bien, llevaba décadas sin usarse, no podían permitir que el árbol destruyera lo poco que había permanecido en pie tras las décadas de tormentas y vendavales.

Los mellizos contaron que ese árbol estaba maldito, que se comía a los pájaros que no dejaban de anidar entre sus ramas, atraídos por algún maleficio. O eso contaban sus abuelas. Javi y Fran se rieron de la idea de la magia y esas paparruchas. Decidieron hacer una apuesta. Si ellos se atrevían a trepar hasta la copa del árbol, sería como si hubieran ganado la carrera de bicis. A lo lejos rompió un trueno. Los mellizos no lo terminaban de ver claro, pero aceptaron. Estaba claro que tenían miedo.

Subir era complicado. Las primeras ramas estaban casi dos metros del suelo. Javi entrelazó las manos para aupar a Fran y que se encaramara al árbol. Desde allí el pequeño le tendió un brazo para tirar de él hasta otra rama. Una vez entre las frondosas hojas seguir subiendo era mucho más fácil. Un metro más arriba ya casi no veía a Susana y los mellizos.

  • Vale, ya habéis ganado. Bajad de ahí, se está poniendo a llover- se quejó la niña.
  • Un poco más, creo que he visto algo un par de ramas más arriba- le contestó Fran.

El sonido de la lluvia les avisó de que la tormenta había alcanzado el pueblo. Los hermanos culminaron una rama más y se quedaron boquiabiertos. Allí había decenas de nidos, algunos con polluelos adormilados, otros con huevos aún por empollar, cubiertos por el espeso ramaje del árbol. A medida que la lluvia empeoraba bandadas de pájaros se posaban en las ramas, a salvo de las rachas de viento que se estaban levantando. A esas alturas Susana y os mellizos ya estaban empapados.

Fran y Javi iniciaron el descenso, pero algo raro pasaba. Estuvieron a punto de perder pie en un par de ocasiones. Las ramas parecían moverse, pero no por efecto del aire. Se estaban curvando hacia arriba, cerrando poco a poco, con el crujir de la madera los huecos y los espacios por los que bajar. En apenas unos segundos ya estaban atrapados.

Susana y lo mellizos vieron con horror como el árbol convertía sus ramas en una concha de corteza y hojas. Mario se subió a hombros de Marcos e intentó sujetar una de las ramas, pero le faltaba fuerza. Gritaron llamando a sus dos nuevos amigos, pero no tenía forma de saber si los hermanos habían contestado o no. Otro relámpago partió el cielo. Decidieron ir a por ayuda. Marcos sabía donde vivían los muchachos así que fueron a buscar a sus padres.

En el interior del árbol Fran y Javi no sabían que hacer. Algunos pájaros habían intentado escapar y habían quedado aplastados entre las ramas al cerrarse, pero otros permanecían tranquilamente en el sitio que había elegido para posarse limpiándose las plumas, alimentando a sus polluelos o dando calor a los huevos. La temperatura era agradable, apenas escuchaban los truenos y nada de la lluvia de afuera se filtraba dentro del escudo de ramas.

  • Está intentando proteger a los pájaros- se dio cuenta Fran.

Los adultos tardaron muy poco en llegar, prácticamente todos los del pueblo, con hachas, sierras y otras herramientas. En cielo estaba cuajado de nubes negras y el patio era poco más que un barrizal. Golpearon el tronco con los puños y llamaron a gritos a los chicos, pero no obtuvieron respuesta.

El padre de Fran y Javi estaba muy alterado. No entendía por qué no habían tirado abajo a ese monstruo hacía tiempo. No sabía si sus hijos estaban heridos o si tendrían suficiente aire allí dentro.

El rescate era complicado, no podían cortar el tronco sin dañar la vieja iglesia o hacer daño a los muchachos con la caída y tampoco podían meter las motosierras en el ramaje sin saber donde estaban situados los chicos. Al final de decidieron por rodear el tronco con unas cadenas y tirar de ellas con dos potentes todo terrenos. Inclinarían el árbol y abrirían la parte de arriba, como una lata, sin riesgos para Fran y Javi.

Hicieron los preparativos y arrancaron los motores. Con la primera acometida todo el árbol tembló, pero no cedió ni un ápice. Los hermanos no sabían lo que estaba pasando. Todos los pájaros comenzaron a revolotear a su alrededor. Con la segunda embestida lo comprendieron.

  • ¡Están intentando sacarnos! ¡Piensan que el árbol es malo!
  • ¡Tenemos que hacer que paren!

En el exterior una de las raíces del árbol reventó en una nube de astillas. Los chicos creyeron escuchar un quejido que venía desde el interior del tronco. Javi apoyó las manos contra la corteza.

  • ¡Tienes que dejarnos salir!- le pidió- ¡Si no van a hacerte daño!

Fran se sumó a su hermano. Hubo otro empujón

  • ¡Si te derriban no podrás seguir cuidando de los pájaros!

Habían desenterrado tres raíces del lodo. Estaban empapados, pero su plan funcionaba, pronto podrían rescatar a aquellos dos críos. El padre de repente dio indicaciones a los conductores de que pararan. La copa del árbol se estaba abriendo como una flor. De entre las ramas salió una enorme bandada de pájaros y los muchachos, que se deslizaron hasta el suelo y fueron corriendo a abrazar a su padre en cuando le localizaron.

  • ¡Parad! ¡No le hagáis más daño!- Gritaron.

Tardaron varios minutos en lograr que les hicieran caso, pero al final todos les escucharon contar como el árbol lo único que pretendía era cuidar de los pájaros protegiéndolos de la tormenta. Los únicos que morían eran los que no conocían al árbol y se asustaban cuando se cerraba. Los adultos estaban avergonzados por casi matar al árbol. Estaba dejando de llover.

Pocas semanas después habían conseguido curar las raíces del árbol. Ya nadie decía que estaba maldito e incluso, en el Ayuntamiento se había propuesto convertirlo en el símbolo del pueblo. Los dos niños que había descubierto la verdadera naturaleza de la planta salieron en los periódicos regionales, posando junto al tronco. Los demás niños ya no se metían con ellos desde que salían en la radio e hicieron muchos amigos.

Para Fran y Javi aquellas fueron las mejores vacaciones de toda su vida.