El hotel acababa de abrir sus puertas. A la inauguración acudió toda la prensa de la ciudad. Comenzó el recorrido. La decoración era exquisita. La sobriedad de las nuevas tendencias con unos toques de los locos años veinte. El bar del hotel tenía los suelos y las paredes de alabastro, entre el negro y un leve fulgor verde. Los taburetes de cuero en torno a la barra y los reservados discretamente iluminados parecían diseñados en exclusiva para la letra pequeña de los negocios, las cláusulas demasiado sórdidas para las impolutas oficinas y las condiciones que la decencia rechazaría a gritos pero la codicia acepta con una sonrisa. Los dos hombres se desabrocharon las americanas y tomaron asiento. Uno posó un maletín en la mesa. El otro sacó una cajita de metal. Era una pitillera. Se llevó un cigarro negro y corto ante los ojos, como si fuera a encenderlo con la mirada. Luego lo olió y se lo puso entre los labios. Al acercar la llama del mechero una voluta de humo gris ascendió hacia el ventilador, a estrellarse contra sus aspas, dejando un olor a azul y vainilla por toda la sala.
- Deberías dejar el tabaco
- ¿Sabes qué? O el tabaco me deja a mí o este romance durará para siempre.
2 comentarios:
A mi me lo vas a decir, me gusta la hambientación, pero eso cigarritos de vainilla.... jejeje es broma, un abrazo.
y si no me lío a hostias con la cajetilla, por que la quiero.
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