El ser humano tiene una odiosa costumbre: equivocarse. Y da igual cuan tremenda sea esa equivocación, o inconmensurables las consecuencias para él o los demás. Siempre quedará el impenetrable escudo del “yo no sabía”.
Las paredes de la gargantuesca caverna rezumaban humedad. La caída de cada gota reverberaba en toda la cueva y arrancaba ecos desde cada ángulo, ecos que recorrían después todo el bosque de estalactitas que poblaba el techo. Todo permanecería a oscuras de no ser por las velas que ardían tímidamente en el suelo, sobre una desvencijada mesa y montones de libros.
En el centro de la gruta, a modo de columna, un reloj de arena empequeñecía todo lo demás. Pero no contenía arena, ni siquiera polvo. En el bulbo superior cientos de relojes desafiaban la gravedad, flotando, pegados al techo, como globos de helio, con su tic-tac acompasado cual pasos de un ejército. En el de abajo, tantos o más relojes como en el de arriba yacían reventados, inertes, silenciosos, en un mar de muelles, engranajes y esferas rotas.
De espaldas al peculiar pilar un ser reposaba en una mesa, leyendo. Era muy alto y delgado, grotescamente pálido. Sus ojos eran todo pupila, negros y profundos como el vacío. Para su ayuda en la misión de ver se valía de unos pequeños anteojos. De su frente dos cuernecillos brotaban rebeldes. Tenía dos pares de brazos. Con dos de los brazos sujetaba un grueso volumen manuscrito y pasaba páginas con una mano, mientras que con la libre sostenía una taza humeante de la que daba pequeños sorbos.
Y así permaneció Llanto durante periodos de tiempo más allá de toda concepción hasta que un leve ruido lo sacó de su ensimismamiento y rompió su concentración. La expresión de su rostro se adelantó al desastre. En un solo movimiento posó la taza, cerró el libro y se levantó de la silla para llegar hasta el borde mismo del reloj.
Susurros se escapaban entre sus afilados dientes, como si negando pudiera evitar que sus ojos vieran a uno de los relojes desprenderse del abrazo de sus hermanos, como si negando pudiera evitar que sus oídos oyeran los golpes y chasquidos que acompañaban a cada colisión con las paredes de vidrio insensible, como si negando pudiera evitar que su cuerpo entero se estremeciera con la caída de cada pieza del ya inerte medidor de tiempo.
Tardó unos segundos en reaccionar. Cayó de rodillas con el labio inferior temblando. Se abrazó el estómago con los cuatro brazos, inspiró, echó la cabeza hacia atrás y gritó, dejando que el aire arrancara el dolor de la garganta. Su voz retembló en la caverna y movió hasta los cimientos, como si la cueva estremecida, se compadeciera de su morador. Y así, Llanto sufrió durante tres días.
Con los ojos enrojecidos y la voz rota, Llanto por fin se levantó. Sus lágrimas le empapaban la ropa y hacía que se le pegaran al cuerpo, confiriéndole un aspecto aún más escuálido si cabía. Tambaleándose se acercó a la mesa y rebuscó entre sus cosas hasta que encontró lo que quería: un frasco de vidrio con la tapa agujereada y mariposas de alas púrpuras en su interior. Con el bote en las manos echó a andar por la cueva, recorriendo túneles y pasadizos. Hacía mucho que la luz de las velas había dejado de iluminarle, pero parecía no importarle, Tenía el camino grabado a fuego en la memoria. Izquierda, izquierda, derecha, un descenso, izquierda, escalón. Y así durante horas.
El túnel por el que avanzaba murió tras un recodo, desembocando en una pequeña estancia en la que dos antorchas ardían. En una de las paredes colgaba indolente un espejo negro, de silueta irregular y la moldura cubierta de polvo.
Con una ternura que nadie adivinaría en el monstruo, limpió el espejo con una manga, despacio, casi con veneración. Cuando hubo acabado abrió el bote, dejando que la mariposas revolotearan frente a su rostro. De su boca, apenas en un susurro escaparon unas pocas frases, casi una letanía:
- Yo os convoco, Aquellos Que Siempre Fueron. Llanto os llama.
Las alas de las mariposas comenzaron a brillar con un espectral destello violeta. La superficie del espejo perdió su rigidez, y por un momento, pareció ondear. Las mariposas no esperaron más señales y una a una se fueron zambullendo en la oscura superficie.
Con calma, Llanto colocó de nuevo la tapa en el bote y volvió sobre sus pasos. Esperaría.
De Aquellos Que Siempre Fueron hay numerosas menciones a lo largo de toda la historia del hombre. A veces se les dio el nombre de dioses. En otras ocasiones sus efectos se consideraron magia, hechicería o embrujo. Siempre presentes en los corazones humanos, por la acción de uno de ellos se abandonaron las antiguas creencias y pasaron a ser simples sentimientos, recortes en el collage emocional de la humanidad. Pero lo cierto es que su esencia siempre fue mucho más. Son entidades universales que encuentran diversión influyéndonos, pugnando por ver quien tiene más devotos a sus designios.
Y ocupados en esta actividad las pequeñas mensajeras de Llanto les encontraron. Sofía cuidaba de su hermano Razón. Tenía conocimiento de todo cuanto había acontecido incluso antes de la llegada de la mariposa destinada a ella. Solo había necesitado contemplar la mirada ausente de su hermano. Había vuelto a pasar.
La mariposa se posó en la mesa en la que le atendía y sus alas se deshicieron en polvo, configurando un mensaje. Sofía ni siquiera lo leyó. Ella era el conocimiento puro, no le hacía falta para saber lo que ponía.
Uno a uno, Aquellos Que Siempre Fueron, recibieron la citación del ser Llanto. Miedo, Valor, Pasión y sus hijos e hijas odio y rencor, amor y afecto. Incluso para el Ser Risa fue destinada una mariposa a pesar de pertenecer a la misma categoría servil que Llanto.
La galería en la que habrían de reunirse solo estaba amueblada con una gran mesa de madera y las sillas necesarias para todos. Como entes conceptuales que son, no puede decirse que llegaran. De hecho la propia galería ni siquiera debería considerarse un lugar físico. Dado el caso puede que ni siquiera usasen ningún idioma que conozcamos ni se muevan en el mismo plano del tiempo que nosotros, pero ya sea por suerte, intuición o su propia voluntad, sus palabras están al alcance de nuestra comprensión.
Los primeros en llegar fueron Sofía y Razón. Después el ser Llanto, seguido de Rencor, quien, como siempre, iba encadenado a su libro, en el que garabateaba sin cesar todos los agravios recibidos. Ni que decir tiene que consideraba cualquier detalle de la insufrible existencia como un insulto personal.
Fueron tomando asiento y apareció Pasión. Lucía la apariencia que más a menudo tomaba. Un ser voluptuoso, pero de aspecto andrógino. Su cabello ardía en llamas y se movía con energía. Miedo y Valor, hermanos al igual que Razón y Sofía, aparecieron a la vez. Parecerían la misma persona de no ser por sus ropajes. Valor vestía una túnica dorada abierta por los hombros. Miedo en cambio se cubría por completo con una de color negro. Se sentaron uno en frente del otro.
Sofía tomó la palabra:
- No va a venir nadie más. Comencemos.
Era inútil tratar de contradecir al conocimiento puro así que Llanto se levantó de la silla y con voz temblorosa relató a todos la caída de uno de los relojes.
- El reloj del tiempo perdido rara vez se mueve. Solo cuando una persona lamenta con todas sus fuerzas haber pasado tiempo con otra, uno de los relojes se desprende del bulbo de arriba y cae. Pero el estado en el que tiene que estar una persona para llegar a esos pensamientos es tal que cada caída de un reloj supone un drama terrible.
Con un asentimiento de Sofía Llanto se sentó y ella se puso en pie.
- Es evidente, viendo el estado de mi hermano – Señaló con un leve gesto a Razón que babeaba con la mirada perdida y sin prestar atención a nada en concreto. – que tenemos que tomar medidas para paliar esta situación. Sería inaceptable que el Ajeno volviera a aparecer.
Todos asintieron. El Ajeno era llamado así por que no pertenecía a Aquellos Que Siempre Fueron desde el principio. Apareció ante ellos cuando cayó el primer reloj. En aquella ocasión Razón también se trastornó y el vino. Se traba de Locura, un borrón de formas y colores que nadie era capaz de entender. En el plano material, el humano que había provocado la caída del reloj abandonó la cordura en alguna lágrima y la vida en el filo de alguna navaja. Razón se debilitó tanto, que por durante un solo segundo todo el mundo se volvió loco y ya nunca volvió a ser igual.
El Ajeno después de aquello explotó difundiéndose por toda la creación, pero en ocasiones como aquellas, sus pedacitos dementados podrían volver a unirse y ninguno de ellos sabía que consecuencias tendría eso, ni siquiera Sofía.
Miraron preocupados a Razón, conscientes ahora de lo peligrosa que podían volverse las tornas como no hicieran algo.
- Lo primero – Aseveró Valor – es averiguar que es lo que está causando la caída de los relojes de Llanto.
- ¿Pero si es algo a lo que no podemos enfrentarnos? – Lloriqueó Miedo
- Solo nos quedará intentarlo. – Respondió su hermano.
Las miradas se dirigían a Sofía, pero fue la voz de Pasión la que se oyó
- Creo que en esta ocasión Yo podré explicarlo. - dijo – Amor y yo obrábamos sobre la misma pareja de humanos. Pero me aburrí y comencé a influir a otros humanos. En un principio el proyecto de mi hija no se resintió. Pero por lo visto su influencia fue mermando sobre ellos, muy a su pesar, por lo que me consta. En esta situación otro de mis hijos encontró un caldo de cultivo perfecto donde explayarse. – Señaló con una inclinación de cabeza a Rencor – Si os concentráis podréis ver a la humana en cuestión, abrazada a sus rodillas, con decenas de esas imágenes fijadas que llaman fotos rotas por toda la habitación.
En la galería no se oía más que el furioso rasgueo de Rencor en su libro. Y todos vieron. Entendieron que en el plano humano ella se equivocó al dar más confianza de la debida a un hombre que no era el indicado. Sofía tenía una mirada de hielo clavada en Pasión.
- Ya que admites que la falta es tuya, tuyo ha de ser el castigo
- Tu lo sabías desde el principio – alzó la voz Valor. – ¿Verdad?
- Abandonaste. ¿Por qué, Pasión? ¿Por qué has de ser tan voluble? Sabes lo que está en juego y aún así fallaste a tus responsabilidades. El perjudicado ha sido mi hermano y yo soy la valedora de sus derechos. Yo dictaré el castigo y después lo votaremos. – Pausó su discurso midiendo el efecto de sus palabras en el rostro de los demás. – Te condeno al exilio en el Olvido.
Llanto asintió. Valor era la viva imagen de la serenidad y de Miedo nada podía ver. Rencor seguía llenando hojas de su libro.
- No será necesaria la votación – Comenzó Pasión. – acepto la pena. Por que todos sabemos, incluso tú, Sofía, que volveré. Algún día alguien escribirá una poesía, compondrá unos acordes o pintará un cuadro. – Las llamas de su pelo ardían con más fuerza, como avivadas por alguna corriente invisible de energía. – Y ese día volveré. Yo soy la sangre que corre por las venas del mundo. No podrán olvidarme, y si lo hacen, me inventarán de nuevo. Está en su naturaleza.
- Sea así – Concluyó Sofía.
Lo maravilloso de la especie humana reside en el mismo punto que se sitúa su mayor defecto. Si bien las equivocaciones se repiten de manera casi constante, el hombre les ha encontrado una utilidad: aprender de ellas. Y da igual cuan tremenda sea esa equivocación, o inconmensurables las consecuencias para él o los demás. Siempre es posible extraer una lección útil.
Las paredes de la gargantuesca caverna rezumaban humedad. La caída de cada gota reverberaba en toda la cueva y arrancaba ecos desde cada ángulo, ecos que recorrían después todo el bosque de estalactitas que poblaba el techo. Todo permanecería a oscuras de no ser por las velas que ardían tímidamente en el suelo, sobre una desvencijada mesa y montones de libros.
En el centro de la gruta, a modo de columna, un reloj de arena empequeñecía todo lo demás. Pero no contenía arena, ni siquiera polvo. En el bulbo superior cientos de relojes desafiaban la gravedad, flotando, pegados al techo, como globos de helio, con su tic-tac acompasado cual pasos de un ejército. En el de abajo, tantos o más relojes como en el de arriba yacían reventados, inertes, silenciosos, en un mar de muelles, engranajes y esferas rotas.
De espaldas al peculiar pilar un ser reposaba en una mesa, leyendo. Era muy alto y delgado, grotescamente pálido. Sus ojos eran todo pupila, negros y profundos como el vacío. Para su ayuda en la misión de ver se valía de unos pequeños anteojos. De su frente dos cuernecillos brotaban rebeldes. Tenía dos pares de brazos. Con dos de los brazos sujetaba un grueso volumen manuscrito y pasaba páginas con una mano, mientras que con la libre sostenía una taza humeante de la que daba pequeños sorbos.
Y así permaneció Llanto durante periodos de tiempo más allá de toda concepción hasta que un leve ruido lo sacó de su ensimismamiento y rompió su concentración. La expresión de su rostro se adelantó al desastre. En un solo movimiento posó la taza, cerró el libro y se levantó de la silla para llegar hasta el borde mismo del reloj.
Susurros se escapaban entre sus afilados dientes, como si negando pudiera evitar que sus ojos vieran a uno de los relojes desprenderse del abrazo de sus hermanos, como si negando pudiera evitar que sus oídos oyeran los golpes y chasquidos que acompañaban a cada colisión con las paredes de vidrio insensible, como si negando pudiera evitar que su cuerpo entero se estremeciera con la caída de cada pieza del ya inerte medidor de tiempo.
Tardó unos segundos en reaccionar. Cayó de rodillas con el labio inferior temblando. Se abrazó el estómago con los cuatro brazos, inspiró, echó la cabeza hacia atrás y gritó, dejando que el aire arrancara el dolor de la garganta. Su voz retembló en la caverna y movió hasta los cimientos, como si la cueva estremecida, se compadeciera de su morador. Y así, Llanto sufrió durante tres días.
Con los ojos enrojecidos y la voz rota, Llanto por fin se levantó. Sus lágrimas le empapaban la ropa y hacía que se le pegaran al cuerpo, confiriéndole un aspecto aún más escuálido si cabía. Tambaleándose se acercó a la mesa y rebuscó entre sus cosas hasta que encontró lo que quería: un frasco de vidrio con la tapa agujereada y mariposas de alas púrpuras en su interior. Con el bote en las manos echó a andar por la cueva, recorriendo túneles y pasadizos. Hacía mucho que la luz de las velas había dejado de iluminarle, pero parecía no importarle, Tenía el camino grabado a fuego en la memoria. Izquierda, izquierda, derecha, un descenso, izquierda, escalón. Y así durante horas.
El túnel por el que avanzaba murió tras un recodo, desembocando en una pequeña estancia en la que dos antorchas ardían. En una de las paredes colgaba indolente un espejo negro, de silueta irregular y la moldura cubierta de polvo.
Con una ternura que nadie adivinaría en el monstruo, limpió el espejo con una manga, despacio, casi con veneración. Cuando hubo acabado abrió el bote, dejando que la mariposas revolotearan frente a su rostro. De su boca, apenas en un susurro escaparon unas pocas frases, casi una letanía:
- Yo os convoco, Aquellos Que Siempre Fueron. Llanto os llama.
Las alas de las mariposas comenzaron a brillar con un espectral destello violeta. La superficie del espejo perdió su rigidez, y por un momento, pareció ondear. Las mariposas no esperaron más señales y una a una se fueron zambullendo en la oscura superficie.
Con calma, Llanto colocó de nuevo la tapa en el bote y volvió sobre sus pasos. Esperaría.
De Aquellos Que Siempre Fueron hay numerosas menciones a lo largo de toda la historia del hombre. A veces se les dio el nombre de dioses. En otras ocasiones sus efectos se consideraron magia, hechicería o embrujo. Siempre presentes en los corazones humanos, por la acción de uno de ellos se abandonaron las antiguas creencias y pasaron a ser simples sentimientos, recortes en el collage emocional de la humanidad. Pero lo cierto es que su esencia siempre fue mucho más. Son entidades universales que encuentran diversión influyéndonos, pugnando por ver quien tiene más devotos a sus designios.
Y ocupados en esta actividad las pequeñas mensajeras de Llanto les encontraron. Sofía cuidaba de su hermano Razón. Tenía conocimiento de todo cuanto había acontecido incluso antes de la llegada de la mariposa destinada a ella. Solo había necesitado contemplar la mirada ausente de su hermano. Había vuelto a pasar.
La mariposa se posó en la mesa en la que le atendía y sus alas se deshicieron en polvo, configurando un mensaje. Sofía ni siquiera lo leyó. Ella era el conocimiento puro, no le hacía falta para saber lo que ponía.
Uno a uno, Aquellos Que Siempre Fueron, recibieron la citación del ser Llanto. Miedo, Valor, Pasión y sus hijos e hijas odio y rencor, amor y afecto. Incluso para el Ser Risa fue destinada una mariposa a pesar de pertenecer a la misma categoría servil que Llanto.
La galería en la que habrían de reunirse solo estaba amueblada con una gran mesa de madera y las sillas necesarias para todos. Como entes conceptuales que son, no puede decirse que llegaran. De hecho la propia galería ni siquiera debería considerarse un lugar físico. Dado el caso puede que ni siquiera usasen ningún idioma que conozcamos ni se muevan en el mismo plano del tiempo que nosotros, pero ya sea por suerte, intuición o su propia voluntad, sus palabras están al alcance de nuestra comprensión.
Los primeros en llegar fueron Sofía y Razón. Después el ser Llanto, seguido de Rencor, quien, como siempre, iba encadenado a su libro, en el que garabateaba sin cesar todos los agravios recibidos. Ni que decir tiene que consideraba cualquier detalle de la insufrible existencia como un insulto personal.
Fueron tomando asiento y apareció Pasión. Lucía la apariencia que más a menudo tomaba. Un ser voluptuoso, pero de aspecto andrógino. Su cabello ardía en llamas y se movía con energía. Miedo y Valor, hermanos al igual que Razón y Sofía, aparecieron a la vez. Parecerían la misma persona de no ser por sus ropajes. Valor vestía una túnica dorada abierta por los hombros. Miedo en cambio se cubría por completo con una de color negro. Se sentaron uno en frente del otro.
Sofía tomó la palabra:
- No va a venir nadie más. Comencemos.
Era inútil tratar de contradecir al conocimiento puro así que Llanto se levantó de la silla y con voz temblorosa relató a todos la caída de uno de los relojes.
- El reloj del tiempo perdido rara vez se mueve. Solo cuando una persona lamenta con todas sus fuerzas haber pasado tiempo con otra, uno de los relojes se desprende del bulbo de arriba y cae. Pero el estado en el que tiene que estar una persona para llegar a esos pensamientos es tal que cada caída de un reloj supone un drama terrible.
Con un asentimiento de Sofía Llanto se sentó y ella se puso en pie.
- Es evidente, viendo el estado de mi hermano – Señaló con un leve gesto a Razón que babeaba con la mirada perdida y sin prestar atención a nada en concreto. – que tenemos que tomar medidas para paliar esta situación. Sería inaceptable que el Ajeno volviera a aparecer.
Todos asintieron. El Ajeno era llamado así por que no pertenecía a Aquellos Que Siempre Fueron desde el principio. Apareció ante ellos cuando cayó el primer reloj. En aquella ocasión Razón también se trastornó y el vino. Se traba de Locura, un borrón de formas y colores que nadie era capaz de entender. En el plano material, el humano que había provocado la caída del reloj abandonó la cordura en alguna lágrima y la vida en el filo de alguna navaja. Razón se debilitó tanto, que por durante un solo segundo todo el mundo se volvió loco y ya nunca volvió a ser igual.
El Ajeno después de aquello explotó difundiéndose por toda la creación, pero en ocasiones como aquellas, sus pedacitos dementados podrían volver a unirse y ninguno de ellos sabía que consecuencias tendría eso, ni siquiera Sofía.
Miraron preocupados a Razón, conscientes ahora de lo peligrosa que podían volverse las tornas como no hicieran algo.
- Lo primero – Aseveró Valor – es averiguar que es lo que está causando la caída de los relojes de Llanto.
- ¿Pero si es algo a lo que no podemos enfrentarnos? – Lloriqueó Miedo
- Solo nos quedará intentarlo. – Respondió su hermano.
Las miradas se dirigían a Sofía, pero fue la voz de Pasión la que se oyó
- Creo que en esta ocasión Yo podré explicarlo. - dijo – Amor y yo obrábamos sobre la misma pareja de humanos. Pero me aburrí y comencé a influir a otros humanos. En un principio el proyecto de mi hija no se resintió. Pero por lo visto su influencia fue mermando sobre ellos, muy a su pesar, por lo que me consta. En esta situación otro de mis hijos encontró un caldo de cultivo perfecto donde explayarse. – Señaló con una inclinación de cabeza a Rencor – Si os concentráis podréis ver a la humana en cuestión, abrazada a sus rodillas, con decenas de esas imágenes fijadas que llaman fotos rotas por toda la habitación.
En la galería no se oía más que el furioso rasgueo de Rencor en su libro. Y todos vieron. Entendieron que en el plano humano ella se equivocó al dar más confianza de la debida a un hombre que no era el indicado. Sofía tenía una mirada de hielo clavada en Pasión.
- Ya que admites que la falta es tuya, tuyo ha de ser el castigo
- Tu lo sabías desde el principio – alzó la voz Valor. – ¿Verdad?
- Abandonaste. ¿Por qué, Pasión? ¿Por qué has de ser tan voluble? Sabes lo que está en juego y aún así fallaste a tus responsabilidades. El perjudicado ha sido mi hermano y yo soy la valedora de sus derechos. Yo dictaré el castigo y después lo votaremos. – Pausó su discurso midiendo el efecto de sus palabras en el rostro de los demás. – Te condeno al exilio en el Olvido.
Llanto asintió. Valor era la viva imagen de la serenidad y de Miedo nada podía ver. Rencor seguía llenando hojas de su libro.
- No será necesaria la votación – Comenzó Pasión. – acepto la pena. Por que todos sabemos, incluso tú, Sofía, que volveré. Algún día alguien escribirá una poesía, compondrá unos acordes o pintará un cuadro. – Las llamas de su pelo ardían con más fuerza, como avivadas por alguna corriente invisible de energía. – Y ese día volveré. Yo soy la sangre que corre por las venas del mundo. No podrán olvidarme, y si lo hacen, me inventarán de nuevo. Está en su naturaleza.
- Sea así – Concluyó Sofía.
Lo maravilloso de la especie humana reside en el mismo punto que se sitúa su mayor defecto. Si bien las equivocaciones se repiten de manera casi constante, el hombre les ha encontrado una utilidad: aprender de ellas. Y da igual cuan tremenda sea esa equivocación, o inconmensurables las consecuencias para él o los demás. Siempre es posible extraer una lección útil.
1 comentario:
lo leí ayer...justo cuando estaba dejando el comentario me cai de internet... supongo que era una señal.
en fin (cruzo los dedos para que no pase lo mismo) puedo decir que me ha encantado en todos los sentidos; como lo has contado (realmente Llanto es un personaje que ya me hubiera gustado imaginarme yo...) y la historia en sí, como cuento es redondo.
sinceramente, sin peloteos y sin historias, me ha gustado mucho, me he enamorado sobre todo de la primera parte (es brutal :))
Por cierto que todos los que leemos solemos dar una interpretación bastante diferente a la que el autor ha intentado trasmitir, por eso te comento que quizás el titulo es lo único que no me cuadra mucho:P
besos cuervo
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