lunes, 18 de junio de 2007

La habitación del deseo

La habitación del deseo tenía fama de ser el mejor burdel de todo el continente. Tras sus puertas bellezas de todos los rincones del mundo deleitaban a los clientes con exóticos bailes y mil y una caricias prohibidas

La figura encapuchada traspasó las puertas ignorando al enorme eunuco que las custodiaba.

En el recibidor, donde los visitantes esperaban y se les invitaba a un poco de te o licor de dátiles, intercambió unas palabras con la regente. Una bolsa cambió de manos y con un gesto le indicó que le siguiera.

Avanzaron por un pasillo de paredes recubiertas de hermosísimos tapices. Llegaron a una amplia sala redonda y de techo alto. En esa habitación numerosas puertas comunicaban con lo que el desconocido supuso que eran habitaciones individuales.

La regente hizo sonar una campanilla y las puertas se abrieron. Una veintena de muchachas se apoyaban en los marcos. Había mujeres de piel de ébano, hembras de ojos rasgados de las islas del este. Incluso había una chica infiel, de piel pálida y cabello de color de fuego. Algunas mostraban sus pechos. Otras se pasaban jugosos trozos de mango y otras frutas por los labios.

Parecía mentira que semejante local estuviera en pleno centro de Ah’Erás, una de las capitales de Las Cinco Regiones y cuna del estricto culto a Harim, el Grande y Misericordioso, Azote de Infieles.

De entre todas las mujeres se fijó en una de su propio pueblo. Apenas tendría diecisiete años y sus ojos ¡Ah, sus ojos! Sus ojos verdes eran al mismo tiempo encarnación de la belleza y la tristeza.

Al pasar a su lado y entrar en la habitación pudo percibir un suspiro en los labios de la muchacha. El resto de las chicas volvieron a sus cuartos.

La habitación era espaciosa. Con la luz de la luna que entraba por la ventana y la de las velas encendidas por toda la habitación pudo ver una cama con dosel de seda, un diván y una bañera con un sistema de grifería, sin duda, de procedencia tirsoolina.

La muchacha le abrazó desde atrás, desabrochándole la capa y abriendo los cierres de la pechera de cuero que llevaba debajo.

Al quitarle las prendas descubrió a un hombre joven, como ella, de la gente de la media luna. Una fina barba le cubría el rostro, acentuando el brillo de sus ojos aceituna.

No era demasiado grande, mas si delgado alto y musculoso. Todo su torso, moreno por el sol, estaba lleno de tatuajes, al igual que sus brazos:

Intrincados arabescos que se perdían cintura abajo. Diseños de las islas de oriente y símbolos de los chamanes del sur, de las tierras de los hombres color noche. En el pómulo izquierdo, bajo el ojo, tenía otra marca.

- Debéis de estar cansado. Por el polvo de vuestras ropas el viaje ha sido largo –dijo con voz melosa –Dejad que Sheila consiga relajaros.

Comenzó a besarle los hombros. Él se giró y la apartó son suavidad.

- No será necesario. –Se sentó en el diván. –He vivido un año entero con el tiempo pegado a la nuca. Y ahora que tengo una noche no se que hacer con ella.

La joven se arrodilló delante de él y posó una mano en su muslo.

- A mí se me ocurren unas cuantas ideas para hacer que no olvidéis nunca esta noche.

No parecía interesado en anda de lo que podía ofrecerle. ¿Qué buscaba entonces allí? El hombre le retiró la mano y se puso en pie, mirando la luna por la ventana.

- Y es medianoche. –Se volvió con una expresión enigmática en el rostro hacia la chica que aún seguía a los pies del diván. –Mañana al alba asaltaré la mezquita fortaleza del imán Vagdú y me llevaré a la princesa Fátima conmigo.

Sheila se levantó como movida por un resorte.

- Entonces –Dijo alzando la voz -¡Vos sois el príncipe Haqqim!

Con unos reflejos asombrosos el joven le tapó la boca con una mano antes de que pudiera decir nada más, mientras que en la otra relucía una daga que solo El Misericordioso sabía de donde había sacado.

- ¡Baja la voz mesalina, o juro como que hay noche que te atravieso la garganta ahora mismo. –Masculló. -¿Dónde has oído ese nombre?
- Todo el mundo conoce vuestra historia y menciona vuestro nombre. -Dijo una vez aflojó la presión sobre su rostro. –El príncipe proscrito, el errante. Hay quien dice que habíais muerto. Otros que os habíais convertido en un espectro del desierto. Rumores, habladurías. Pero por favor Alteza, no me hagáis daño. –Suplicó.

Haqqim estaba un poco desorientado. Nunca habían formado parte de su carácter esos arrebatos violentos. Pero el último año había hecho de él una persona muy distinta a la que la vida en la corte de su padre había forjado.

- Lo siento. –Murmuró.

Sheila se acariciaba la zona por donde la había agarrado y miraba al suelo. Él volvió a contemplar la luna. De la daga no había ni rastro de nuevo. Hubo un silencio incómodo.

- ¿Escucharás mi historia, Sheila?
- ¿Perdón, Alteza?
- Nada de lo que haya podido inventar la gente. Tenemos hasta el amanecer. ¿me escucharás?

sábado, 9 de junio de 2007

el gato correteó jugetón entre sus piernas

El gato correteó juguetón entre sus piernas. Su presencia les era irresistible a toda clase de animales. Incluso los humanos sentían cierta atracción por él.

Se agachó a recoger al felino que ronroneó de puro placer. Hasta que le miró a los ojos. Cuando sus miradas se cruzaron el gato comenzó a retorcerse entre sus manos. La pobre criatura no estaba preparada para aguantar toda la tristeza de sus ojos. Era tal el sufrimiento que reflejaban que tras un estertor el gato murió, como si hubiera recibido más dolor del que pudiera comprender.

Lo depositó en el suelo y se quedó en silencio, pensando.

- Te ha pasado más veces, –dijo una voz a su espalda- ¿Verdad, Obsidiana?
- Sabes que si, Jade. –Contestó sin volverse- Y no dejan de venir más. Siempre vienen más.
- No pueden evitarlo. –Dijo sentándose en uno de los bancos de la plaza que ocupaban- Somos ángeles, Obsidiana, les resultamos fascinantes. Incluso los humanos se sienten irremisiblemente atraídos por nosotros.

Obsidiana se sentó a su lado. Hubo un silencio incómodo. Jade lo miraba todo con curiosidad y él enterró la cabeza entre las manos.

- ¿Cómo me has encontrado? –le preguntó al cabo de un rato.
- Si no hubiera sido yo habría sido cualquier otro. Ópalo fue al infierno de Lucifer, Ónice al vacío. Se ha mandado gente de nuestra orden a cada una de las creaciones. –Explicó- Además, como ya te dije, somos ángeles, destellos de un poder inconmensurable. Nada más llegar te sentí.
- Comprendo.
- Es estar lejos de Él lo que te provoca este estado

Callaron de nuevo. Algunas polillas dejaron de revolotear alrededor de las farolas encendidas y se posaron a sus pies.

- ¿Por qué te fuiste, Obsidiana?
- Por que no lo entiendo.
- Ni lo entenderás –repuso- No nos compete a los ejecutores entender.
- ¿Pero por qué no quiere explicárnoslo? –sollozó- ¿por qué no nos dice por que permite el mal en el mundo?
- El mal existe para significar por contraste, para dar sentido al bien. –Extendió un mano para que se posara en ella una mariposa- El mal proviene de un uso equivocado de la libertad. Incluso huracanes e inundaciones son provocados por lo que ellos llaman cambio climático.
- Pero eso no lo explica todo. –Contestó- ¿Qué pasaba antes del tiempo, cuando solo estaba Él? ¿Al no haber mal, no era bueno? ¿No tenía sentido?

Se echó a llorar y volvió el silencio durante un rato. Comenzaba a amanecer.

- ¿Vas a volver?

Palomas y otros pájaros se acumulaban a sus pies. Obsidiana seguía llorando y Jade miraba a los pájaros sin expresión, esperando una respuesta.

Las lágrimas de Obsidiana caían lentamente al suelo, resbalando antes por su mejilla. Una a una, como las cuentas de un rosario, o la arena dentro de un reloj, s precipitaban al vació y si estrellaban contra el bordillo.

Una de esas lágrimas cayó sobre una paloma. Murió.

- No hasta que comprenda.
- Entonces hasta nunca.

Y Jade, Islamael de la Justicia Divina le dio en la mejilla el beso más tierno que nadie haya podido jamás concebir.

Y Obsidiana, Asuriel Protector de la Obra se deshizo en cenizas y desapareció de la memoria del mundo.

Lo más duro para un ángel ejecutor no es acabar con sus iguales, o después sostener la mirada de sus hermanos. Lo más duro para un ángel ejecutor es tener la certeza de que no ha sabido escoger bien las últimas palabras que oirá su hermano.

martes, 5 de junio de 2007

Costumbres y equívocos

El ser humano tiene una odiosa costumbre: equivocarse. Y da igual cuan tremenda sea esa equivocación, o inconmensurables las consecuencias para él o los demás. Siempre quedará el impenetrable escudo del “yo no sabía”.

Las paredes de la gargantuesca caverna rezumaban humedad. La caída de cada gota reverberaba en toda la cueva y arrancaba ecos desde cada ángulo, ecos que recorrían después todo el bosque de estalactitas que poblaba el techo. Todo permanecería a oscuras de no ser por las velas que ardían tímidamente en el suelo, sobre una desvencijada mesa y montones de libros.

En el centro de la gruta, a modo de columna, un reloj de arena empequeñecía todo lo demás. Pero no contenía arena, ni siquiera polvo. En el bulbo superior cientos de relojes desafiaban la gravedad, flotando, pegados al techo, como globos de helio, con su tic-tac acompasado cual pasos de un ejército. En el de abajo, tantos o más relojes como en el de arriba yacían reventados, inertes, silenciosos, en un mar de muelles, engranajes y esferas rotas.

De espaldas al peculiar pilar un ser reposaba en una mesa, leyendo. Era muy alto y delgado, grotescamente pálido. Sus ojos eran todo pupila, negros y profundos como el vacío. Para su ayuda en la misión de ver se valía de unos pequeños anteojos. De su frente dos cuernecillos brotaban rebeldes. Tenía dos pares de brazos. Con dos de los brazos sujetaba un grueso volumen manuscrito y pasaba páginas con una mano, mientras que con la libre sostenía una taza humeante de la que daba pequeños sorbos.

Y así permaneció Llanto durante periodos de tiempo más allá de toda concepción hasta que un leve ruido lo sacó de su ensimismamiento y rompió su concentración. La expresión de su rostro se adelantó al desastre. En un solo movimiento posó la taza, cerró el libro y se levantó de la silla para llegar hasta el borde mismo del reloj.

Susurros se escapaban entre sus afilados dientes, como si negando pudiera evitar que sus ojos vieran a uno de los relojes desprenderse del abrazo de sus hermanos, como si negando pudiera evitar que sus oídos oyeran los golpes y chasquidos que acompañaban a cada colisión con las paredes de vidrio insensible, como si negando pudiera evitar que su cuerpo entero se estremeciera con la caída de cada pieza del ya inerte medidor de tiempo.

Tardó unos segundos en reaccionar. Cayó de rodillas con el labio inferior temblando. Se abrazó el estómago con los cuatro brazos, inspiró, echó la cabeza hacia atrás y gritó, dejando que el aire arrancara el dolor de la garganta. Su voz retembló en la caverna y movió hasta los cimientos, como si la cueva estremecida, se compadeciera de su morador. Y así, Llanto sufrió durante tres días.

Con los ojos enrojecidos y la voz rota, Llanto por fin se levantó. Sus lágrimas le empapaban la ropa y hacía que se le pegaran al cuerpo, confiriéndole un aspecto aún más escuálido si cabía. Tambaleándose se acercó a la mesa y rebuscó entre sus cosas hasta que encontró lo que quería: un frasco de vidrio con la tapa agujereada y mariposas de alas púrpuras en su interior. Con el bote en las manos echó a andar por la cueva, recorriendo túneles y pasadizos. Hacía mucho que la luz de las velas había dejado de iluminarle, pero parecía no importarle, Tenía el camino grabado a fuego en la memoria. Izquierda, izquierda, derecha, un descenso, izquierda, escalón. Y así durante horas.

El túnel por el que avanzaba murió tras un recodo, desembocando en una pequeña estancia en la que dos antorchas ardían. En una de las paredes colgaba indolente un espejo negro, de silueta irregular y la moldura cubierta de polvo.

Con una ternura que nadie adivinaría en el monstruo, limpió el espejo con una manga, despacio, casi con veneración. Cuando hubo acabado abrió el bote, dejando que la mariposas revolotearan frente a su rostro. De su boca, apenas en un susurro escaparon unas pocas frases, casi una letanía:

- Yo os convoco, Aquellos Que Siempre Fueron. Llanto os llama.

Las alas de las mariposas comenzaron a brillar con un espectral destello violeta. La superficie del espejo perdió su rigidez, y por un momento, pareció ondear. Las mariposas no esperaron más señales y una a una se fueron zambullendo en la oscura superficie.

Con calma, Llanto colocó de nuevo la tapa en el bote y volvió sobre sus pasos. Esperaría.

De Aquellos Que Siempre Fueron hay numerosas menciones a lo largo de toda la historia del hombre. A veces se les dio el nombre de dioses. En otras ocasiones sus efectos se consideraron magia, hechicería o embrujo. Siempre presentes en los corazones humanos, por la acción de uno de ellos se abandonaron las antiguas creencias y pasaron a ser simples sentimientos, recortes en el collage emocional de la humanidad. Pero lo cierto es que su esencia siempre fue mucho más. Son entidades universales que encuentran diversión influyéndonos, pugnando por ver quien tiene más devotos a sus designios.

Y ocupados en esta actividad las pequeñas mensajeras de Llanto les encontraron. Sofía cuidaba de su hermano Razón. Tenía conocimiento de todo cuanto había acontecido incluso antes de la llegada de la mariposa destinada a ella. Solo había necesitado contemplar la mirada ausente de su hermano. Había vuelto a pasar.

La mariposa se posó en la mesa en la que le atendía y sus alas se deshicieron en polvo, configurando un mensaje. Sofía ni siquiera lo leyó. Ella era el conocimiento puro, no le hacía falta para saber lo que ponía.

Uno a uno, Aquellos Que Siempre Fueron, recibieron la citación del ser Llanto. Miedo, Valor, Pasión y sus hijos e hijas odio y rencor, amor y afecto. Incluso para el Ser Risa fue destinada una mariposa a pesar de pertenecer a la misma categoría servil que Llanto.

La galería en la que habrían de reunirse solo estaba amueblada con una gran mesa de madera y las sillas necesarias para todos. Como entes conceptuales que son, no puede decirse que llegaran. De hecho la propia galería ni siquiera debería considerarse un lugar físico. Dado el caso puede que ni siquiera usasen ningún idioma que conozcamos ni se muevan en el mismo plano del tiempo que nosotros, pero ya sea por suerte, intuición o su propia voluntad, sus palabras están al alcance de nuestra comprensión.

Los primeros en llegar fueron Sofía y Razón. Después el ser Llanto, seguido de Rencor, quien, como siempre, iba encadenado a su libro, en el que garabateaba sin cesar todos los agravios recibidos. Ni que decir tiene que consideraba cualquier detalle de la insufrible existencia como un insulto personal.

Fueron tomando asiento y apareció Pasión. Lucía la apariencia que más a menudo tomaba. Un ser voluptuoso, pero de aspecto andrógino. Su cabello ardía en llamas y se movía con energía. Miedo y Valor, hermanos al igual que Razón y Sofía, aparecieron a la vez. Parecerían la misma persona de no ser por sus ropajes. Valor vestía una túnica dorada abierta por los hombros. Miedo en cambio se cubría por completo con una de color negro. Se sentaron uno en frente del otro.

Sofía tomó la palabra:

- No va a venir nadie más. Comencemos.

Era inútil tratar de contradecir al conocimiento puro así que Llanto se levantó de la silla y con voz temblorosa relató a todos la caída de uno de los relojes.

- El reloj del tiempo perdido rara vez se mueve. Solo cuando una persona lamenta con todas sus fuerzas haber pasado tiempo con otra, uno de los relojes se desprende del bulbo de arriba y cae. Pero el estado en el que tiene que estar una persona para llegar a esos pensamientos es tal que cada caída de un reloj supone un drama terrible.

Con un asentimiento de Sofía Llanto se sentó y ella se puso en pie.

- Es evidente, viendo el estado de mi hermano – Señaló con un leve gesto a Razón que babeaba con la mirada perdida y sin prestar atención a nada en concreto. – que tenemos que tomar medidas para paliar esta situación. Sería inaceptable que el Ajeno volviera a aparecer.

Todos asintieron. El Ajeno era llamado así por que no pertenecía a Aquellos Que Siempre Fueron desde el principio. Apareció ante ellos cuando cayó el primer reloj. En aquella ocasión Razón también se trastornó y el vino. Se traba de Locura, un borrón de formas y colores que nadie era capaz de entender. En el plano material, el humano que había provocado la caída del reloj abandonó la cordura en alguna lágrima y la vida en el filo de alguna navaja. Razón se debilitó tanto, que por durante un solo segundo todo el mundo se volvió loco y ya nunca volvió a ser igual.

El Ajeno después de aquello explotó difundiéndose por toda la creación, pero en ocasiones como aquellas, sus pedacitos dementados podrían volver a unirse y ninguno de ellos sabía que consecuencias tendría eso, ni siquiera Sofía.

Miraron preocupados a Razón, conscientes ahora de lo peligrosa que podían volverse las tornas como no hicieran algo.

- Lo primero – Aseveró Valor – es averiguar que es lo que está causando la caída de los relojes de Llanto.
- ¿Pero si es algo a lo que no podemos enfrentarnos? – Lloriqueó Miedo
- Solo nos quedará intentarlo. – Respondió su hermano.

Las miradas se dirigían a Sofía, pero fue la voz de Pasión la que se oyó

- Creo que en esta ocasión Yo podré explicarlo. - dijo – Amor y yo obrábamos sobre la misma pareja de humanos. Pero me aburrí y comencé a influir a otros humanos. En un principio el proyecto de mi hija no se resintió. Pero por lo visto su influencia fue mermando sobre ellos, muy a su pesar, por lo que me consta. En esta situación otro de mis hijos encontró un caldo de cultivo perfecto donde explayarse. – Señaló con una inclinación de cabeza a Rencor – Si os concentráis podréis ver a la humana en cuestión, abrazada a sus rodillas, con decenas de esas imágenes fijadas que llaman fotos rotas por toda la habitación.

En la galería no se oía más que el furioso rasgueo de Rencor en su libro. Y todos vieron. Entendieron que en el plano humano ella se equivocó al dar más confianza de la debida a un hombre que no era el indicado. Sofía tenía una mirada de hielo clavada en Pasión.

- Ya que admites que la falta es tuya, tuyo ha de ser el castigo
- Tu lo sabías desde el principio – alzó la voz Valor. – ¿Verdad?
- Abandonaste. ¿Por qué, Pasión? ¿Por qué has de ser tan voluble? Sabes lo que está en juego y aún así fallaste a tus responsabilidades. El perjudicado ha sido mi hermano y yo soy la valedora de sus derechos. Yo dictaré el castigo y después lo votaremos. – Pausó su discurso midiendo el efecto de sus palabras en el rostro de los demás. – Te condeno al exilio en el Olvido.

Llanto asintió. Valor era la viva imagen de la serenidad y de Miedo nada podía ver. Rencor seguía llenando hojas de su libro.

- No será necesaria la votación – Comenzó Pasión. – acepto la pena. Por que todos sabemos, incluso tú, Sofía, que volveré. Algún día alguien escribirá una poesía, compondrá unos acordes o pintará un cuadro. – Las llamas de su pelo ardían con más fuerza, como avivadas por alguna corriente invisible de energía. – Y ese día volveré. Yo soy la sangre que corre por las venas del mundo. No podrán olvidarme, y si lo hacen, me inventarán de nuevo. Está en su naturaleza.
- Sea así – Concluyó Sofía.


Lo maravilloso de la especie humana reside en el mismo punto que se sitúa su mayor defecto. Si bien las equivocaciones se repiten de manera casi constante, el hombre les ha encontrado una utilidad: aprender de ellas. Y da igual cuan tremenda sea esa equivocación, o inconmensurables las consecuencias para él o los demás. Siempre es posible extraer una lección útil.

lunes, 4 de junio de 2007

Yo soy tu padre

- Yo soy tu padre.

Con esa sola frase consiguió derrumbar todo su mundo y arrancarle una amarga sonrisa.

- Pero… ¿Literal o metafóricamente hablando?

Gotas de sudor le resbalaban por las sienes y parecía estar eligiendo con mucho cuidado las palabras a emplear.

- Supongo que para alguien de tu inteligencia no era difícil darse cuenta de que tu madre no hacía falta en la casa.

Era cierto. La mansión ya tenía bastantes empleados y sirvientas antes de que ella llegara. Pero, incluso con la escasez de después de la guerra, la contrataron.

También le era evidente el hecho de que a pesar de ser solo un mozo de cocheras recibía un ligero trato de favor. Era el único al que habían enseñado a leer y escribir. Puede que incluso acabara de intendente.

La sensación de que la familia le debía algo era cada día más sólida, y el parecido con el señorito joven –un bala perdida- no hacía más que acrecentar la sospecha.

Pero la familia esperó hasta la muerte de su madre para sacarle del error. No era hijo de Julián, sino de Guillermo, el mayor de los dos hermanos.

- Y Padre… -Comenzó a decir el muchacho- ¿Tengo más hermanos? En sentido literal, claro.
- El cinismo no te escudará del dolor durante mucho más tiempo. -Recogió el misal del banco de madera y se ajustó el alzacuellos- Hablaremos más tiempo sobre esto cuando acabe de oficiar el entierro.